Agosto se va. Y lloviendo. Es la sensación que hacía falta para acabar de cerrar el chiringuito definitivamente. Llega el momento de hacer balance y de todo lo que usted dijo que haría durante el verano pues... pssse, poquita cosa. O directamente nada. Aquel libro que puso a la maleta y que allí se quedó. Aquel deporte que dijo que haría por la mañana a primera hora "antes de que haga calorcito" y que duró el primer día. Aquel evitar la cervecita fresquita antes de comer y que duró todavía menos que el propósito de hacer deporte. Y aquel rotundo "no pienso mirar el móvil" que murió haciendo la cervecita fresquita que ya había caído el primer día.

En cambio, sí que usted ha hecho una cosa que no estaba prevista: mirar por televisión deportes que en su vida había imaginado que miraría. Cosas de los JJOO.

De repente, usted se puso a ver un partido de badminton. Sí, sí, de badminton. Y descubrió que a aquello que golpean con una fuerza descomunal sin que prácticamente se mueva de sitio le llaman "volante" y no pelota. A continuación se tragó una competición de lanzamiento de disco femenino. Y lo remató, sin inmutarse, asistiendo, sin entender nada, a 5 combates de taekwondo.

Y seguro que en algún momento u otro usted tomó partido por alguien de los que competía. Aparte del sentimiento nacional de cada uno, que predispone mucho a ir a favor o en contra de los deportistas o de los equipos en competición, siempre hay un extraño mecanismo que nos impulsa a decidir que uno nos cae mejor que el otro.

Lástima que los expertos en comportamiento humano están demasiado ocupados estos días con el estrés posvacacional y no tienen mucho tiempo para dedicarse a estudiar qué pasa por nuestro cerebro cuando decidimos dar apoyo a alguien que no sabemos ni quien es. ¿Por qué lo/la escogemos? O, si damos la vuelta a la cosa, ¿por qué decidimos no escoger a alguien? ¿Por qué un día empezamos a charlar con aquella persona que acabó siendo el amor de nuestra vida? ¿Por qué en la escuela empezamos a jugar con la persona A y no con la B y con el paso de los años esta persona no ha dejado nunca de formar parte de nuestra vida?

¿Reflexiones poco relacionadas con el verano? Sí, puede ser. O quizás son los pensamientos más veraniegos posibles. Propósitos, ilusiones y comportamientos que han convivido con nosotros y que ya son pasado. Y el cerebro hace limpieza inconsciente y se prepara para otros retos de futuro. Y aquí es cuando renovamos el tridente de buenos propósitos clásicos de las postvacaciones: hacer deporte (esta no falla nunca), aprender inglés y dejar de fumar (eso los que fuman). Pero quizás le añadimos jugar a badminton o aprender taekwondo. Y cuando llegue Navidad y hayamos vuelto a fracasar, los re-renovaremos buscando el estallido de la primavera. Y así reiniciaremos el ciclo vital que nos mueve. ¿Con un inmenso auto-engaño? Sí, pero como lo sabemos, tampoco nos hacemos mucho caso y seguimos poniéndonos la zanahoria delante de las narices. Y de esta manera vamos superando etapas en las que añadimos a nuestra particular mochila la final olímpica de lanzamiento de disco en que fuimos a favor de una bielorrusa.