¡Hola, niños y niñas! Hoy os explicaré el bonito cuento de Manuel y las cabras, una historia que os servirá para aprender matemáticas, mundo empresarial, política posmoderna y billar a 6 bandas.

Érase una vez Manuel, un chico dedicado a la ganadería caprina, que había tenido un rebaño muy y muy potente, pero que se había quedado sin un solo animal. Y lo que era peor para su futuro como ganadero, se había quedado sin tierras donde pacer. Básicamente porque nadie quería saber nada de él.

Y así estaba Manuel, mirando si seguía o no en el mundo de la ganadería o cambiaba de profesión, cuando subió a una montaña y oyó unos cantos de sirena. Bien, digale sirena, digale "personas del mundo unionista inquietas por el futuro de su causa". Y las sirenas le dijeron:

- Manuel, baja y ven. Ven a las tierras por las cuales corriste cuando eras pequeño y no te faltará de nada. Tú sólo tienes que conseguir el máximo de cabrillas para tu rebaño, que será el nuestro. Y no sufras, que tú de eso sabes.

Y así fue como, ni corto ni perezoso, Manuel recuperó los olores y los colores de su infancia. Pero ni las personas inquietas ni el propio Manuel supieron darse cuenta de que haber estado de pequeño en un lugar no implica, ni mucho menos, conocer su realidad.

Dicho de otra manera, haber jugado hace 40 años a pelota en la plaza de un pueblo al cual sólo has vuelto los veranos a tomar una horchata a la hora del fresco no es garantía de saber qué piensan, como viven y que les preocupa ahora a los niños que entonces jugaban contigo.

Pero a pesar de ello, Manuel se puso a trabajar para conseguir el rebaño mayor posible. Y para conseguir el objetivo, se asoció con unos ganaderos que en aquel momento tenían 5 unidades y les dijo que con su experiencia y dominio del mundo de los rebaños, les mejoraría tanto la cantidad como la calidad del producto resultante.

Total, que llegó el día de contar las cabras conseguidas y les salieron 6 unidades, una más que las que las "personas inquietas" tenían antes. ¡Un éxito, oiga! Y no sólo eso, sino que mediante la unión con otros rebaños vecinos, Manuel consiguió arruinar al ganadero que quería dominar las tierras donde pacían todas las cabrillas del pueblo. Un acuerdo, por cierto, muy extraño. Sí, porque acabaron sumando cabras domesticas lecheras, cabras de cachemir australianas y cabras islandesas que se usan como animal de compañía con ovejas, una vaca despistada y dos búfalas.

Pero, niños y niñas, no os vayáis todavía porque ahora viene lo mejor. Un par de días después de obtener 6 unidades y de hacer este pacto multiespecie, Manuel les dijo a los cabreros que lo habían acogido que se marchaba del trozo de tierras que compartían y que se establecía por su cuenta. Y de aquí es de donde viene el negocio que da título al cuento.

A Manuel, que tenía que hacer grande el rebaño de los cabreros locales y construir una alternativa que arrasaría mucho en el mundo de la cabra, les acababa de dejar con 4 unidades, una menos de los cinco que tenían, y él se quedaba con sólo dos, cosa que lo convertía en el cabrero más pequeño de la aldea.

¿Qué negocio más extraño el de Manuel, verdad, niños y niñas? Bien, y el de los cabreros locales. Y el de los del acuerdo. Vaya, que más que de ESADE, sería un negocio de Sade. Del marqués del propio nombre.