Este martes compartí plató con Carol Mitjana. Fue en can Melero (Tot es mou-TV3). La señora Mitjana es directora de una residencia de personas mayores de Lleida y al principio de la COVID, cuando del virus todavía sabíamos menos que ahora, decidió quedarse a vivir allí para evitar al máximo el riesgo de contagio a las personas internadas. Al día siguiente, veinticuatro personas de su equipo se presentaron en el centro con las maletas e hicieron lo mismo que ella.

El riesgo cero no existe y la apuesta les podría haber salido mal. Era un momento en que el virus había estado circulando tranquilamente, cuando todavía ni imaginábamos lo que sucedería después y la enfermedad ni tan sólo tenía nombre. Por qué no, algún interno podría estar ya infectado y al aislarse allí dentro contagiar al resto. O podría estarlo alguno de los trabajadores que se confinaron con ellos. O la señora Mitjana. Pero no, todo fue bien y un año después no ha habido ni un solo caso. Efectivamente, el riesgo cero no existe, pero si las cosas se hacen bien, la mayoría a veces las cosas acostumbran a salir bien.

Oía a la señora Mitjana explicando como ella y sus hermanos tomaron la decisión y, mientras, observaba sus gestos, su expresividad y, sobre todo, su mirada. Y cómo explicaba aquellos momentos de incertidumbre y miedo con sencillez, naturalidad y, sobre todo, humildad. Y lo que se me transmitía era la pasión de una persona por su trabajo. Y de la pasión nacen las ganas de hacer bien las cosas y, por lo tanto, la profesionalidad. Y de aquí la empatía. Y eso desemboca en resultados. Pasión, profesionalidad y empatía con las personas mayores, un bien muy escaso. Lamentablemente.

Muchas personas que trabajan cuidando personas mayores lo hacen porque no tienen nada más. No es vocación, es pura supervivencia. Son trabajos primordiales pero muy poco valorados socialmente y peor pagados. Muy duros física y mentalmente. En más residencias y sociosanitarios de los que querríamos, las personas mayores sólo son viejos que sirven para facturar. Y cuando mueren, por una puerta sale la caja y por la otra entra otra máquina de hacer billetes. Son factorías creadas para obtener el máximo de beneficio económico, no para cuidar de personas que necesitan un trato especial porque la mayoría de veces están enfermas. No importa la calidad de la comida, ni el trato humano. Por las las noches, una planta con 30 ancianos puede estar atendida por una sola persona. ¿Por qué tenemos que pagar más sueldos, verdad? Treinta seres humanos con sus necesidades, sus miedos y sus pesadillas. Y en su cama de barras están como en una prisión. Toda la noche. Hasta que cuando toca, les abren la celda. Y tienen que comer cuando quizás no tienen hambre. Y sus cosas, sus recuerdos, su vida, están en un trozo de armario con unas perchas de alambre delgado. Y su cama no es "su" cama ni su butaca es "su" butaca. Y su conexión con la vida es un televisor con el volumen en toda hostia y permanentemente sintonizado en Tele5 situado en una sala donde se mezclan los internos con los familiares y las visitas. Una vida sin intimidad ni capacidad de decisión.

Quizás todavía no son conscientes, pero con su sacrificio personal, renunciando a su vida privada y aislándose de su familia, la señora Mitjana y su equipo hicieron una cosa no menor y muy bestia: salvar la vida de unas cuantas personas. Nunca sabremos cuántas, pero sólo con que fuera una, ya habría sido una brutalidad. Son el ejemplo de lo que también han hecho otras señoras Mirjana y otros equipos como el suyo que han trabajado anónimamente en otras residencias salvando la vida de centenares de personas. Gracias a su dedicación, profesionalidad y sacrificio. Como sociedad se lo tenemos que agradecer pero, sobre todo, lo tenemos que hacer porque esto ha sucedido como consecuencia de querer realizar bien su trabajo.

Si requiere y tiene tiempo, le dejo el enlace de la entrevista: