En las últimas horas han coincidido con el tiempo dos hechos lamentables sucedidos durante dos fiestas populares. Y ojo, ni las comparo ni las equiparo. Simplemente resulta que se intentan explicar, justificar o resolver hechos impresentables, condenables e intolerables con planteamientos equivocados. Y cuando eso pasa, cagada pastorcillo.

Primer caso, el del correbou de Vidredres. Ahora que ha pasado una desgracia, que podría haber sido peor, nos planteamos suspenderlo para siempre. No oiga, pero es que no lo tenemos que dejar de hacer porque un toro haya saltado la valla de una plaza donde se realizaba un espectáculo con el pobre animal. No, lo tenemos que dejar de hacer porque es que ya no se tendría que haber hecho. Durante una época encontrábamos normal que "para entretener a la juventud del pueblo" por la fiesta mayor se alquilara una vaquilla, nada "para jugar un rato". O sea, para hacerle putadas y martirizarla y, mientras, reír mucho. Y quien dice una vaquilla dice soltar unos patos en la zona de la alberca y acosarlos hasta convertirlos en harina animal. O delante del espigón, colgar del revés unas gallinas de una cuerda y a ver si los chiquillos se les podían colgar del cuello. Ja, ja, ja, que divertido, ¿verdad?

Sí, y durante una época también era muy divertido el circo romano, pero ahora ya no está muy de moda lanzar personas a los leones. Una pena. Ni tampoco se lleva mucho hacer ejecuciones públicas en la plaza del pueblo con los chiquillos comiendo golosinas mientras a un señor lo cuelgan de la horca, lo guillotinan o le perjudican un poquito la zona del pescuezo con el garrote vil. Sí, porque aunque a veces no lo parezca, hemos evolucionado y ya no vivimos en cuevas.

Sucede lo mismo con la violencia física y sexual contra las mujeres. Y este es el segundo caso. Resulta que en una fiesta castellera como la de Sant Fèlix en Vilafranca, un casteller de la Colla Vella de Valls y mosso d'esquadra le lamió la cara y le tocó el culo a una periodista que estaba en la plaza trabajando en la transmisión en directo para La Xarxa. Y ahora el debate es sobre el alcohol que aquel individuo había consumido. Porque es que ahora hemos descubierto que en las diades castelleras se consume alcohol. Sí, y le diré más, las colles desayunan de tenedor y cuchara. Y allí cae algún vaso que otro de vino. E incluso algún carajillo. Oiga, pero el problema no es el alcohol sino el individuo. Beberse 10 cervezas (o 10 cubatas, o 10 whiskys) no implica ir agrediendo sexualmente a la primera mujer con la que te cruzas. Mejor no bebérselo, pero no por el hecho de hacerlo te conviertes en un agresor.

El origen del problema de la violencia sexual y física contra las mujeres no es el alcohol, sino el agresor. ¿Que el alcohol influye en según qué casos? Seguro. Pero son agresores que beben, no bebedores que agreden.

Por lo tanto, no tenemos que dejar de hacer correbous porque los toros hieran a varias personas sino porque ya estamos en el siglo XXI. Y la culpa de las agresiones a las mujeres no es de la cerveza sino de los agresores. Y cuando el agresor es un mosso, el problema todavía es más preocupante.