Sin gobierno desde el 29 de enero del 2020, cuando el president Torra decretó el fin del que él todavía presidió unos meses, Catalunya se encuentra en una situación lamentable. Ni se gobierna con acciones dignas de tal cosa, ya que sólo se administra, ni se hace la presión sobre La Moncloa que cabría esperar de un gobierno que gobernara y más después de una victoria electoral en votos por primera vez en la historia.

Como pasa en algunos deportes, los errores no forzados pueden ser más nocivos que las heridas infligidas por los contrarios. Como el Barça, el día del Granada, cuando lo tenía todo para asegurarse la Liga, pero sólo fue líder durante 40 minutos; la Generalitat sufre una fuga de tensión alarmante. Los errores no forzados rebajan la autoestima y llevan al inexcusable stand by actual.

Esta semana hemos visto una ceremonia realmente poco edificante por no decir grotesca. Hemos asistido a una cumbre entre ERC y JxCat, entre Oriol Junqueras y Jordi Sànchez, en la prisión de Lledoners. Teniendo en cuenta que esta es su injusta e ilegítima residencia, no parece que fuera necesario tardar tanto para este "encuentro", por mucho que concurrieran segundos o terceros espadas, y escenificarla como se ha hecho. Sobra escenografía, mala, y falta acción política, buena.

La demora en constituir un nuevo gobierno, un gobierno de verdad, no de pacotilla, es un déficit intolerable que empequeñece a Catalunya, dentro y fuera de sus fronteras

No resulta creíble que desde la misma noche del 14-F, cuando todavía disfrutaban del tercer grado, no se empezaran a poner manos a la obra y plantaran las bases de un gobierno sólido, objetivo primordial que tendría que haber sido resuelto desde hace tiempo. La demora en constituir un nuevo gobierno, un gobierno de verdad, no de pacotilla, es un déficit intolerable que empequeñece a Catalunya, dentro y fuera de sus fronteras. No hay que confundir una vez más muestras de solidaridad —ya sabemos a qué rompeolas van a morir estas acciones— con un respeto institucional. Reitero, institucional, ni personal ni épico. Institucional.

Si se quiere construir una república, con sus estructuras, hay que empezar por tener unos buenos planos y unos arquitectos de primera. Sólo de épica, sólo del fugazmente glorioso 1-O, vive una comunidad política. El peligro de mitificación, cuando se iba, en palabras de una de las protagonistas, "de farol", no es el mejor de los avales.

La mejor de las garantías es el trabajo hecho a la hora de construir institucionalmente lo que se proclama como objetivo colectivo, hoy, por primera vez, proyecto ganador en las urnas.

Al fin y al cabo, poco importa si las diferencias que impiden construir un gobierno como es debido, que encare todos los retos que tiene Catalunya, sean estratégicas y/o tácticas, es decir, políticas; las personales, si las hay, son irrelevantes. Las divergencias de índole política, lógicas, tienen que ser superadas —ya va siendo hora— con un programa de coalición; ni sumisión ni plena acción conjunta, pues tenemos tres partidos diferentes, que son los únicos sujetos que aquí interesan. Una vez más, hay que hacer política y mostrar liderazgo. Liderazgo que, en todo caso, podría empezar por explicar públicamente, punto por punto, las imposibilidades de los acuerdos. Así, el electorado sabrá dónde se mete.

Sin liderazgo político no hay futuro, por muchas cumbres que se hagan o el lugar donde se hagan.