Cuatro de octubre del año 2000. Parque Nacional de Tsholofelo en Gaborone, capital de Botsuana. En presencia de diversos representante oficiales, son enterrados con honores de héroe nacional los huesos de un jefe de tribu de aquella zona que había sido disecado el año 1830 y que en 1916 había sido comprado por el museo Darder de Banyoles para ser expuesto en la llamada Sala del Hombre.

Durante 84 años, aquel cuerpo conocido como "El negro de Banyoles" estuvo en una vitrina con la piel untada en betún para que pareciera todavía más negro, vestido con un taparrabos ridículo y sosteniendo una lanza. Salvo dos personas, nadie lo encontró extraño. El primero fue Frank Westerman, un estudiante holandés que el año 1983, cuando tenía 19 años, fue a parar a Banyoles, vio la figura y en el 2007 acabó escribiendo el libro titulado "El negro y yo". El otro fue el médico Alphonse Arcelin, catalán de origen haitiano residente en Cambrils, que a raíz de la celebración de las pruebas de remo de los JJOO del 92 en la capital del Pla de l'Estany conoció la existencia de aquel guerrero que, después de enterrado se supo que realmente era sudafricano. O sea, tras el escarnio, el pobre hombre no está ni enterrado en su tierra.

Arcelin, militante del PSC y concejal de su pueblo, movió cielo y tierra para retirar el cuerpo de la exhibición pública. Conseguirlo le costó 8 años. Llenos de incomprensión, vacío, silencio general y que algunos llegaran a tratarlo de loco. Y, no hace falta decirlo, sin ningún apoyo político. Los banyolins y los catalanes encontrábamos muy normal tener una persona expuesta en un museo. Ante esto, solo una pregunta: ¿Se imagina un senyor de Manlleu disecado y expuesto en un museo de Dakar?

Junio del 2020. Keita Baldé, jugador de fútbol catalán de origen senegalés actualmente en el Mónaco, intenta encontrar alojamiento para 200 temporeros que, sin techo y sin comida, duermen por las calles de Lleida. Se pone en contacto con varios establecimientos y se ofrece a pagar la estancia por adelantado, pero la respuesta que recibe de los propietarios son excusas para no abrir y otros ni eso. La Federación de Hostelería ya ha dicho que detrás de esta situación no tenemos que ver ningún tipo de racismo, que nadie ha contactado con ellos y que se plantea denunciar al jugador porque ha hablado mal del gremio. Mientras se aclara qué ha sucedido exactamente, el caso es que 200 personas de origen senegalés estaban en la calle y que sólo ahora, cuando el caso se ha convertido en mediático, se están encontrando lugares donde puedan dormir y comer bajo un techo. Y porque se los paga el señor Baldé.

Y mientras, un montón de catalanes que no dijeron nada cuando el caso del Negro de Banyoles, ni han dicho nada ahora de lo que está pasando en Lleida, se llenan la boca de antirracismo, sí, pero mirando a los EE.UU. Oiga, naturalmente que es una vergüenza que en el país líder del mundo alguien, por el solo hecho de ser negro, tengas más posibilidades que un blanco de no volver a casa porque un grupo de policías te asesina, te da una paliza que te envía al hospital, te detiene arbitrariamente o, simplemente, te humilla. Y, claro, que hay que denunciarlo. Pero hay que denunciar todo el racismo.

Sí, ya sabemos que ir contra Trump es muy "guais" (sí, porque estos son de los que todavía dicen "guais"). Y que hace mucha gracia dibujarlo como si fuera el tío Sam. O como un vaquero. Y que es muy enrollado retuitear proclamas en su contra, algunas de las cuales estaría bien que nos las aplicáramos nosotros. Pero antes de acabar con el racismo en los EE.UU., que está muy bien y es muy loable, no estaría de más dedicar un ratito a acabar también con el de aquí. A pesar de saber que siempre luce más practicar el "postureo" antiTrump porque hace mucho más ciudadano del mundo.