Estoy en un bar. Se me acerca una señora y me da conversación. Enseguida me comenta el caso del "violador de Igualada" y me pregunta: ¿y usted qué piensa, qué opinión tiene? Y en aquel momento me doy cuenta de que hay cosas sobre las cuales no tengo ninguna opinión.

En este trabajo, donde cada día convives con decenas de noticias, un día te encuentras con el caso de un hombre que durante un permiso penitenciario secuestra, viola, roba, apuñala y tira por un barranco a una mujer creyendo que está muerta. Terrible. Horroroso. 

Todo, pero sobre todo la violación. Un acto de brutalidad tan bestia. Tan anulador de tu dignidad. Tan humillante. Es un ataque tan irracional a tu integridad. Te tiene que ensuciar tanto. Tiene que ser tan doloroso de soportar y superar. Que lo peor de un ataque no sea que te han intentado asesinar demuestra la dimensión de la tragedia.

Tuve una compañera de clase que había sido violada. No lo sabía nadie y un día, de repente, me lo explicó. Con una serenidad glacial. Con una mirada tan llena de tristeza. No supe como reaccionar. Siempre he pensado que ella hizo un esfuerzo terrible para explicarme aquello y que yo no la supe ayudar. Cuando acabó el curso, la perdí la pista. No sé que ha sido de ella.

Cada vez que leo la noticia de una violación me viene en la cabeza aquella compañera. Y se me encoge el corazón. ¿Qué quiere que opine? ¿Se supone que por el hecho de dedicarme a lo que me dedico tengo que tener una opinión sobre todo, verdad? Pues no. Hay cosas sobre las cuales no se que decir. Ni tengo nada que decir.

No tengo ni idea de si un violador reincidente se puede rehabilitar o no. Y no sé si el permiso de Tomás Pardo, igual que los otros 20 que ya le habían dado, fue correcto o no, ni sé por qué el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria le denegó otros 13 permisos. Yo qué sé, pobre de mí. Supongo que los jueces actúan en función de los informes que reciben de los expertos y que no dan los permisos alegremente. E imagino que el que le dio este permiso no lo debe estar pasando muy bien. Y también supongo que los expertos tienen un criterio basado en sus conocimientos y que no dejarían libre a un violador sabiendo que puede reincidir. Pero no tengo ni idea. Ni sé nada de programas de rehabilitación de delincuentes sexuales, ni de juntas de tratamiento. Y no tengo ni idea de lo que ha fallado. Ni de si ha fallado algo.

Los expertos hablan de un porcentaje de "sólo" el 6% de violadores que reinciden una vez salen de la prisión. Sí, seguramente es muy poco, pero para mí que 6 de cada 100 reincidan, me parece una barbaridad. Ya me lo parecería uno solo, o sea que imagínese seis.

El contrato no escrito en las sociedades modernas entre ciudadanos y Estado es que la ley nos tiene que proteger de los malos. Y que, una vez pagado su error, los malos tienen derecho a rehacer su vida. Y está muy bien que de cada 100 violadores consigamos que 96 vuelvan a la calle y no lo vuelvan a hacer. Sí, sí, fantástico, pero... ¿y mi compañera de clase, qué? ¿Ha podido rehacer su vida? ¿Tiene una vida normal? ¿Y el resto de víctimas? ¿Cómo tiene que ser encontrarte a tu violador comprando el pan? Por muy rehabilitado que esté...

¿Y a la víctima de esta violación, qué? ¿Qué podemos decirle como sociedad? Es una de los nuestros y le hemos fallado. Hemos permitido que alguien haya repetido la barbaridad que ya había cometido otra vez contra otra mujer a la cual también le fallamos. Y ahora le ha tocado a ella. El derecho del violador a volver a intentar ser una persona normal y la vida destrozada de otra persona y, de rebote, la de su familia.

Eterno conflicto sin solución sobre el que se supone que tendría que tener una opinión y no sólo no la tengo sino que no sé qué decir.