Las Ferias de Santa Llúcia montadas, los escaparates de las tiendas decorados, las luces de las calles en su sitio y anuncios de colonias en las televisiones, que se distinguen de los otros porque no se entiende nada de lo qué dicen. Eso quiere decir que vuelve la Navidad, aquella bonita época del año en la cual no puede faltar una buena discusión ideológica.

Por una parte, las ciudades donde gobierna la derecha como Madrid y una ciudad fuera de carta como Vigo donde gobierna a un exministro de Felipe González como Abel Caballero, compitiendo entre ellas a ver a quien se gasta más iluminando las calles hasta conseguir provocar más claridad de noche que de día.

Y por el otro lado, las ciudades de izquierdas y "comprometidas" como BCN que no son tan partidarias de esto de las luces de Navidad, las pistas de hielo y los cañones de nieve artificial en la calle principal. Es aquella austeridad que tuvo como máximo exponente el año 2008, cuando Iniciativa colocó en la vía pública unos árboles de Navidad que se encendían gracias al esfuerzo de los ciudadanos pedaleando en una especie de bicicleta estática. Costaron 214 mil euros, 14 mil más que todo el alumbrado de la ciudad, y provocaron tanta controversia y debates tan encendidos que acabaron olvidados en un almacén.

Y, como no, la polémica con el pesebre de la plaza de Sant Jaume de la ciudad de BCN, una tradición tan navideña como suplicar a la suegra que no, que no te ponga otro canelón, que con 14 ya tienes suficiente para poder conseguir afrontar el asado. Para los unos, una necesaria transgresión artística y una apuesta por la modernidad. Para los otros, una falta de respeto y una ofensa a los valores cristianos.

Así como para resumir hasta la simplificación la cosa navideña tendríamos que la derecha quiere mucha luz y la izquierda quiere oscuridad. La derecha quiere conseguir la felicidad y la alegría de los ciudadanos con bombillas que ayuden a consumir y la izquierda quiere conseguirlo con el compromiso social. O eso dicen unos y otros.

Pero paralelo a este debate llega el de la solidaridad. En la temporada de verano tenemos barcos rescatando miles de personas en el mar y entonces discutimos sobre si las administraciones tendrían que solucionar el problema o si mientras eso no sucede tenemos que dejar que mueran ahogados. Y ahora en invierno la cosa va de recogidas de alimentos (grandes y no tan grandes) y de maratones televisivos. ¿Fraternidad o caridad? ¿Donde no llegan las administraciones tienen que llegar los ciudadanos movilizándose? ¿Si un gobierno no hace lo suficiente, o no puede hacer más, si los hijos de mi vecino no pueden tener un vaso de leche cada día y yo puedo proporcionárselos, ¿qué hago? ¿Les ignoro? Es el pez que se muerde la cola. Claro que no tendría que haber gente pasando hambre, pero mientras eso llega a una velocidad comparable a la del caballo del malo, si no recogemos comida para quien lo necesita, esta gente no comerá.

Y el apasionante debate sobre si los políticos tienen que ir a hacerse fotos cuando ejercen la solidaridad o mejor menos fotos y más dedicación a acabar con los problemas que hacen necesaria esta solidaridad. ¿Los políticos tienen derecho a ser ciudadanos que ayudan a otros ciudadanos o el cargo los imposibilita a ser un ejemplo para el resto?

No lo sé, quizás si dedicáramos menos energías a estos debates, tan repetitivos como absurdos y enfocados sólo a intentar demostrar a los tuyos quan puro eres, tendríamos más tiempo de plantearnos cómo intentar resolver el problema. Aunque fuera sólo un poquito. Porque, no nos engañamos, desgraciadamente el problema no tiene una solución al 100%. Ni con mucha solidaridad ni sin una pizca.