Lo sé, usar al Barça como ejemplo y metáfora no sólo está muy visto sino que molesta a mucha gente. Pero es que está todo inventado, incluso molestar a la gente que está deseando ser molestada para poder decir que la están molestando, porque les encanta que les molesten para poder hacerse los ofendidos con la molestia, que en el fondo no les molesta en absoluto pero les sirve para ofenderse mucho, que es lo que realmente les encanta.

Justo ahora hace una semana a esta misma hora el Barça, que en el fondo es un poquito como nosotros aunque seamos pericos, del Girona, el Nàstic, la Peña, el Manresa, el Noia, la Santboiana, el Cadí la Seu o el balonmano Granollers, iba por la cornisa. El entrenador era un desastre, el equipo un grupo de indocumentados, la economía una ruina, la estrella mundial se iba seguro y los resultados deportivos eran un desierto. Vaya, un poquito como el país.

Fue ganar Laporta y el entrenador es un crac que está dando oportunidades a una generación de grandes futbolistas con mucho futuro, se está construyendo un equipo que -ahora sí- funcionará porque en la casa hay talento y por fin echaran a los cuatro franceses y a Coutinho, Messi seguramente se queda porque si no ¿por qué habría ido a votar con su hijo?, hay posibilidades de ganar Liga y Copa y eso del dinero, oiga, una marca mundial como el Barça puede recuperarse si se hacen bien las cosas bien. Ah, y han fichado como CEO a Ferran Reverter, que todo el mundo dice que es buenísimo. En pocas horas no se giró el calcetín, no, sino el gremio de zapaterías.

Y el miércoles tocaba Champions. La vuelta del desastre monumental de la ida. Oías las radios y parecía que aquello fuera una final, que faltaran cinco minutos y un gol para ganarla y que estuvieran a punto de marcarlo. El efecto Laporta, sin que el nuevo presidente hubiera movido aún un dedo y después de ganar las elecciones muy claramente por incomparecencia de los rivales, había hecho que la gente creyera en un equipo que cuatro días antes estaba peor que Ciudadanos hoy. ¿Qué había sucedido? Que la gente quiere creer y de repente hay alguien que les hace creer. Aquello del "dime que me quieres aunque sea mentira", pero hecho fútbol. Y aplicable al resto.

Venimos de un año de mierda. Por la COVID. Por lo demás, venimos de mucho más atrás. Y no hace falta que entremos en detalles. Ante nuestros ojos se desmonta todo. La economía, la salud mental, la política, el país, nuestro mundo, la sociedad. Hace un año que nos arrastramos como babosas y la administración nos ha ignorado, aparte de salir a cascarnos unas chapas impresentables que harían venir arcadas al paulocoelhismo más azucarado. ¿El último ejemplo? Hacienda -pagar- como siempre funcionando con la precisión del reloj de cubo de gas cuántico que en quince mil millones de años se desvía menos de un segundo. En cambio el SEPE -cobrar- sufre un ataque informático y resulta que tienen un sistema más antiguo que el usado para inventar las catapultas. Y de las ayudas aprobadas el viernes, ni hablemos. ¿Ahora? ¿Un año después? ¿Qué son, para pagar la corona de flores de plástico que pondremos en las persianas bajadas de miles de negocios?

Hemos visto que somos vulnerables, que las vacunas son para los ricos pero no somos tan ricos como nos creemos y ahora nos sentimos Burkina Faso, que cuando les cosas se tuercen la gente no conoce ni a su madre y nos hemos convertido en escépticos profesionales. Pero necesitamos creer que las cosas nos irán mejor. Por eso cada vez que pasan Pretty Woman o It's a Wonderful Life (Que bello es vivir), nos las miramos y lloramos y pensamos que algún día nos sucederá lo mismo y saldremos de la puta miseria. Por eso Joan Laporta, el cigalero, el que sabía ganar y sabía celebrarlo, el hombre feliz, ha convencido a tanta gente y ha girado la tortilla del optimismo. Porque al final todo es tan sencillo como agarrarte muy fuerte al clavo ardiendo de creer que todo será mejor. Aunque acabemos como el personaje de "El coronel no tiene quien le escriba".