Nos enteramos, por las noticias, de una carta del presidente Sánchez al cleptócrata de Marruecos, Mohamed VI, en virtud de la cual el Sáhara, antigua colonia española, sobre la que no se ejercía de hecho ninguna autoridad desde 1976, pasa a formar parte de la autocracia alauí con una especie de autonomía, por ahora, ignota.

No entraré en las escandalosas vulneraciones del derecho internacional que eso comporta, de la complicidad en la violación de los derechos humanos de los saharauis y en grave fallo de la gestión política interna del asunto, llevada a cabo al margen de la opinión pública y del Parlamento.

Ahora bien, mucho se habla, además de esta sucísima jugada, sobre qué recibirá España de Marruecos. Ya se sabe, en las relacionas internacionales no hay más que intereses. Por más vueltas que se le dé, la respuesta es, aunque parezca mentira, nada. Dicho de otra manera: cuando el criado es despachado por el amo, incluso con la puntada de rigor allí donde acaba la americana, no recibe ni las gracias; a veces, ni la cuerda para atar el fardo de sus magras pertenencias.

Es más, dependiendo la península Ibérica como depende del gas de Argelia, que solo puede enviarlo por un gasoducto submarino, dado que el que pasa por Marruecos, vistas las buenas relaciones vecinales, está cortado, España puede tener como premio el corte del gas argelino. Aunque parece que, más allá de los justificados aspavientos de rigor, Argelia no osará cortarle el combustible a España, pues le renta muchos y buenos dineritos que le son tan necesarios como el agua.

Más allá de los justificados aspavientos de rigor, Argelia no osará cortarle el combustible a España, pues le renta muchos y buenos dineritos que le son tan necesarios como el agua.

La perspectiva de enfocar el cambio sorpresa de la posición tradicional española hacia el Sáhara no se puede ver desde la protección de intereses. Según mi opinión, es un enfoque erróneo. No consta ninguna amenaza a las inversiones ni en Marruecos ni en el propio Sáhara (directa o indirectamente), teniendo en cuenta el potente y silencioso lobby pro-Rabat. Incluso la UE, dando la espalda a una sentencia del Tribunal de Justicia de Luxemburgo, considera que, cuando menos a efectos comerciales, el Sáhara es marroquí. Que la potencia de facto dominante no respete los derechos humanos, ni en un ataque de vergüenza, es irrelevante. La Unión Europea. De interés es el documental Ocupación SA para comprender en manos de quién está la explotación de un territorio inmensamente rico en pesca, petróleo, gas, arena, circonio, fosfatos...

Pero volvemos a la pregunta inicial: ¿por qué España ha cambiado su política formalmente prosaharaui? Simplemente, porque España no pinta nada como potencia política ni en el tablero magrebí, ni en general en Europa —recuerden las fotos de familia de los consejos europeos— ni en el mundo. Hagamos memoria con tres ejemplos —hay más— en el norte de África: Marruecos invadió sin disparar un tiro el Sáhara en 1975 —la Marcha Verde—; los momentos fueron deleitados por España y el orden internacional se respetó, por única vez. Poco después, mientras España iba predicando que el referéndum de autodeterminación era la solución, Marruecos militarmente —el ejército representa el 5% de su PIB— se anexionaba de facto el Sáhara y hacía que los pescadores españoles, a pesar de los derechos seculares que blandían, se quedaran temporadas largas amarrados a puerto, hasta que lo arregló, generosamente para Marruecos, la UE, en la que España ya estaba integrada.

Todo sin olvidar el punto más rutilante de la irrelevancia política en la escena internacional: el incidente de Perejil. Historia grotesca lo bastante conocida que se resolvió por la intervención de Collin Powell, el de las armas de destrucción masiva. El resultado, a pesar de la recuperación española de Perejil: abandonar el islote por los reconquistadores, llevándose las banderas.

Esperar que el beneficio del giro copernicano español sea la estabilidad de relaciones, incluidos los flujos migratorios, y que se deje de inquietar a Ceuta y Melilla y, más remotamente, las Canarias, es como decir que los niños vienen de París. Quién ha ganado siempre por la mano, y cuando ha hecho falta ha tenido la ayuda de los grandes, los EE.UU. y Francia, querrá seguir ganando siempre. Desde que España a finales del siglo XVII fue desahuciada del G-2, que compartía con el Papado, hasta ahora, pocos triunfos internacionales se recuerdan. Contra Marruecos, teocracia cleptocrática al frente de la cual se sitúa un sujeto que se hace llamar descendiente de Alá y Príncipe de los Creyentes, que es poseedor del 35%, según los cálculos más realistas, de los principales conglomerados económicos del reino y donde los derechos humanos son una entelequia —y ni eso para los saharauis—, no se puede decir que haya razones para un futuro optimismo.

Futuro optimismo que el giro, vistos los antecedentes, no asegura.