El pequeño Reino de Baréin es un archipiélago de 30 islas cerca de Arabia Saudí que contiene la catedral más grande de todo el golfo Pérsico, llamada catedral de Nuestra Señora de Arabia. En este pequeño país musulmán los católicos son solo 80.000, la mayoría trabajadores que provienen de Filipinas o de India. El papa Francisco se ha especializado (y este es su 39.º viaje apostólico) en ir a las periferias del mundo, y allí se encuentra unos días mientras por todos sitios proliferan armas y cohetes sin freno. Prefiere hablarle a la mayoría musulmana para obtener impacto y crear alianzas, que es lo que ha ido a hacer.

En sus parlamentos, ha insistido en invertir en educación, ofrecer más espacio a las mujeres, fomentar la paz y acabar con los extremismos. De los deseos del papa Francisco —en silla de ruedas por el dolor en la rodilla— pronunciados desde el golfo Pérsico esta semana, lo que sorprende más precisamente desde el lugar donde ha hablado es la referencia femenina y el no a la pena de muerte en un país en el que esta está vigente. No es difícil discrepar sobre la necesidad de la paz mundial (si revienta todo, no queda nada), pero es delicado hacerlo en según qué auditorio. Pero él entra siempre en jardines, midiendo bien las palabras, pero diciendo lo que quiere.

La voz del Papa se sigue minimizando, porque no adula a los poderosos de la tierra, sino que de vez en cuando sigue pronunciando sermones que ya no parecen de rector de pueblo, sino dignos de un presidente de las Naciones Unidas

El líder católico ha recordado que los creyentes son los que "dicen enérgicamente que no a la blasfemia de la guerra y al uso de la violencia, y son los que se oponen a la carrera de rearme, al negocio de la muerte y al mercado de la muerte". Los discursos del Papa han sido contundentes: en los escenarios trágicos que vive la humanidad prevalecen las "quimeras de la fuerza, el poder y el dinero", y sin trascendencia y fraternidad, el "desierto de la humanidad será siempre más árido y mortífero". En el "jardín de la humanidad", en vez de cuidarnos, "se juega con el fuego, los misiles y las bombas", con armas que causan la muerte, cubriendo la casa común de "cenizas y odio". Y su párrafo más político: "Mientras la mayoría de la población mundial se encuentra unida por las mismas dificultades, sufriendo graves crisis alimentarias, ecológicas y pandémicas, así como una injusticia planetaria cada vez más escandalosa, unos pocos poderosos se concentran en una lucha decidida por intereses partidistas, exhumando lenguajes obsoletos, redibujando zonas de influencia y bloques contrapuestos".

Estas palabras no eran ningún dardo dirigido solo a la diana de los países musulmanes, ni a los presidentes de grandes países. Es una frase muy consciente también hacia los grupos de poder dentro de la misma Iglesia que se han especializado en afilar cuchillos para recuperar una idea de poder que no coincide con la suya. Por eso en algunos medios se sigue minimizando la voz del Papa, que no se dedica a adular a los poderosos de la tierra, sino que de vez en cuando sigue pronunciando sermones que ya no parecen de rector de pueblo, sino dignos de un presidente de las Naciones Unidas. Porque en el fondo él aspira a ver un mundo así, de naciones unidas. Tiene trabajo, tenemos trabajo.