En una punta del mundo o al lado de casa. Antes era con una bomba o con un arma. Pero desde los aviones estrellados contra las torres gemelas descubrimos que también se puede matar apretando el acelerador de un vehículo contra la multitud. Y, sobre todo, hemos descubierto que para matar ahora ya no hace falta ser un suicida, ni haber sido entrenado en ningún campo secreto en medio del desierto de no-se-sabe-dónde. El asesino lo puede ser el señor que se ha educado en cualquier barrio del lado de casa y sin lugar en la sociedad, a quien un día alguien le prometió la gloria que lo sacaría del triste anonimato del no futuro en un barrio donde es imposible ser ni hacer nada.

En una punta del mundo o al lado de casa. A cualquier hora te llega la noticia. Un camión, un coche... Da igual. Primeros momentos de caos con la cifra de víctimas y heridos y, sobre todo, con una pregunta: ¿ha sido un accidente o un atentado? Si es la primera hipótesis, bufff... respiramos aliviados. Pero si es la segunda, la cosa cambia radicalmente. Y no entiendo esta diferenciación.

En una punta del mundo o al lado de casa alguien matando a gente indiscriminadamente es motivo de preocupación, sea en nombre de Alá, de una ideología, para llamar la atención o por desesperación. Porque en todos los casos los efectos son iguales, pero porque hay unas causas. Quien decide matar encuentra cualquier excusa para hacerlo, pero el problema es por qué lo hace. Y creo que nos equivocamos si solo nos preocupamos cuando lo hacen en nombre de Alá. Si es que de lo que se trata es de que pase el menor número posible a veces.

En una punta del mundo o al lado de casa interesa aprovechar ciertas violencias para criminalizar ciertas creencias, en general. Se ve que la lucha por tener más clientes, o para que no se marchen los actuales, lo justifica todo. Por eso nos dicen que es tan grave lo que hace según quien en nombre de según qué.

Hasta que un día, en una punta del mundo o al lado de casa, un nazi atropella a un grupo de gente que piensa diferente y provoca una muerte. Y entonces tampoco es un atentado. Ni terrorismo. Son "disturbios entre radicales", sin que, parece ser, sea destacable desde el punto de vista informativo la ideología que justifica el asesinato de otra persona:

Y para el presidente del país donde pasa el hecho, nos hallamos ante una "muestra de fanatismo, racismo y violencia por múltiples partes. Múltiples partes". Sí, claro, los autollamados antifascistas que celebraban la manifestación contraria a estos que ahora todo el mundo llama "blancos supremacistas" no son angelitos tocando el arpa y también son violentos, pero los fanáticos y racistas son los otros, los que ni El País ni Trump se atreven a llamar por su nombre.

Lo siento, pero me he perdido. En una punta del mundo o al lado de casa pasan cosas que a mí me parecen igual de terribles y tengo la impresión de que, dependiendo de su origen, hay interés en criminalizarlas o en suavizarlas. Y el problema del resurgimiento del nazismo y de sus ideas merece menos frivolidad política y periodística. Creo