Ha pasado un año del 1 de Octubre (ay, sí, cómo pasa el tiempo, ¿verdad?) y la tradición dice que las efemérides sirven para dar una mirada al momento en donde estamos.

Se ha dicho y se ha repetido, pero eso no invalida la frase: los que el 1 de Octubre defendieron los colegios electorales no se preguntaron qué pensaban ni qué votaban. Estaban y punto. Hicieron lo que tenían que hacer y ya está.

Un servidor estuvo en el barrio de Sant Roc de Badalona y allí había un chileno que explicaba: "Yo he defendido la democracia en mi país de nacimiento y hoy la defenderé en el país que me ha acogido". Y también había un chico, no indepe, que comentaba que lo aprendido en aquella escuela le había permitido tener el futuro que cuando entró no tenía. Ahora vivía fuera del barrio, pero después de mucho tiempo volvía porque creía que su deber era defender su escuela.

Y la gente votó. Gracias a ellos dos y a otros centenares de miles de catalanes muy diversos. Sin embargo, antes había habido una organización a la catalana. O sea, discreta, contenida y que sin hacer ruido construyó una red impenetrable para un Estado que se demostró desubicado y ajeno a la realidad social del país.

Y ahora, ¿qué? ¿Qué queda de todo eso? Pues queda que el Estado ha ayudado mucho a mantener la llama encendida y nos ha mostrado su verdadera cara político-judicial prefiriendo la unidad de España al Estado de derecho y a la calidad democrática. Queda que quien se volvió indepe todavía lo es a pesar de que unos cuantos lo son a la catalana (ya sabe, lo de la discreción y la contención). Y, por encima de todo, queda la política. Si me lo permite, la puta política.

Y la política es, digámoslo claro, dos grandes espacios que han ido más allá de sus siglas y se pelean por ocupar la centralidad del movimiento e intentan conseguir lo que denominan "la hegemonía" del mundo soberanista. El espacio "conver" que ahora sería "juntsper" (con sus diferentes evoluciones de siglas e ideológicas) y el espacio de Esquerra (abriéndose al soberanismo ex-PSC) pugnan por conseguir el apoyo del grueso de los votantes de ahora hace un año. Y, por debajo, la izquierda anticapitalista está atenta para recoger a los desencantados que caen y añadirlos a su lucha.

Ayer estuve en Valls, donde inauguraron la plaza del 1 de Octubre. ¿Sabe qué gritaba la gente que estaba allí? "¡Unidad!" Pero ¿sabe cuál es el problema? La política considera que gritar "unidad" ya es tomar partido. ¿Por qué? Porque el mundo "juntsper" está por hacer listas únicas y el mundo "esquerra" está por crear espacios abiertos de base ampliada, pero por separado. Gritar "unidad" se considera dar apoyo a los unos y quitárselo a los otros.

O sea, la unidad separa. Interesante.

"Y un año después, ¿qué"?, planteaba en el título. Pues bien, un año después unos creen que hay que seguir remando porque nunca se había llegado hasta aquí, otros que solo queda persistir, otros están desanimados, otros piden que de una vez alguien les diga la verdad, otros están hartos y otros no tienen ninguno de estos sentimientos, pero todos siguen siendo indepes. Sí, porque el Estado los ha expulsado sentimentalmente de España. Definitivamente.

Y "Juntsper" y Esquerra van a la suya. Cada día más. Con estrategias diferentes. Partidistamente diferentes. Con la mirada fija solo en las siguientes elecciones. Con la mirada pequeña, a corto, buscando el titular del día siguiente en la hoja parroquial y no el gran titular en The New York Times. Lo llaman miopía. Política.