Pasa por su lado. Y usted ni se la mira. ¿Por qué tendría que hacerlo si aparentemente es una persona normal? Como cualquier otra. Externamente no hay nada que la haga diferente. Ningún signo indica que, si por esa persona fuera, usted probablemente ya no iría mucho más por la calle. Ni por su lado ni por el lado de nadie. ¿Por qué?

Bien, porque usted quizás es un inmigrante. Y, además, pobre. ¿Y quizás tiene un color de piel tirando a oscurito? ¿Síiií? A ver, los inmigrantes blancos que viven en las zonas altas les gustan mucho, pero los pobres y con piel tostadita... ¡eso sí que no! Por lo tanto, si este fuera el caso, usted ya no tendría derecho a ir por la calle. ¡Fuera! O quizás usted es homosexual. ¿Ah sí? Vaya, vaya... ¡Oiga, aquí no queremos gente viciosa, o sea que fuera también! Y también fuera si usted es "comunista". ¿Ah, qué no sabe qué incluye exactamente el concepto "comunista"? ¿Sabe José Bono? Sí hombre (y mujer), es este que ahora nos lleva un tupé de líder de una banda de rockabilly. ¿Se sitúa? Pues tomado como referencia, desde él y tirando hacia la izquierda, todo lo que encuentre es comunismo.

Y fuera también si usted es feminista, indepe, ateo, nudista, antimilitarista, pacifista, ecologista, masón, hace yoga, le gusta Txarango y no le gustan las corridas de toros, mira películas subtituladas mientras come quinoa y considera que la Tierra no es plana. Bien, y fuera también si usted es nacionalista de los que son malos. Porque como bien sabe, y si no lo sabe ya se lo digo yo, el mundo se divide entre los nacionalistas buenos, que son los que se definen como antinacionalistas, y los otros. Y los otros son perniciosos para la sociedad. Y oiga, a parte de todo esto, fuera también en general.

Efectivamente, un virus muy peligroso recorre el planeta este final del primer cuarto del siglo XXI: el del fascista asintomático. Es un fascista que se hace llamar "liberal", una apropiación nominal que haría resucitar a John Locke, vomitar, y volver a la tumba donde descansa tranquilamente desde el 28 de octubre de 1704. El fascista asintomático dice que los fascistas son los otros y siempre va acompañado de dos camiones cisterna. En el uno lleva el populismo y en el otro las fake news. Y se pasa el día vaciando el contenido sobre la ciudadanía para, a toda prisa, volver a cargarlos y poder volver a descargar su contenido. Sin parar. Pero, claro, los populistas y los que mienten y manipulan siempre son los otros.

El fascista asintomático es partidario de usar la mano dura y con mucha contundencia contra los que salen a la calle a protestar. Sobre todo si los que protestan no son ellos. Ellos sí que pueden salir, porque cuando lo hacen denuncian el totalitarismo de los otros. Porque los totalitarios que quieren imponer sus ideas por la fuerza también siempre son los otros. Y denuncia como excesos de la democracia los movimientos que esta hace para protegerse de los fascistas asintomáticos que pretenden destruirla. E intenta coartar la libertad de los demás con el argumento de que son "los demás" quienes quieren imponer una dictadura.

Medios de comunicación que pasan por ser normales, alojan decenas y decenas de fascistas asintomáticos que aprovechan estas tribunas, tan privilegiadas como bien engrasadas presupuestariamente, para esparcer su virus. Y desde ellos estando, pasan la mitad del tiempo con el populismo y las mentiras y la otra mitad quejándose de que les quieren silenciar. ¿Por qué? Porque son incomodos y dicen las verdad que "los comunistas y los indepes terroristas" no quieren que se sepan. Suerte tenemos de ellos que, con una valentía digna de elogio, nos avisan de los peligros existentes a nuestro alrededor por culpa "de los otros". Eso sí, nunca acabas de saber de dónde salen las misas de estos medios, que no son precisamente baratitas, porque si una cosa se paga bien en España es el kilo de fascista asintomático. Bien, y del que no es asintomático, también.

Pero no sólo los encontrará en los medios de comunicación, noooo. Están en todas partes. En política, en los cuerpos de seguridad, en la justicia, en todo tipo de organismos públicos, en los bares tomando una cerveza, en la oficina, en la cola del pan, en la fábrica, en el tren, en el mercado, en el gimnasio (ahora cuando los vuelvan a abrir). Están por todas partes. Y lo peor es que parecen personas normales, pero lo van contaminando todo. Cada vez más. En silencio. Y si no estamos atentos, cuando nos demos cuenta de ello, será demasiado tarde.