Hoy, durante la broma esta de la moción de censura presentada por Vox en el Congreso de los Diputados, que por cierto de momento les ha hecho el efecto bumerán y ahora están recogiendo sus propios dientes del suelo, ha sucedido esto:

Es la diputada Aina Vidal, de En Comú-Podem, subiendo a la tribuna de oradores. Desde el pasado mes de enero no podía asistir a los plenos porque estaba luchando contra el cáncer. Hoy ha vuelto. Y sus señorías la han aplaudido como muestra de apoyo y de respeto. ¿Todas? Nooooo, como se puede ver en el vídeo, unas cuantas no lo han hecho. Las de Vox ni una, y las del PP tampoco, menos algunas excepciones como Ana Pastor, miembro de la Mesa.

Entiendo que si la ha aplaudido todo el mundo menos la bancada de la ultraderecha es porque estamos ante un caso de aplausos ideológicos. O sea, los que han decidido no hacerlo ha sido porque Aina Vidal es en lo que en lenguaje abascalenco se conoce como "una comunista". Y se ve que las "comunistas" no merecen ningún tipo de empatía, ninguna muestra de afecto, ninguna expresión de solidaridad, ni tampoco de humanidad. Interesante.

Hubo un día en que los parlamentos eran lugares decentes a los que iban personas decentes a hacer cosas decentes. Hasta que un día alguien decidió que aquel era el sitio ideal para montar espectáculos de vergüenza ajena destinados a calentar la bragueta de los suyos (y de las suyas) y, de paso, hacer una cosa muy perversa: inocular en la sociedad chopped el hongo del descrédito de la política. Aquello del "ves, sólo gritan y todos han venido a robar gracias a sus chiringuitos". Y lo más sensacional es que quien pretendía beneficiarse electoralmente de eso era quien gritaba y quien tenía más chiringuitos.

Fue cuando los parlamentos se convirtieron en lugares donde ir a vomitar imbecilidades diversas y mucha bilis. Escenarios televisivos donde trozos de carne con ojos interpretaban un papel para que su borregada los aplaudiera con las orejas. Y, claro, con este tipo de material de escombro humano ensuciando los escaños, era normal llegar a esto de hoy. Porque la miseria humana es infinita. Porque, claro, cuando eres un indigente mental, lo más probable es que acabes demostrándolo. Cuando no eres capaz de aplaudir la recuperación de una persona que está enferma sólo porque piensa diferente que tú, quiere decir que estás chapoteando en purines y has optado por pedirte una pajita para ir haciendo catas. Sin cesar.

Lo más sorprendente, pero, es el caso de Adolfo Suárez Illana, hijo del expresidente Adolfo Suárez y que en la vida es poca cosa más que eso. Aparece en la Mesa, a la derecha de la imagen y con el pelo blanco. A este diputado del PP se le han muerto de cáncer la madre y una hermana y otras dos hermanas también han sufrido la enfermedad. Pero es que a él lo han operado de un tumor maligno en el cuello, una situación que parece totalmente superada. Y no puedo evitar preguntarme si a este personaje le gustaría que el día en que él o sus hermanas se recuperaron, todo el mundo que piensa diferente a él le hubiera demostrado el mismo desprecio que hoy ha manifestado él.

No se puede ni imaginar cómo me repugna la actitud de estos (y de estas) que hoy se han comportado con una mezquindad unineuronal de boina tan engastada en la cabeza que no deja circular la sangre hasta el cerebro. Pero si algún día sufren un cáncer o cualquier otra enfermedad y la superan, me alegraré. Y si es el caso, aplaudiré o me pondré de pie en señal de apoyo y respeto. A pesar del infinito asco que este tipo de detritus humanos me provocan.