Se veía venir que veríamos cosas nunca vistas hasta ahora. Ahora empezamos a ser conscientes, quizás todavía no del todo, que vivimos un momento histórico donde en el conjunto del planeta están sucediendo cosas que hasta ahora no habían sucedido nunca. Y las que todavía nos faltan para ver. Dentro de unos años explicaremos, a quien quiera oir nuestras batallitas, como sobrevivimos al primer coronavirus, a la primera súper gran pandemia de la globalización total de la humanidad. Por lo tanto, aquí empieza la serie titulada (de momento) "Crónica de un coronavirus".

Esta mañana oía la radio. Con el monotema del coronavirus, como no puede ser de otra manera. Y en el momento de los anuncios pensaba: "Cuánta absurdidad. La gente acaparando papel de WC y aquí vendiéndonos coches y, sobre todo, viajes". ¿Qué coches? ¿Qué viajes? Pero si nuestra vida en las próximas semanas será una inmensa cuenca de Òdena. El consumo de cosas no importantes para la vida ahora mismo están a años luz de nuestra realidad.

Son las 9 y salgo a la calle. Parece un sábado del mes de agosto, pero llevando chaqueta. Es aquello de que hay gente, sí, pero se nota que pasa alguna cosa. Cierto que en este caso influye que en un radio de 400 metros en torno a mi casa hay 5 escuelas, cuatro de las cuales no precisamente pequeñas. Pero aparte de la ausencia de las criaturas y, sobre todo, de los padres y madres con sus coches, se percibe bajón.

Primera parada en la perfumería de la esquina para controlar el papel de WC. Queda, pero por la hora que es ya ha habido asalto. Segunda parada en un súper de una gran cadena que no tiene clientela del barrio sino que trabaja con mucha gente de paso. Aparte del papel de WC, han desaparecido los potes de garbanzos (los de judías y lentejas no), el agua, el caldo en brick, la sopa de sobre y las latas de atún (las de sardinas no).

Tercera parada en la tienda de legumbres del mercado. Normalmente despachan tres personas. Hoy son cinco. Le pregunto a David, el dueño de la cosa, y me explica: "Esta semana estamos doblando género pero hoy triplicaré". Paso por la pollería y parece sábado por el gentío que hay. En la frutería me dicen que la gente no acapara verde, pero también venden potes de garbanzos y quedan poquísimos. Y la gente está comprando muchas peras, pero no huevos.

Paro a desayunar y Maite me explica que se ven venir que acabarán haciendo cerrar los bares. Y encima tiene los hijos en casa con un abuelo. "Voy llamando a ver y creo que de momento todo está en odren. Veremos dentro de una semana". Miro twitter y una de las polémicas es si es justificable o no que la consellera de Salud, Alba Vergés, se emocionara durante su comparecencia anunciando que Igualada, su ciudad, quedaba sellada durante 15 días. En aquel momento en can Basté (RAC1), Santi Jiménez comenta que Catalunya está dividida entre los partidarios de los dos epidemiólogos de cabecera: los del doctor Jordi Trilla y los del doctor Oriol Mitjà. Vaya, como cuando la ya clásica división entre catalanes afectaba a los economistas y había los Salamartinistas, los Niñobecerristas y los Gonzalobernadistas. Mientras, en el espacio del tráfico de Catalunya Ràdio explican que por la mañana a BCN han entrado un 10% menos de vehículos.

Llamo a amigos de Igualada para preguntarles cómo va todo. Me dicen que en la ciudad todo está poco más o menos como siempre. "La gente lo soporta con normalidad, pero el problema será la actividad económica. Se notará mucho. Ahora, ¿sabes que decimos? Que Igualada puede ser confinada, pero nunca igualada".

Me encuentro al dueño de un bar de copas. No sabe si abrir o no esta noche. Su abogado le ha enviado un papel donde le dice que si abre, tendrá que hacerlo con un tercio del aforo. Por la tarde me ha enviado un mensaje diciendo que finalmente cierra. En la siguiente esquina me cruzo con el actor Lluís Marco. Su hijo, que entrena el equipo de baloncesto de Palencia, le ha explicado que los jugadores americanos quieren marcharse a su país porque tienen miedo de no poder volver a hacerlo hasta dentro de seis meses. Hablamos de la sensatez de la gente en general, menos la habitual imbecilidad de algunos, y me dice una gran frase: "Nunca me había lavado tanto las manos como estos días. Y mira que me las lavaba a menudo".

Decido ir a ver qué pasa en la Sagrada Familia, ahora que la han cerrado. ¿Habrá turistas? Un agente cívico que está en el cruce de Mallorca/Marina me comenta que va viniendo alguien, pero que la bajada es del 95%. En una famosa carnicería argentina de la esquina de al lado, hay 11 personas haciendo cola en la calle. Justo por delante suyo pasa una pareja empujando un carro de supermercado lleno de papel de WC. Empiezo a pensar que el papel de WC me persigue.

En la zona no ha abierto ninguno de los establecimientos regentados por chinos. Y hay unos cuantos. Ni bares, ni fruterías, ni aquellos locales que dicen que hacen masajes y estética y que dicen que también hacen más cosas. Y no precisamente manicuras. Es significativo que la mayoría de carteles donde anuncian vacaciones fechan la vuelta para el 11 de abril. Siguiente destino, La Rambla. De camino paso por delante de la Delegación del Gobierno. En la puerta sólo hay un policía. Los otros 9 que había habitualmente deben haber vuelto a su casa. ¿En La Rambla hay gente? Sí. ¿Mucha o poca? Ni idea. El viernes por la tarde nunca estoy aquí, o sea que no puedo comparar. Por lo tanto, voy a ver a Pere de Can Neguit en su puesto de la Boqueria para que me ilustre. La persiana está bajada. Lo llamo: Hemos cerrado para poder repartir todas los encargos. Hoy ha sido una locura. Mucha gente en la tienda, pero a domicilio ha sido brutal. Ahora, de los restaurantes que tenemos como clientes, no han llamado ni un 5%". Le pido por el ambiente en la zona: "Muchísimos menos extranjeros y eso quiere decir mucha menos gente. Eso demuestra que el centro de BCN ya no nos pertenece".

Por el resto, en la Boqueria todo normal. Si consideramos normal que con poca gente todavía se ve más que la mayoría de paradas son de zumos, fruta cortada, empanadas, papelinas de cosas fritas y comida para llevar. Y que todo está envasado y presentado igual. No me extrañaría que todas las paradas fueran del mismo dueño. En uno de los bares hay un señor con mascarilla. Come, se la pone, mastica, se la saca, vuelve a comer, vuelve a masticar con la mascarilla puesta... Y así hasta que se acaba el plato. Fuera, delante del hotel Oriente, hay un tipo haciéndose selfies sentado en el capó de un descapotable, que se llama así porque no tiene capota, pero si capó. El individuo lleva en la parte superior de su cuerpo una americana negra. Y nada más. Ni camisa, ni camiseta, ni jersey. Este no sufrirá coronavirus sino palurdismo.

Falta la prueba definitiva, la ronda litoral. ¿Tendremos el clásico atasco de las 7 de la tarde de un viernes cualquiera? Pues no. Fluidez total sentido Besòs y sentido Llobregat. Vuelvo a mí humilde domicilio. Justo cuándo estoy a punto de entrar, me cruzo con una señora cargada de rollos de papel WC. Como es pequeñina y los paquetes son grandes, le superan la línea de la cabeza y parece que vengan solos. Ya sólo me faltaría eso, los rollos persiguiéndome de forma autónoma. La señora pasa y, mientras pongo la llave en la cerradura de la puerta de la calle, me quedo con otra señora. Una señora mayor que por la mañana me ha explicado: "Yo pasé la guerra. Era una niña, pero tengo recuerdos. Sobre todo los bombardeos. Cuando acababan, la vida seguía. Y pasé la posguerra, y mucha hambre, pero todavía estoy aquí. Y pienso resistir al virus este".

¡Ánimo que ya queda menos para volver a la normalidad!