Hace unos cuantos días que oigo gente diciendo que la situación política que vivimos tendrá graves efectos en la convivencia entre personas y que las consecuencias durarán mucho tiempo. Bien, como siempre sucede, eso dependerá de las personas.

Hay personas con una tendencia irrefrenable a estar cabreadas con el mundo. Y si no tuvieran como excusa la situación actual, no sufra que ya encontrarían otra. La cuestión es estar cabreado (o cabreada) con el mundo. Siempre. Lo de menos es el motivo.

Lo que si es cierto es que, en general, todos, incluidos a los que nos da pereza estar permanentemente cabreados con el mundo, estamos más "sensibles" a no entender o a no querer entender los otros. Y la pregunta es: ¿eso tiene solución? Yo creo que sí. Y, si me lo permite, pondré un ejemplo personal que implica otra persona que me ha dado autorización para ser citada.

El pasado 17 de octubre escribí este artículo. Explicaba y después criticaba unas opiniones manifestadas por la periodista Victoria Prego en una tertulia de la Cadena COPE. Y si lo escribí fue porque, como explicaba en aquella pieza, 1/ ella es la presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid (el equivalente de nuestro colegio de periodistas en Madrid) y 2/ ella es periodista, una periodista de trayectoria, y no una tertuliana cualquiera que se tiene que ganar la vida a base de meter leña al fuego.

¿Mi tono fue excesivo? Pues seguramente sí. ¿Si ahora lo volviera a escribir defendería lo mismo de una manera menos vehemente? Pues quizás sí. Pero sólo rompe platos quien los lava.

El caso es que la señora Victoria Prego me hizo llegar un correo electrónico de queja donde manifestaba que ella no había dicho lo que yo le adjudicaba. Yo le contesté con la grabación del audio del programa. No nos pusimos muy de acuerdo en sí lo había dicho o no. Ella defendía que no y yo que sí. El caso es que en uno de sus correos ella escribió: “Protesto porque en base en todas esas falsedades usted me adjudica, de un modo por completo gratuito, un sentimiento que es del todo ajeno a mi carácter: el odio. Jamás en mis casi 69 años de vida he odiado a nadie y mucho menos he sentido odio político por ninguno de mis compatriotas por más que tengan posiciones contrarias a las mías. Eso era lo que quería decirle”.

Y aquí sí que ya no hubo discusión posible. Podríamos haber estado polemizando unos cuantos correos más sobre si ella afirmó una cosa o no, pero sobre intenciones y percepciones no había nada que decir. Porque eran sentimientos exclusivamente suyos sobre los cuales yo no podía hacer ninguna valoración. Yo le había adjudicado un sentimiento que ella me decía no haber tenido nunca y yo tenía que aceptarlo y creerla. Podría y puedo criticar lo que ella dijo o dirá, de la misma manera que ella o quien sea puede criticarme a mí por lo que yo he dicho o diré. Pero si ella me manifiesta que mi percepción fue incorrecta, que yo estaba equivocado, yo tengo que admitir la enmienda.

En un correo posterior le manifesté que no tenía ningún inconveniente en explicar y transmitir a los lectores su queja sobre mis percepciones. Su respuesta fue que no tenía ningún inconveniente, pero que tampoco me lo pedía.

“Me basta con haber expresado mi protesta y que usted la haya recibido ¡y entendido!. Con eso tengo más que de sobra. No tiene usted que sentirse obligado, en absoluto, a abordar el asunto más allá de nuestra correspondencia. Pero puede usted hacer lo que crea oportuno. Por mi parte, doy por finalizada la controversia. Un cordial saludo”.

Han pasado seis meses y he creído que este era un buen día para explicar este caso. Porque hablando, las personas se entienden. Y se comprenden, que es mucho más importante. O al menos, lo intentan. Bien, a no ser que se trate de gente que prefiere estar cabreada con el mundo antes que entenderse, que haberlas también las hay. Porque todos y todas somos subjetivos y nos guiamos por nuestras percepciones. Y algunas veces acertamos, otros nos equivocamos y otras nunca lo sabremos a ciencia cierta.

Porque tenemos que aceptar y respetar que las personas nos digan que han actuado de una manera totalmente opuesta a la que nosotros hemos percibido. Aunque pensemos que teníamos toda la razón. Sobre todo porque también nos gustaría que, dado el caso, las otras personas también nos lo aceptaran y nos lo respetaran a nosotros.