Buen tema, para algunos, en la sacrosanta jornada de reflexión. Los autodenominados constitucionalistas, como con frecuencia he sostenido, no conocen la Constitución. Ni el 155.

La ocurrencia del viernes de la Asamblea de Madrid pedir al gobierno central la Ilegalización de los partidos independentistas es una muestra de ello. La iniciativa de los extremistas de Vox, a la cual el pretendido centro tanto ayuda y tanto debe, hasta mimetizarse con ella, desconoce que el gobierno no puede ilegalizar nada, que ser independentista no es motivo de ninguna ilegalización. Desconoce que la Constitución no es una democracia militante, cuando menos en su letra de la Constitución y entes fundamentos jurídicos de las sentencias del TC, no en sus resoluciones, ni en la reciente sentencia del TS sobre el procés. Es decir, se puede ser independentista, federalista –material que ni en los outlets se encuentra–, republicano, libertario... o taurino o antitaurino.

Lo que es preocupante de la concepción de España y de la democracia de estos constitucionalistas es que el pluralismo político, es decir, el ejercicio y manifestación pública y organizada de la libertad ideológica, en realidad no existe

La petición de ilegalización, pura boutade electoral en la cual los dedos de centro han caído de cuatro patas, no tiene recorrido. Lo preocupante no es eso. Tampoco lo es que el gobierno estudie su impugnación delante del TC de esta resolución parlamentaria. Planeárselo es un insulto a la democracia. A un parlamento, que es un órgano de representación ciudadana emanando del voto popular, no se le puede censurar la discusión de ningún tema. En el Parlamento catalán, tampoco.

Lo que resulta preocupante no son estos tendenciosos fuegos artificiales. Lo que es realmente preocupante es que el independentismo no cabe en el cerebro de dichos constitucionalistas españoles. Lo que es preocupante de la concepción de España y de la democracia de estos constitucionalistas es que el pluralismo político, es decir, el ejercicio y manifestación pública y organizada de la libertad ideológica, en realidad no existe. Es más, no puede existir.

La razón: va contra la esencia de España. Para estos constitucionalistas la democracia no es un rasgo esencial de España. En su idea última y radical de España, la democracia, como mucho, es un accidente más o menos confortable, pero del que se puede prescindir si molesta mucho.

En el fondo es la lucha secular contra de la anti-España en la que los considerados buenos españoles, ahora constitucionalistas de sacristía, con la que siempre han sido comprometidos. No han entendido la complejidad de los fenómenos políticos y sociales ni que la realidad es fruto de muchas interacciones de planes, de roles, de estructuras... de personas diferentes, incluso muy diferentes. No pueden soportar que la realidad no sea un cuadro en blanco y negro, sin contornos, ni menos todavía grises, es decir, tibios.

Una opción posible ante este enemigo interior sería su expulsión, como se hizo con árabes y judíos. O crear un Bantustán. O asimilar definitivamente los diferentes desposeyéndolos de su cultura y de su concepción del mundo.

Sucede, sin embargo, que para hacerlo –ejemplos históricos en otros estados hay–, hay que ser eficiente. Después de 300 años largos, los que se consideran buenos españoles, ahora constitucionalistas, no lo han conseguido. Hay demasiadas cabezas intentando embestir y pocas cabezas intentando pensar. Claro está que Machado era republicano, es decir, sospechoso.