Lo escribía en twitter Jaume Freixes, periodista de TV3:

Y, sí, ya sé que a usted y a un servidor no nos afecta a todo eso que diré a continuación. Sí, sí, hace referencia a los otros (y a las otras). Las críticas y las culpas siempre son para los otros. Usted y un servidor somos bellísimas personas que lo hacemos todo bien pero, si le parece, y como para universalizar la cosa, hablaré de los "usted" y de los "un servidor" que nos rodean y que no dejan de ser nosotros mismos, pero en general.

Usted y un servidor vivimos en nuestro mundo. Y nuestro mundo es muy pequeño. Nuestra familia, nuestros amigos (y amigas), los compañeros (y las compañeras) de trabajo, nuestros restaurantes, nuestro mercado, nuestro centro comercial, nuestro medio de comunicación que hemos escogido en función de nuestro mundo... Escuchamos a quien nos da la razón y no sólo no escuchamos al discrepante, no sólo lo despreciamos, sino que lo descalificamos. Cada vez más. En función de filias y fobias. Este es un fascista de mierda, o un progre de mierda, o un Indepe de mierda, o un español de mierda, o a quien usted y un servidor queramos, pero siempre de mierda.

Tenemos todo el planeta a un golpe de clic pero nos hemos creado nuestra pequeña burbuja, nuestro mundo a medida. Y nos miramos este mundo a través de una pantalla de móvil o de ordenador y nos pensamos que allí está todo. Que aquella es la verdadera realidad. Pero resulta que, aunque no lo parezca, no es así. La realidad está fuera, pero ni nos gusta la realidad ni tenemos ganas ni tiempo de ir a saludarla. No sucediera que tuviéramos que reconocer que aquello que estamos totalmente convencidos de que es como nosotros decimos (y punto), quizás no lo es del todo.

No escuchamos. No observamos. No estamos atentos. Miramos pantallas y las pantallas crean un efecto que está descrito desde hace 2.500 años y que se llama "mito de la caverna".

En las elecciones de los EE.UU. los periodistas, los medios, los expertos, los politólogos, los sociólogos, los parlanchines, los juntaletras y los cracs de las encuestas, hemos demostrado desconocer la realidad. Nos hemos dedicado a simplificar y en muchos (demasiados) casos a impartir doctrina y a expresar deseos más que a radiografiar la sociedad.

Y ahora tenemos que intentar entender qué ha pasado y por qué. Sí, sí, Trump es un grosero, un machista, un maleducado, un jesús Gil de peinado imposible... Pero lo han votado 59 millones de norteamericanos que no se han vuelto locos de repente. Y si lo hubieran hecho, sería interesante (y muy recomendable) intentar saber las causas. Y lo han votado por muchos motivos. Como los españoles votan lo que votan y hacen presidente a Rajoy. Como los catalanes votamos lo que votamos. Todo tiene una causa y para entenderla hace falta salir de nuestra confortable burbuja y empezar a preguntarle a la gente que no piensa como nosotros por qué hace lo que hace.

La democracia no es que sea el menos malo de los sistemas (que lo es) sino que es la mejor manera de conocer la realidad de lo que piensa y siente la gente en un momento concreto. Incluida la que no vota. El Brexit, el proceso de paz en Colombia y ahora las elecciones en los EE.UU. demuestran que la gente está jodida, que no siente representada y que lo expresa cargándose todo lo que intuye que se cuece sin contar con ellos. Menos en España. Y ni los periodistas, ni los medios, ni los expertos, ni los politólogos, ni los sociólogos, ni los parlanchines, ni los juntaletras, ni los cracs de las encuestas explicamos las causas de las cosas. Y después, cuando pasan, las justificamos en función de lo que pensamos y las usamos para afianzarlas. Hoy ha vuelto a pasar.

Nos escuchamos a nosotros mismos explicando nuestra opinión sobre una realidad que vemos desde nuestra burbuja particular. Y le explicamos a la gente que piensa como nosotros, como los que piensan diferente a nosotros se la explican a los que piensan como ellos. Y, como reconvencemos a nuestros particulares reconvencidos, nadie nos pide explicaciones.

Y ahora, la gran pregunta: ¿esto tiene solución? Volvamos al mito de la caverna. La culpa no es de las sombras sino de quien no sale de la cueva. Quizás si las sociedades empiezan a exigir mirarse las cosas a la luz del día, las cosas empezarán a cambiar.

Porque, claro, ni usted ni yo tenemos la culpa de nada, pero los otros piensan que tampoco la tienen y nos piden explicaciones a nosotros sin hacer ninguna autocrítica ni cambiar nada de su propio mundo.

Es aquello que decíamos, que la culpa siempre es de los otros.