Todo va muy rápido. Las cosas pasan a una velocidad imposible de seguir y parece que haga meses de cosas que sucedieron hace semanas. El análisis es complicado porque cada día aparecen decenas de noticias nuevas que tapan las de ayer. Por eso, este fin de semana de pequeña tregua es un buen momento para repasar algunos hechos de los últimos días.

El domingo pasado, a pesar de todo, 2 millones trescientos mil catalanes votamos. Votamos a pesar de afirmaciones tan rotundas como estas:

Votamos a pesar de que uno de los estados más poderosos del mundo hizo todo el posible para que no lo consiguiéramos. Votamos porque uno de los estados más poderosos del mundo no pudo encontrar ni una sola urna. Ni una. Hubo urnas, hubo papeletas, hubo censo y hubo recuento. Votamos. Y tenemos que estar muy orgullosos de haberlo conseguido, a pesar de todo. Como lo tenemos que estar de habernos manifestado durante seis años seguidos, centenares de miles o millones, da igual, pero sin ningún incidente. Y tenemos que darle el gran valor que tiene. Porque ahora mismo no hay ningún otro país del mundo que lo haya hecho. Y parece que no tienen importancia. Y la tiene. Mucha.

Miles de catalanes defendieron los colegios electorales de todos los barrios de todas las ciudades del país. Desde el más rico al más pobre. Desde el centro a la periferia. De las grandes ciudades a los pueblos más pequeños. Y eso nos ha cohesionado como sociedad. ¿Nos hemos gustado? ¿Sí, qué pasa? Tenemos todo el derecho y tenemos que estar muy satisfechos. Y la reacción violenta de un estado absolutamente desbordado todavía nos ha cohesionado más. Indepes, no indepes y ninguna de las dos cosas unidos contra un Estado que sólo entiende el uso de la violencia para resolver los problemas políticos.

Oiga, es que no lo digo yo. Lo dice la opinión pública de medio mundo que ha visto las imágenes del domingo. Y, no, ya no es un tema de indepes y no indepes. Es la dignidad de un pueblo. Un pueblo que somos todos. Nos han pegado, nos han intentado humillar y nuestra reacción ha sido unirnos. Lo demostraron los miles de catalanes que no tenían previsto ir a votar porque no creían en la consulta y que, viendo cómo pegaban a su vecino, cogieron una papeleta, el arma más mortífera contra los totalitarismos, y dijeron "aquí estoy yo", ¿qué hay que hacer? Porque antes que indepes y no indepes somos familiares, somos amigos, somos vecinos, somos conocidos y somos saludados frente a un Estado argumentando que querer votar es golpismo. Un Estado que ha perdido la noción de la realidad y que sólo sabe imponer la razón enviando salvajes a pegar gente desarmada.

En ningún país civilizado (y sin civilizar) del planeta se había visto (¡NUNCA!) la policía apaleando a sus ciudadanos para robarles las urnas de una consulta pacífica que el propio Estado decía que no tenía ninguna validez. ¿Por qué? ¿Por qué este odio contra la población? ¿Por qué el terrible "a por ellos"? Si decían que tenían controlado el sistema informático, ¿por qué buscar la sangre? Para provocar miedo. Porque sólo entienden el miedo. Sólo saben usar el miedo y la violencia. El "muera la inteligencia" es del 12 de octubre de 1936, pero está más vigente que nunca.

En ningún Estado pretendidamente democrático del mundo se había visto nunca la policía gritando "a por ellos", y que estos "ellos" fueran la ciudadanía a quien tienen que defender. En ningún Estado del mundo se había visto a unos ciudadanos animando a la policía a apalear a otros ciudadanos gritando este ya histórico e inolvidable "a por ellos".

Y mientras la policía pegaba indiscriminadamente gente que quería votar, el aparato de propaganda de este Estado y sus periodistas a sueldo intentaban crear el relato de que todo era una farsa. Se inventaron que era la gente la que pegaba policías, hasta que tuvieron que callar la boca ante las imágenes que todas las televisiones del mundo ofrecían a unos atónitos espectadores. Han silenciado que hay una persona herida por bala de goma, un arma prohibida, y se han dedicado a discutir la sangre de una mujer golpeada en la cabeza. Hasta que la realidad los ha dejado como lo que son. Han discutido y han hecho befa de la cifra de heridos, hasta que han tenido que pedir perdón sin pedirlo realmente.

Han realizado registros sin orden judicial, han detenido personas normales en medio de la calle usando métodos de humillación innecesarios, han violado la correspondencia de ayuntamientos y han hecho cosas que incluso serían un escándalo en la Turquia de Erdogan. Esta España que se llena la boca de legalidad es el Estado que dicta a la fiscalía y a sus tribunales políticos lo que tienen que hacer. Y lo dictan en público y con una total desvergüenza. ¿De qué legalidad habla un Estado donde un ministro del Interior y el máximo responsable de combatir la corrupción se reúnen para inventar acusaciones contra políticos elegidos por la ciudadanía? ¡Callen, hombre, callen! La palabra legalidad nunca más en su boca. Ni la palabra justicia. Ni la palabra democracia. No las ensucien, por favor.

Y hablan de fractura social. ¿Quién ha fracturado la sociedad? ¿Quién ha dividido a la sociedad? ¿Los que querían votar pacíficamente o los que pedían violencia? Quien ha roto la sociedad española es el neofranquismo aznarista totalitario que hace 20 años dicta como tienen que ser los españoles. Exactamente como ellos digan. No hay margen. Ni espacio. Quien quiere ser español a su manera, inmediatamente es calificado de nazi, golpista y adoctrinado. ¿Por qué se piensan que en Catalunya hemos llegado donde estamos? Porque han roto la sociedad y las reglas del juego que esta sociedad se había dado. Unilateralmente. ¿Quién ha roto la sociedad? ¿Los qué armados hasta las cejas entraron a saco en decenas de pequeños pueblos y empezaron a impartir la justicia de la violencia? Quien haya visto las imágenes no las olvidará nunca y, por supuesto, nunca más querrá pertenecer a un Estado que es capaz de eso. Porque romper la sociedad es exactamente eso.

Y ahora se busca un mediador. Para desencallar la situación. Y una de las partes, la de siempre, dice que no quiere oír ni hablar del tema. Porque un mediador pone de acuerdo dos partes y ellos no quieren reconocer que nosotros somos una parte. De aquí llora a la criatura. Es Rajoy diciendo "ni quiero ni puedo". No les da la santa gana. Hasta que alguien los obligue.

¿Y mientras, qué? Pues estamos cansados y hay miedo. Claro que sí. Pero tenemos que resistir. Cuando el domingo vieron la repercusión que tenía su brutalidad, tuvieron que hechar el freno de mano. Como tuvieron que hechar el freno de mano aquel miércoles de las detenciones, cuando vieron que la gente salía espontáneamente a las calles a defender sus instituciones. En el primer cuarto del siglo XXI y en la Europa occidental, no se argumenta a hostias y contra gente indefensa. Y lo saben. Ellos lo intentan, pero saben que no pueden cruzar la línia.

Ahora usarán la justicia y las presiones a las empresas, acciones efectivas pero con menos impacto visual. Pero nosotros nos tenemos a nosotros y a nuestra unidad. Y a los medios de comunicación de la Europa libre y a las diferentes opiniones públicas que pueden presionar gobiernos. Todo depende de nosotros. Porque quién resiste, gana.