La mejor manera de solucionar un problema es que no se hable de él. Fíjese, en democracias tan consolidadas y reputadas como China y Rusia aplican este sistema y les funciona de maravilla. Allí los que mandan o bien se eligen directamente a sí mismos o bien usan sistemas de democracia orgánica muy pintoresca y deciden de lo que se habla y de lo que no. Y si alguna persona ciudadana opta por lo que no, no sufra que dejará de hablar de ello. Y rápido. Es una manera de funcionar tan tentadora que algunos países europeos hace tiempo que les copian el mecanismo. Supremamente. Volhofsamente. Es que, oiga, ¡qué manía tiene la gente de querer hablar de lo que quiera y como quiera! ¡Callen, hostia ya! ¡Y obedezcan!

Por ejemplo, esto del precio de la luz. Cada día con la bromita de que si hemos alcanzado un nuevo récord, que si hace un año el precio del megavatio hora estaba a 45,01€ y hoy a 140,23 y que si no-se-qué... ¡Basta ya hombre (y hombri), basta! Basta ya de hablar del precio de la luz. Aquí ni se tienen que bajar los impuestos que pagamos cuando encendemos una bombilla, ni hay que tomar estas medidas que dicen que están tomando pero que nadie dice cuáles son y que no tienen ningún efecto. No, aquí lo que hace falta para acabar con el debate sobre el aumento del precio de la luz es dejar de hablar del aumento del precio de la luz. Ya se lo digo yo que si lo hiciéramos, se ha acabado la complicación. Lo que no sale en ninguna parte, no existe.

Si tú no estás cada día con la matraca, ya puedes poner el precio de la luz a precio de ensalada de tacos de Jabugo 30 jotas con caviar blanco del Caspio y trufa blanca del Piamonte que la gente (y la genti) viviría chorreando felicidad. La ignorancia siempre provoca felicidad y, en cambio, la maldita libertad acaba siempre en libertinaje. Y en tristeza. Y es por este afán de querer saber las cosas que generamos hecatombe social. Terrible. ¿Entiende ahora, verdad, por qué el desconocimiento, el silencio y la censura son tan sanos y construyen sociedades tan jubilosas y festivas?

Lo que tiene que hacer la genti es callar, obedecer y creerse todo lo que les dicen. Si, por ejemplo, la ministra Ribera admite -ojo, en sede parlamentaria, no en un bar a las cinco de la mañana- que este año el recibo de la luz subirá un 25% y, seguidamente, reclama empatía a las eléctricas, ¡pues viva la empatía! Porque la empatía es muy bonita. Y sana. Y con empatía, la vida fluye mucho más. En general. Entre salir a quemarlo todo y la empatía, es que no hay color. Pero claro como que vivimos en el mundo del supremamente y del volhofsamente, ¿quien quiere que se atreva a salir a protestar para nada si te arriesgas a acabar detenido por terrorismo? Hey, pero todo muy bien, eh. Gas a fondo con los derechos civiles. Y, oiga, que la empatía no soluciona nada, pero va muy bien para tener una piel suave.

Y quien dice el precio de la luz dice el famoso viaducto de enlace entre el AP2 y la AP-7 en Castellbisbal. Han estado quince años para construirlo y hace meses que estaba acabado. Si lo hubieran inaugurado mientras existía el peaje de Martorell, centenares de miles de personas se habrían ahorrado pagar mucho dinero. Casualmente lo han inaugurado justo al día siguiente de la desaparición de los peajes físicos. Ah, y los que han cortado la cinta se han puesto tantas medallas que parecían el Politburó yendo a sacarle brillo a sus condecoraciones y se han hecho tanto automorreo y se han autotocado tanto que las imágenes ya corren por webs pornos. Pues bien, ahora hay un montón de gente denunciando esta infinita tomadura de pelo. En vez de ponerse de mala leche, ¿no sería mejor creerse la simpática versión de la inauguración de una infraestructura? ¡Es que ya son ganas de hacerse mala sangre!

Y ahora, si me lo permite, voy a pasar varias veces por los túneles del Garraf, por el peaje de Cubelles, por los túneles de Vallvidrera, por la autopista Terrassa-Manresa y por el Túnel del Cadí. ¡Pero muuuchas veces! Porque como que todos ellos son gratis total... Porque, aparte de no hablar de ellos, existe otra manera de desviar los debates. Consiste en crear otra realidad.

La Razón