Servidor de usted se ha tragado, con resignada profesionalidad, un total de 12 debates de política general que se han celebrado en el Parlament. Eran días en que los pasillos tenían el aspecto de día de Fiesta Mayor, pero sin redoble de campanas y con la procesión yendo por dentro. Era cuando en el hemiciclo se respiraba aire de "aquí está sucediendo una cosa muy importante". Sí, habíamos convenido que aquel era uno de los grandes momentos políticos del año y que el debate era el dedo que marcaría el camino del país.

De haberlo seguido, este de hoy habría sido el debate que hubiera sumado trece, pero, como habrá comprobado por el condicional utilizado, me he quedado en el 12. Sí, porque en vez de oír a sus señorías me he ido a la playa a contar medusas. ¿Un desprecio a la institución? No. ¿Un desprecio al debate? Tampoco. ¿Desinterés? Mucho. Mío y del 99,9999% de los ciudadanos (y ciudadanas). Y sobre todo tras el virus Covid-155. Me explico.

Lo más interesante de los debates es poder hablar con la gente en los pasillos y en el bar, hacer la lista de los invitados que están en los palcos y mirar quién falta, observar las reacciones de los diputados y diputadas en el hemiciclo y ver quién se duerme y quién juega al solitario. Con la Covid, nada de todo esto es posible. Con las restricciones, la Cámara presenta un quórum que parece la sesión de un martes a las 4 de la tarde en una sala de cine donde pasan una película albanesa subtitulada en persa. Pero es que con el 155 nos dimos cuenta de que detrás del decorado no había nada. Lo que parecía una ciudad llena de vida, cuando cayó la pared de conglomerado, se convirtió en un descampado. Y por si no nos hubiera quedado suficientemente claro, el Tribunal Constitucional tiene una flota de apisonadoras siempre dispuestas a triturar todavía más el terreno y convertir todas las leyes con las que pretendemos hacer cositas en un puré tan finito que ni hay que pasarlas por el colador chino. En el estado más descentralizado del mundo, cualquier ley pensada para suplir las carencias evidentes del sistema acaba en el contenedor de orgánico.

Con respecto al contenido del debate, ¿qué quiere que le diga que usted no sepa? Creo que ayer entre usted y yo hubiéramos podido escribir la crónica de todas las intervenciones de hoy. Poniendo incluso palabras textuales. La legislatura está acabada, los partidos que creen que mejorarán resultados piden elecciones, los que creen que no los mejorarán no las quieren y los partidos indepes están instalados en el plató del Sálvame.

Total, que volviendo de contar medusas, me he mirado un poquito los resúmenes de la cosa, no fuera que hubiera habido alguna sorpresa inesperada. Y, efectivamente, ha habido una. Y grande. Han corrido tanto que a las cinco y media de la tarde todo el mundo ya estaba en casa. Pim y pam. Al mediodía ya habían despachado el discurso del president y las réplicas de todos los partidos, por la tarde las contrarréplicas y a la hora de merienda, páselo bien y hasta el viernes, cuando se votaran las propuestas de resolución. Por cierto, se presentan tan apasionantes que no sé si podré dormir los próximos dos días. Y, sí, sí, lo ha leído bien, el viernes. ¡Es que mañana no hay sesión!

No, mañana el president Torra tiene que comparecer ante el Tribunal Supremo porque puso una pancarta en el balcón del Palau de la Generalitat, la Junta Electoral se la hizo quitar, él no quiso, la Junta Electoral lo acusó de desobediencia, finalmente el president sacó la pancarta y ahora puede dejar de ser presidente. O sea, la Junta Electoral no sólo decide a quién preside o no Catalunya, sino que marca el calendario de los debates de política general. Y nos recuerda que realmente somos una gestoría que tiene vocación de Diputación con edificios nobles y con solera.

Ah, y de paso, permite que JuntsxCat y Esquerra sigan a la greña mientras se piden mutuamente mucha unidad. En este caso la habitual escena de Kill Bill es por cómo tienen que responder a la decisión del Supremo que, oh sorpresa, desconocemos cuál será y hace que estemos muy nerviosos esperando saber si será que sí o que sí.

Todo ello tan apasionante como contar medusas.