En el libro "Las cloacas del estado" (Catedral), Jaume Grau detalla todo un tratado sobre el tema. Allí explica que dos mil años antes de Cristo en China ya existía la figura del espía, que servía para obtener información de las dinastías rivales para usarla en beneficio propio. En el siglo XIV, durante la dinastía Ming, lo perfeccionaron creando el primer servicio de inteligencia de la historia, un cuerpo armado que actuaba al margen de la justicia ordinaria.

Los humanos tenemos debilidades y todo el mundo que tiene poder, además, por alguna parte tiene un lado oscuro. Y si no lo tiene, se puede inventar. Y esta es la gran aportación de Francia a todo eso. Grau explica que el periodista Guy Birenbaum publicó el año 2008 un libro titulado "Le cabinet noir. Au coeur du système Yves Bertrand". Birenbaum detalla como durante el mandato de Jacques Chirac, muerto recientemente entre grandes muestras de pésame y respeto institucional, y con el consentimiento del primer ministro Dominique de Villepin, existió una oficina dirigida por Bertrand que tenía como objetivo destruir la reputación de sus enemigos políticos. Aparte de robar información, como ya hacían los chinos 2 mil años antes, la innovación era la fabricación de informes falsos que después eran filtrados a la prensa amiga. Y cuando explica eso, Grau escribe: "¿Le suena". Y me temo que sí.

El caso es que el tal Bertrand se reunió varias veces con la cúpula policial española durante la década de los años 90 del siglo pasado, en el marco de la lucha antiterrorista. El combo lo tenemos el 5 de julio del año 2002 cuando un Real decreto del gobierno Aznar le concedía la Gran Cruz del Mérito Militar, con distintivo blanco.

Una y otra vez, delante de nuestras narices, hemos visto como se ponía en práctica el sistema "Bertrand, difame en 24 horas". Es tan sencillo como efectivo. Un medio publica un gran titular sobre una persona donde se le adjudica ser un corrupto, un terrorista, un ladrón o tener cuentas en el extranjero, da igual. Pero cuando lees el texto que acompaña el titular, resulta que la información nunca es fruto del periodismo de investigación sino que proviene de fuentes de algún cuerpo policial que afirma tener una conversación grabada, un documento, un indicio, o oyeron en un bar como el cuñado de la propietaria de la guardería donde la portera de un vecino de un compañero de trabajo de la hermana de la tía de Tiana de uno que va al gimnasio con el carnicero del mercado donde desayuna el fontanero|que arregló el grifo de un vecino de la hermana de Carles Puigdemont (por decir un nombre al azar) afirma que... y aquí va la información probable.

Claro, la pregunta es evidente: ¿qué credibilidad tiene esta afirmación que no ha sido probada, que existe porque alguien dice que existe y que aparece en un informe anónimo? Por mucho que lo diga un informe sin firmar, ¿es tan creíble como para ser publicado con grandes titulares que no-se-quien vio que una vez Carles Puigdemont (para decir otro nombre al azar) copió en un examen de Química (por decir también al azar un crimen terrible)?

Y lo más apasionante de todo es que la persona de quién se filtra la noticia improbable 1/ no se puede defender de una mentira porque, ¿cómo desmientes con pruebas una cosa sobre ti que no es ni ha sucedido nunca?, 2/ no te puedes querellar contra nadie porque la difamación aparece vía misteriosa filtración y 3/ una vez publicado el titular, tú ya eres o has hecho aquello que el titular dice que eres o has hecho. Y si no que lo pregunten a Xavier Trias y su famosa cuenta secreta que nunca fue, pero que le hizo perder una elecciones y que hoy en día aún hay gente que cree que la mentira era cierta..

Imagínese si vamos bien que en esta gran Edad de Oro del periodismo que nos ha tocado vivir, que lo más grave de la profesión no es que individuos que se hacen llamar periodistas publiquen entrevistas inventadas y sigan colaborando en medios de comunicación, sino que comparado con el resto, eso es morralla.