En el cruce entre dos calles, cada semana chocan 485 coches. La media en aquella ciudad es de un choque al mes y nadie entiende qué sucede. Hacen un informe y resulta que los semáforos que hay instalados cumplen todos los protocolos. "¿Cómo puede ser que haya tantos accidentes, si tenemos un fantástico protocolo?", exclaman los responsables de la cosa. Y las responsables, también. "Pero ¿si los semáforos están fabricados con los materiales homologados, tienen la altura que dice la normativa y la intensidad de la luz que dan es la adecuada según los estándares establecidos por la reglamentación comunitaria y la LSI (La Ley Semafórica Internacional), qué caray debe estar pasando?", se cuestionan los expertos que analizan el caso. Y las expertas, también.
Hasta que alguien descubre que el problema es que hay dos cables que hacen contacto, de tal manera que ponen todos los semáforos en verde a la vez. Y entonces quien vela por el buen funcionamiento del sistema sale a sacarse las pulgas de encima con el famoso argumento exculpatorio del "quizás en algún momento concreto no hemos aplicado el protocolo de una manera correcta, pero el protocolo era muy bueno. De hecho era EL protocolo. Y lo era tanto que nunca habíamos tenido ninguna queja sobre su funcionamiento".
Aplicado este patrón a los abusos o al acoso sexual existente en los partidos políticos, por ejemplo, sucede una cosa parecida: "Oh, es que hemos aplicado el protocolo interno". Muy bien, ¿y? ¿Ha habido acoso o abusos? ¿Sí? Pues perdone, pero este protocolo es una mierda que no sirve para nada tangible, aparte de permitir salir a posteriori para intentar quedar bien y acabar quedando en evidencia. Y no hay ninguna diferencia entre tener o no tener el protocolo porque el resultado es el mismo. Por lo tanto, 1/ ¿de qué vale tener una cosa que no sirve? y 2/ ¿de qué vale excusarse con una inutilidad? La desgracia es que en nuestra sociedad pasan muchas cosas y muy rápidamente, no tenemos tiempo de digerirlas ni tenemos memoria, y después no pasamos las facturas correspondientes.
¿Dónde quiero ir a parar? Al protocolo de la semana. Al que había en el Institut del Teatre de BCN y tras el cual se escondieron los responsables del centro cuando Albert Llimós y Núria Juanico publicaron en el diario Ara la noticia de los acosos sexuales. Quiero ir a parar a cómo el Institut del Teatre tardará años en recuperar su buen nombre por culpa de unos gestores que miraron hacia otro lado cuando les llegaban unas quejas y unas denuncias que podían ser ciertas o no, pero que se deberían haber investigado. Unos gestores a los que cuando la mierda les llegó al cuello, intentaron justificarse con "el protocolo". Pero oigan, es que sólo han tomado medidas cuando lo que ustedes ya sabían que sucedía ha salido publicado y ha sido titular en todos los medios. Es que antes no hicieron nada. Pero, ¿de qué protocolo me están hablando?
"Un profesor ha asesinado a todos nuestros alumnos con las armas que todo el mundo nos dijo que guardaba en su taquilla y después de que todo el mundo nos avisara de que practicaba la puntería en el bar del centro mientras la gente comía. Pero nos extraña tanto, para que mire que habíamos aplicado el protocolo que tenemos y que está taaan bien...".