Esta mañana estaba comprando en el mercado y me ha parado una señora de unos 80 años. Con un hilo de voz me ha dicho: "Hoy ha muerto Carles Capdevila y, como sé que eres periodista, te quiero dar el pésame. Me ha sabido muy mal, tan joven".

Cuando escribes de alguien próximo que ha muerto, al final acabas hablando de ti. De tu relación con aquella persona y de cómo te ha afectado el hecho. Y hoy el periodismo catalán habla de él mismo a través de Carles. Por tierra, mar y Twitter, decía a menudo. Y hoy Twitter se ha llenado de gente que no lo conocía personalmente, pero que está triste. Como la señora del mercado. Personas a quienes sus artículos los habían ayudado a superar malos momentos. Y el periodismo es eso, la gente a quien le explicas historias.

Nunca hablamos directamente de la enfermedad. De vez en cuando, sobre todo en los momentos más complicados, le enviaba un whatsapp con la frase que convinimos usar: "seguimos empujando". Porque ha sido una lucha larga, con momentos muy difíciles y duros. Y un día le dije: "cuando las estés pasando muy putas, a ti te parecerá que no, pero piensa que hay gente que está empujando para que salgas adelante". Y cuando al día siguiente, o al cabo de dos días de uno estos momentos, veía el doble clic verde, quería decir que lo había leído y que íbamos bien.

Hace poco tiempo pasó una crisis muy fuerte y le escribí lo siguiente: "Seguimos empujando. ¡SIEMPRE! No nos cansaremos nunca. ¡NUNCA! Porque creemos en la victoria. Porque los buenos a veces también ganan... aunque los cabrones de los malos tienen las cosas más fáciles porque hacen muchas trampas...". Al día siguiente me envió un emoticono de una cara sonriente. Aquel partido lo ganamos.

A partir de hoy nunca más podremos explicar juntos la anécdota del Farga. En los actos en que nos encontrábamos y había más personas en la conversación, siempre acababa saliendo una comida en el Farga de Diagonal/Rambla Catalunya de BCN. Fue un día de abril del año 2010, cuando me ofreció escribir en el Ara e involucrarme en el proyecto. Empezamos a hablar de que si haremos eso, y que si haremos aquello. Y que si sacaremos la cartelera y la programación de TV, que no tiene sentido ponerla... Y nos empezamos a emocionar... Y que si el periodismo del siglo XXI tiene que ser así, y que si las redes, y que si la versión digital, y que si los editoriales... Nos emocionamos tanto, que cuando acabamos, nos levantamos de la mesa y, charlando, charlando, salimos por la puerta. Una amable señorita nos recordó, ya en la calle, que el restaurante es un negocio que consiste en que tú comes y después pagas por lo que te has comido. Y nosotros dos sólo habíamos cumplido la primera parte del pacto. Explicado por él, tenía más gracia.

Hoy iré a comer al Farga y en momento de pagar, porque yo pagaré sin que me tengan que perseguir, pensaré que Carles se merecía haber ganado. Por como ha luchado y por la lección de vida que nos ha dado. ¡Y por no darnos el disgusto, coño!

Y porque me juego un guisante que si supiera que hoy hay tanta gente triste, seguro que me miraría, se pondría las greñas laterales detrás de las orejas, haría aquella sonrisa que le llenaba los ojos de brillo y con aquel tono suave que usaba, dejaría caer: "¿Tú crees que hay para tanto?".

Pues mira, sí.