La semana que dejamos atrás nos ha ofrecido escenas antológicas resaltadas de forma diferente por la prensa más cosmopolita del mundo, la del sistema, arraigada en Madrid, nada paleta, en contraposición a la que ella califica siempre así. Los catetos son los que disienten, aunque sea una pizca. Esta es la doctrina oficial de la prensa cosmopolita de la capital del Reino, alfa y omega de la verdad, arcadia del periodismo al servicio del sistema. Tridentina.

Ha tenido para dar y regalar: la nueva incorporación de ERC a la gobernanza coalicional de PSOE-UP (nueva traición de gobierno), el ingreso mínimo vital (poco se espera de él), el escarnio a De los Cobos (de nuevo los traidores), la huida de Nissan (la culpa a los de siempre, no al modelo de negocio ni a la ineptitud empresarial).

De este embrollo, dos hechos me parece que tienen que ser resaltados. Barcelona ha sido esta semana la única ciudad de Europa confinada. Quizás porque en el pequeño municipio catalán no hay campos de golf y el tenis o el baloncesto son mucho más populares y accesibles. O, mira por dónde, por un sentido diferente de la sensibilidad, que no ve la cervecita en la terraza en la calle como epítome de la libertad. Las crónicas no refieren que nadie se haya proclamado sentirse encarcelado en casa ni ha salido a manifestarse. Bien, los de Voz sí, en coche y con un fracaso que va más allá del ridículo.

El raid de la flota mediática madrileña (prensas, audiovisuales, redes sociales) prácticamente pedía otro Dos de Mayo contra el carcelero monclovita, movido, se decía, exclusivamente por el odio a los vecinos de El Retiro y alrededores. De los vecinos del Elipa o Vallecas no decían nada; quizás todos estaban en sus campos de golf gubernamentales.

En Barcelona, de mejor o peor gana, los hijos de los layetanos soportaron una semana más de confinamiento literalmente ciudadano. La salud, lo primero: la propia y, como pública, la de todos.

En fin, no he visto crónicas al respecto. Será porque las noticias positivas y simultáneamente catalanas no pasan el filtro de la arcadia del cosmopolitismo. Raros, una vez más, los catalanes: les dicen que no voten su destino, pero van y ellos votan y reciben una lluvia de palos, aunque el Tribunal Supremo fuera de secano. Pero les dicen que no se muevan, que por seguridad personal y colectiva tienen que quedarse en la ciudad, y se quedan. Paletos, definitivamente paletos.

En tiempo de crisis, de incertidumbre, tiempos que ahora parecen casi permanentes, muchos, debidamente instigados, piensan que las fórmulas antiguas son las mejores. Si quieren la democracia es para volver al pasado y hacerla desaparecer

En cambio, los cosmopolitas sin fronteras han protagonizado la nueva bronca, debidamente preparada y orquestada. La solista, la marquesa de Casa Grande, lanzó, incluso remachada por el pontifex maximus del peperismo, al vicepresidente Iglesias que era hijo de un terrorista. Insulto grave, porque no sólo es falso, sino acreditadamente en sede judicial falso: quien primero lo lanzó fue condenado por difamación. Pero dicha marquesa debe pensar, al más puro estilo cosmopolita, nada cateto, que las virtudes o defectos de los padres, como la corona o los títulos nobiliarios, son hereditarios. O que todos quieren ser como ellos, sin embargo, vista la realidad, no lo son: un plebeyo será siempre un plebeyo y encima llevará eternamente el sambenito de delincuente.

La bronca fue amplificada, alimentada por los medios del régimen, todos ellos ultracosmopolitas, e Iglesias rebotó la invectiva con otra. Dijo que en Voz son golpistas, pero que todavía no se atreven. El interpelado atacó a Iglesias con argumentos nominalmente democráticos, pero que en su boca la mayoría sabe que o no significan nada o que son mentira o que quieren decir lo contrario. Vaya, que Voz y democracia no cuadran en la misma frase. Al final, en el salón de la comisión de reconstitución se oyó una frase inteligente por parte de Iglesias: "Al salir cierre la puerta".

Ciertamente, en política, tanto personalmente como orgánicamente, las personas están para llegar al poder —o cuando menos reequilibrarlo— e intentar transformar la sociedad. Lo que pasa es que en tiempo de crisis, de incertidumbre, tiempos que ahora parecen casi permanentes, muchos, debidamente instigados, piensan que las fórmulas antiguas son las mejores. Si quieren la democracia es para volver al pasado y hacerla desaparecer. Lisa y llanamente. Votarlos es votar por última vez.

Como lo sabemos, no paran de prender fuego a todo lo que se pone a su alcance. Sin freno. Eso, la idea de las dos Españas —que no es nada nueva—, quedó reflejado en una de las más aterradoras pinturas negras de Goya: Duelo a garrotazos

Francisco de Goya y Lucientes Duelo en garrotazos

En esta bronca permanente, los provocadores tienen las de ganar: mientras desgastan al, para ellos, despreciable enemigo, lo distraen de su función de gobernar, mejor o peor, pero de gobernar, dejando tareas abandonadas y flancos al descubierto.

Es una vieja maniobra de distracción en la que los precaristas del poder —los dueños queda claro quienes son— pierden la cabeza y no lo atajan, y acaban entrando en el cuerpo a cuerpo. Consecuencias de la política de poco vuelo.

La bronca, pues, está servida. ¿Cuándo, desde la democracia, se atajará? ¿Cuándo, desde la democracia de verdad, se conjurará a todos los demócratas y sin apartar —o encarcelar— a nadie? Y sin corruptos, claro está.