Por si le faltaba alguna cosa a la invasión rusa de Ucrania, ahora añadámosle al guion una posible historia de espías misteriosos y traiciones internas a muy alto nivel. Y hablo de "posible" porque cada vez que hablamos de la guerra iniciada por Vladimir Putin, antes de hacerlo deberíamos decir: "No se vayan que ahora viene la publicidad". Ojo, por parte de los dos bandos. Total, que dicen, dicen, dicen que Roman Abramovich, uno de los grandes oligarcas rusos y expresidente del Chelsea, y el resto de personas que fueron a Kiïv a negociar un acuerdo de paz, han sufrido síntomas compatibles con los efectos de un presunto envenenamiento.

Más allá de la posible propaganda de guerra, el problema para el régimen de Putin es que la noticia es completamente posible, real y veraz. Porque, como también ha hecho -por ejemplo- Arabia Saudí, las dictaduras -por mucho que en Rusia digan que hacen elecciones- siempre tienen la tentación de hacer desaparecer los disidentes o a los molestos. El régimen de la familia Al Saüd lo hace descuartizando periodistas en sedes diplomáticas situadas en Turquía, por ejemplo. Y Putin por dos vías: 1/ La "blanda", consistente en encerrar cualquier persona que le moleste y a base de usar la justicia para construir acusaciones de todo tipo y 2/ La vía "directa" que, así como para resumirla, va de envenenar o meterle unos cuantos tiros a quien haga falta y donde haga falta.

Por lo tanto, si usted me pregunta si me creo que Putin o su entorno han intentado asesinar a Abramovich y a los negociadores de una posible paz, le diré que sí. Porque lo dice The Wall Street Journal, que se supone ha obtenido la información de fuentes de los EE.UU. que -recordémoslo- eran los únicos que decían que habría invasión y guerra y la acertaron. Pero, sobre todo, por algunos casos que hoy conviene recordar.

7 de octubre del 2006. Moscú. La periodista Anna Politkovskaya recibe cuatro tiros, el último en la cabeza -cómo hacen a los sicarios-, cuando salía de su casa. Había sido muy crítica con el régimen ruso y ya había sufrido un intento de asesinato y uno de envenenamiento.

23 de noviembre del 2006. Londres. El exespía ruso y ex coronel de la KGB Aleksandr Litvinenko está en un hotel tomando un té. Muere envenenado por polonio 210, un material radiactivo. Nueve años más tarde la investigación oficial británica concluyó que la orden había sido dada "probablemente" por Putin. Litvinenko había investigado el asesinato de Politkovskaya.

4 de marzo del 2018. El también exespía ruso Serguei Skripal y su hija son envenenados -también en Londres- con un gas nervioso, pero salvan la vida tras dos meses en el hospital.

27 de febrero del 2015. Moscú. El líder opositor Boris Nemtsov es asesinado a tiros en la Plaza Roja, al lado del Kremlin. Aquel día Putin cumplía 54 años y estábamos en plena polémica sobre el papel de Rusia en la guerra civil que se libraba en la zona del Donbass.

Y podríamos seguir. Mucho rato. Porque según el Comité para la Protección de los Periodistas, con sede en Nueva York, desde 1992 han sido asesinados en Rusia una sesentena de periodistas. Todos ellos críticos con Putin. Y lo peor es que no ha sucedido nada. Ni dentro ni fuera de Rusia. Porque se ve que ir matando gente por el mundo es el más normal. Del mundo.