Cuando dos personas, dos empresas o dos partidos políticos se quieren poner de acuerdo, se ponen de acuerdo. Es un pim y un pam. Y listos. Ahora bien, si no quieren, es imposible. Por mucho que no tengan ninguna otra opción que pactar y que lo hagan aunque sea sin querer. Es el famoso fenómeno de la biodramina. Cogen la perdiz, la marean, la remarean, la centrifugan, la sacuden y la remueven como si fuera un Dry Martini que James Bond nunca se pediría por caótico y, finalmente, la suben al Pedraforca, la meten en una bota de madera y la sueltan montaña abajo. Y cuándo la perdiz ya ha sacado incluso la primera leche que mamó, cosa que tiene mucho mérito porque las perdices no maman, entonces le chutan biodraminas en vena y los dos se exclaman: ¡"Huy, pobre perdiz! Creo que se ha mareado y no se recupera mucho. Ojo, pero es culpa de los otros, eh". Y viceversa.

Ochenta días después de empezar a negociar, estamos como la canción de la serie de dibujos animados de Willy Fog (es la parte boomer de este artículo). "Son ochenta días, son, ochenta nada más, para dar la vuelta al mundo". Pero aquí lo que da la vuelta al mundo son los reproches. De todas las variedades, tamaños y colores. El catálogo no tiene final.

Los unos dicen: "No hay acuerdo por culpa de los otros, que han roto las negociaciones cuando estábamos a punto de llegar a un acuerdo en este escenario que se abría después de las últimas reuniones en que se había avanzado en un marco de relación estable. No entendemos el cambio de estrategia ni a que obedece un golpe de timón que revienta el trabajo hecho hasta este momento. Por lo tanto, nosotros no nos levantamos de la mesa y seguiremos negociando porque creemos en el acuerdo. Aunque a la otra parte falta concreción. Queremos hacer las cosas bien porque queremos un gobierno fuerte con una hoja de ruta clara y fruto de un acuerdo sólido y duradero en el tiempo que sea un punto de inflexión, ya que la ciudadanía no entendería otra cosa. Hay que desencallar la negociación que bloquean los otros y, a pesar de que la situación es complicada, es necesario dejar de crear esta confusión que genera una estrategia hierática que nos vierte al florolismo del klamderos proskolsters con una perdoratzión rumsbústica que ferderali el membusto". Y se quedan tan anchos.

Y los otros les responden con los mismos argumentos pero cambiando el orden de las palabras para que parezca que son otras. Eso sí, a la hora de construir el relato que no falten nunca las siguientes frases mágicas: "pondremos sobre la mesa", "hoja de ruta", "la ciudadanía no entendería", "punto de inflexión" y "un escenario". Total, que estos dos eran los que tenían que gobernar juntos. Y resulta que cuando la perdiz los ve, desde Raticulín estando, huye de ellos a una velocidad que a su lado Usain Bolt con un cohete en el culo es un caracol-tortuga saliendo a pasear el día de la fiesta patronal de los caracoiles-tortuga. Porque es que, pobrecita mía, ya no puede asumir más mareo. La perdiz. Bueno, y la tortuga-caracol.

Por lo tanto, que hagan lo que quieran. Y cuándo lo tengan hecho, que nos avisen. Pero, por favor, nada de repetir elecciones. La cosa no está como para ir jugando a la ruleta rusa. Ni con su credibilidad ni con la paciencia de la gente. O sea, la nuestra. Pero, sobre todo, porque no es la gente quien se equivoca. Quien se equivoca es quien no se pone de acuerdo.