Esta semana, por segunda vez, la masa ha estado en boca de la inmensa mayoría de declarantes, miembros de diferentes graduaciones de la Guardia Civil, desde meros agentes a mandos de operativos. Si no hubiera sido por algunas revelaciones suyas espontáneas, han resultado sesiones soporíferas y reiteraciones sobreactuadas. El coach no se ha ganado el sueldo.

De interés fueron las declaraciones, siguiendo la línea de los anteriores mandos de Mossos, tanto de Ferran López, exnúmero dos de Josep Lluís Trapero, número uno durante el 155 y adjunto ahora a la Prefectura, como Joan Carles Molinero, comisario general operativo entonces, ahora jefe de la Comisaría de Movilidad. En efecto, ambos aportaron varios datos materiales, algo que no es frecuente por parte de los testigos provenientes del Estado, y ratificaron de forma convincente y sin fisuras lo avanzado por Castellví, Trapero y Quevedo con respecto a la posición de los Mossos sobre el referéndum.

López relató otra vez los encuentros con el president de la Generalitat el 26 y 28 de septiembre, donde quedó patente que los Mossos seguirían los mandatos judiciales y ningún otro tipo de orden más. Es más, manifestaron el descontento en el cuerpo derivado de las manifestaciones de los políticos, especialmente de Forn, en el sentido de poner los Mossos al lado del 1-O, cuando la cúpula política sabía que no era verdad.

Ambos, López y Molinero, también pusieron de manifiesto que el operativo policial para impedir el referéndum era uno solo, el coordinado por Pérez de los Cobos, cargo que no era bien visto por los Mossos dado su carácter técnico/político. La policía catalana presentó su parte del operativo, nada la Guardia Civil y un borrador sin identificar los contingentes que destinaría la Policía Nacional. Nadie reprendió a los cuerpos centrales por su desatención de los mandamientos y no fueron exigidos para completarlos.

Es más, los Mossos antes del referéndum fueron, como tenían ordenado, a ver los centros donde se podían llevar a efecto votaciones y levantaron más de 2.000 actos. El día 1-O cerraron, entre acciones negociadas unas y otras por la fuerza, más de 300 colegios electorales. Llevaron a cabo el mayor esfuerzo hecho nunca policialmente en Catalunya para unas votaciones, casi 12.000 hombres y mujeres destinados a este especialísimo servicio.

He ahí pero que, a pesar de las reiteradas invitaciones de López a Pérez de los Cobos y al resto de mandos policiales estatales de residenciar la coordinación del operativo en el Centro de Coordinación Central, en la calle Bolívia de Barcelona, no fueron nunca, ni un solo segundo. Es más, Pérez de los Cobos, como él mismo reconoció en su declaración, anuló las reuniones de coordinación que tendrían que haber tenido lugar en la Delegación del Gobierno. O sea que, de coordinación, nada de nada.

No hubo coordinación por parte de las fuerzas policiales centrales por la simple y sencilla razón de que nunca se planeó

Puede asaltarnos la duda de si esta descoordinación fue accidental, como, por ejemplo, a consecuencia de una no prevista contumacia ciudadana al celebrar el referéndum. Nada más lejos de la realidad. No hubo coordinación por parte de las fuerzas policiales centrales por la simple y sencilla razón de que nunca se planeó.

Muy al contrario, según han ido dejando ver esta semana en sus declaraciones varios mandos medios de la Guardia Civil, los famosos briefings para ilustrarlos de cara a las actuaciones del día 1-O (nunca para impedir las ocupaciones de centros de votación antes del 1-O, contrariamente a lo que hicieron Mossos) tuvieron lugar, como mínimo, dos días antes, es decir, el 28, si no más. Es decir, mientras la cúpula de Mossos reiteraba su acatamiento de la legalidad y se oponía a seguir la línea del Govern, las fuerzas policiales españolas planeaban la actuación sobre el terreno por sus propios medios y sin servir de apoyo a demanda de Mossos, tal como era lo acordado. O sea, todo al revés de lo que se ordenó judicialmente y públicamente se manifestó.

Para remarcar esta contradicción, el abogado Melero pidió el careo entre López y Pérez de los Cobos, careo sobre el cual el tribunal decidirá más adelante cuando, literalmente, esté más familiarizado con el caudal probatorio. Peculiar.

Se lleve a cabo el careo o no, su efecto estratégico ya se ha producido: una vez más, el apoyo fáctico de las acusaciones ha desaparecido, si no estallado por los aires. Y totalmente desmenuzado ha quedado el cuento de que los Mossos eran el ejército de Puigdemont y de los otros procesados, en plena disposición para lanzarse... no se sabe exactamente a dónde. Es más, ante las reticencias de Mossos y la advertencia al Govern de posibles episodios de violencia, Puigdemont respondió, dice López, con una frase un tanto sorprendente: "Si hay violencia, declararé la independencia". No hubo violencia.

Violencia que parecía añorar el fiscal Zaragoza cuando, casi a punto de desbordar su mostrador, insinuó que los Mossos no se emplearon a fondo para cerrar colegios. La cara del comisario Molinero fue todo un poema. Hicieron más trabajo que nadie y sin sangre. Por eso, en una de las pocas ironías que le pasaron por alto a Marchena, respondió a preguntas de Melero que, evidentemente no, no se había abierto ningún expediente a ningún mosso por no derramar sangre.

Una idea de la gravedad de los actos violentos la da la práctica inexistencia de detenidos

Las declaraciones de los diversos agentes de la Guardia Civil fueron reiterativas e irrelevantes para sostener rebelión/sedición: gritos de la gente, insultos (que se reproducían), cánticos (que no reconocían) y amenazas (prácticamente nunca relatadas) y lesiones: lesiones que, al fin y al cabo, nunca generaron bajas laborales. O sea, nada que no pase en una manifestación ordinaria donde haya contacto entre manifestantes y policías.

Eso sí, como extrema violencia se interpretó que, de pie o sentados, muchos manifestantes entrelazaran sus brazos e hicieron una especie de murallas (!), murallas que siempre fueron superadas, muchas veces como ya sabemos por los vídeos que todavía no se pueden ver en la sala de plenos del TS. Una idea de la gravedad de los actos violentos la da la práctica inexistencia de detenidos. Si el relato de los hechos, sobreactuado por mal ensayado, hubiera sido tan violento y lleno de odio, las detenciones hubieran sido la moneda corriente. Sólo un par tuvieron lugar. ¿Violencia?

Tres apuntes más para concluir. El primero, algún enfrentamiento verbal entre el presidente Marchena y los letrados tiene que ser apuntado. En algún caso, mediante un sarcasmo, impropio de quien pide corrección. No otra cosa es decirle al letrado que, si quiere, sea él quien declare como testigo. Inaudito. A medida que continúe el juicio veremos más de estas, como hemos visto ya algún gesto inadmisible en otro magistrado que olvida que las caras de los juzgadores en un juicio tienen que ser tan expresivas como la de la esfinge. Pero vaya, a punto de la jubilación, se ve que se pueden perder las formas.

La segunda cuestión es la relativa a la forma que asumía la violencia propia algún miembro de la Guardia Civil, en concreto en la actuación en Sant Martí de Sesgueioles. Resulta sumamente alarmante que se reconoció por su autor los términos "pinchar", "meter la porra como si no hubiera un mañana" o "poco ha faltado para romperle una costilla". Su autor las calificó de expresiones de distensión, incluso intentó justificar que estaban dentro de una conversación privada. Quien así se manifiesta sin pudor, poco puede quejarse de faltas de respeto y de no ser recibido en actitud colaborativa.

No menos alarmante fue reconocer que algún agente había golpeado con la culata del fusil. Es para quedarse de piedra. ¿Volvemos a los viejos tiempos de la Guardia Civil disolviendo manifestaciones a tiros de mosquetón? La dotación antidisturbios de los cuerpos policiales, de este también, contempla unas escopetas ―de ordinario, de guerra― para disparar las pelotas de goma. Pero las pelotas de goma son, aparte de un elemento prohibido en Catalunya, un instrumento de disuasión de los manifestantes a media y larga distancia, nunca en el cuerpo a cuerpo. Así pues, no es legítimo utilizar la escopeta como instrumento contundente, ya que no son peleas de bandas ni la situación en ningún momento requirió pasar más allá de la fuerza física o del uso de las defensas reglamentarias. No hubo ocasión de derramar sangre, como parece que hubiera sido del gusto de algunos auditorios.

Ritornello: utilizar pruebas generadas en otro proceso, al margen de una imposible intervención de los acusados ante del TS e impedir contrastar a los testigos con documentos, en papel o audiovisual, son sendas graves lesiones del derecho de defensa. Queda reiterado.