Ejercicio de suposición. A su pueblo (o ciudad, o barrio) llega una compañía que propone instalar una empresa que dará trabajo a todo el mundo, garantiza una jubilación de mil quinientos euros mensuales con 14 pagas y construirá un jardín de infancia y una escuela pública, un hospital, residencias para gente mayor y creará una empresa de autobuses que conectará gratuitamente con los destinos de más demanda. ¿Acepta, verdad? Pero espere, que hay un pequeño problema. La empresa es muy contaminante y existe el riesgo de que un 0,5% de los vecinos sufran una enfermedad mortal. ¿Ahora acepta? Piense que es el bienestar del 99,5% a cambio de la salud del 0,5%. ¿Qué, difícil elección, no? Pues en el mundo del fútbol, el planteamiento va por aquí, pero parece que nadie lo tenga en cuenta.

¿Estaría de acuerdo en vender su club del alma, aquel por el cual daría la sangre si hiciera falta, a cambio de que el propietario fuera el gobierno de un estado dictatorial que vulnerara los derechos humanos y asesinara a los disidentes? Pues exactamente eso es lo que no se han cuestionado los seguidores del Newcastle United, uno de los clubs históricos de la Gran Bretaña ahora que ha sido comprado por el fondo público de Arabia Saudí por 359 millones de euros. Su respuesta ha sido afirmativa en un 94%, según dice una de estas encuestas que se hacen y de las cuales usted y yo nos fiamos tanto. En todo caso, si hubieran estado en contra, la venta se habría hecho igual porque su opinión importa exactamente cero.

Antes, sin embargo, y para suavizar el aterrizaje, la Premier inglesa, que serían los Tebas de allí; o sea, la patronal de los clubs; aceptaría considerar este fondo como un ente desvinculado del estado saudí. Eso a pesar que Mohammed bin Salman, el príncipe heredero, también es el presidente de la nueva cosa. Vaya, que sería saudí pero no mucho y haría bueno aquello del "pagando, san Pedro canta". Por lo tanto, y resumiendo, el Newcastle podrá fichar jugadores y entrenadores de nivel al precio que haga falta, les pagará grandes sueldos, renovará las instalaciones y, quizás, ganará algún título. Y sus seguidores considerarán que los señores que mandan Arabia Saudí son bellísimas personas y que la vulneración de los derechos humanos son una cosa que si te giras, ni la ves.

Continúa, pues, el debate que ya se ha abierto con otros clubs como el Manchester City y el París Saint Germain, propiedad los Emiratos Árabes y del Qatar, respectivamente: ¿Podemos hacer negocios con países gobernados por sátrapas? Y ya que estamos, añadamos preguntas como: ¿podemos comerciar con dictaduras como China? Por cierto, el Español es propiedad de un señor chino... ¿Queremos el gas de un régimen como el que impone Putin en Rusia, donde hay elecciones, sí, pero si aquello es una democracia servidor de usted es Daniel Craig? ¿O queremos el gas del régimen de libertades tuneadas de Argelia? Y si no aceptamos tener tratos con estos países, ¿dónde ponemos el límite y eso quién lo decide? ¿El Brasil de Bolsonaro entra en la lista de los malos? ¿Y cuando en los EE.UU. gobernaba Trump, qué? Los dos ganaron unas elecciones democráticas, aunque el Bolsonarismo encarcelando a Lula y el trumpismo creando una mentira tras  otra. Y yendo al extremo, en la época de Pablo Escobar, en su país había mucha gente encantada con él porque les permitía ganarse la vida. ¿Era un asesino? Sí, pero era "su" asesino, les daba trabajo traficando y lograban grandes beneficios. Vaya, que para sus vecinos Escobar era una bellísima persona. En todo caso, ¿y si le damos la vuelta a la cuestión?

No se trata de preguntarnos si debemos aceptar o no sino: ¿tenemos alternativa? ¿No queremos saber nada de China? ¡Perfecto! Pero sin su mercado no tendríamos a nuestro alcance millones de productos de consumo, incluido el ordenador con el que he escrito esta pieza y el aparato con el que usted la lee. Y a partir de aquí, este invierno nos calentaremos quemando maderas en el comedor de casa, etc, etc.

En un mundo fantástico, todo debería ser fantástico. Pero el mundo no es nada fantástico. Y, aunque nos señalen, la culpa no es suya ni mía. Ni tampoco tenemos la solución. Aunque no seamos del Newcastle. Ni del City, ni del PSG. Ni de nada.