Ómicron o, como nos han dicho, o griega pequeña, la nuestra o de cada día. Así se ha bautizado la nueva variante de la covid-19. Por como se ha recibido una noticia más que esperable, parece que muchos hubieran deseado que fuera una enorme omega, la o grande griega, el final del abecedario helénico y preludio del fin de los tiempos. Los augures de guardia, dados a desear novedades, siempre vaticinan lo peor y, si es posible, enorme, planetario o cósmico, por favor.

Esta nueva variante, detectada hace pocas semanas, ha tenido como respuesta por parte de los científicos ―no de los sabios que están al corriente de todo, maestros en liar― una respuesta similar a la variante delta: esta nueva variante parece más contagiosa, no significativamente más grave y todavía no sabemos, pues no ha habido tiempo material, cómo responderá esta ómicron ante las vacunas que ya están aprobadas y las que todavía no pero que, como la catalana de Hipra en un prometedor desarrollo, con alta probabilidad lo estarán en un futuro muy próximo.

Entre catastrofistas, iliberales antivacunas y pasmados habituales, el virus que habita en ellos es el nostradamismo de títeres, fruto de la ignorancia, el egoísmo y la malevolencia.

No se tiene en consideración, y hay que recordarlo públicamente, cómo estábamos hace justo un año y cómo estamos ahora. Hace justo un año, las vacunas estaban en fase de ensayo y evaluación en paralelo con no pocos obstáculos, suspensiones provisionales y algún susto. No hace ni once meses que empezó la campaña universal, es decir, occidental ―esta limitación sí que es algo censurable desde todos los puntos de vista― de vacunación. Parecía, a pesar de una desafortunada campaña propagandística, que la vacuna no alcanzaba el ritmo necesario y hete aquí que, antes de 10 meses, con la abanderada Europa del Sur, se ha llegado a un umbral de entre el 75-80% de población vacunable vacunada y la Europa civilizada y rigurosa está, en algunos casos, entre 10 y 15 puntos por debajo.

Visto el panorama en perspectiva, lo que no es razonable de ningún modo es predicar, animar o incluso aplaudir por debajo de la mesa un fracaso científico-sanitario con la nueva ómicron, deseando una grande enorme y aplastante omega

Esta disfunción no se debe, por una vez, a los gobiernos, sino a los ciudadanos, a algunos ciudadanos; en concreto, a los más listos, que han hecho la peineta a la vacunación, porque ellos son más sabios, más honestos y tienen más libertades que nadie, arrogándose el derecho a infectar a todo el mundo a diestro y siniestro. Lo que es la sabiduría y la libertad entendida como sinónimo de egoísmo.

Ahora, en el primer día de la primera semana de diciembre, con este balance, parece que con todas las variantes víricas cubiertas y el esfuerzo nunca visto en la historia de ciencia, financiación, distribución y administración de la vacuna anticovid, nos encontramos en una situación colectiva e individual infinitamente mejor que hace apenas 10 meses. Esta infinitamente posición mejor es un hecho incontrovertible.

No es rebatible ni con argumentos de los que no tienen argumentos científicos contrastados, ni es rebatible con las severas denuncias ―que tendrán que ser investigadas más adelante― contra la industria farmacéutica en su vertiente más crudamente capitalista del todo por la caja, ni es rebatible por la limitación de los beneficios al mundo occidental, aunque se trata de una limitación tan censurable moralmente como chapucera sanitariamente. Sorprende, dicho sea de paso, que algunos antivacunas clamen contra esta injusticia: ¿no será que quieren utilizar como conejitos de indias a los desamparados del Sur global?

Visto el panorama en perspectiva, lo que no es razonable de ningún modo es predicar, animar o incluso aplaudir por debajo de la mesa un fracaso científico-sanitario con la nueva ómicron, deseando una grande enorme y aplastante omega.

Si durante el tiempo que se ha dispuesto, la ciencia ha obtenido una amplia batería de remedios contra la covid, batería que no deja de ampliarse contra un virus que, como nos han hecho saber y reiterado los médicos y epidemiólogos, por su propia naturaleza muta permanente, lo que es más que razonable es que la nueva variante, la ómicron, continúe como una o pequeña, que asesta un golpe relativamente superable por la ciencia actual y en un breve lapso de tiempo. Esperemos también, antes de vernos lanzados al vacío, de qué va esta ómicron ―se está trabajando en ello con ahínco― y qué herramientas actuales, reformadas o no, o inminentes podemos utilizar para superar esta nueva adversidad.

A estas alturas, pues, no abramos el puesto de despachar omegas.