Un día de la Virgen de Agosto no es tal si no llega acompañado de una tormenta. Y el artículo de hoy de Antoni Puigverd en La Vanguardia ha provocado una de político-mediática que los indepes han aplaudido, que los terceraviistas han hecho ver que no existía y que en El Nacional la hemos explicado así.

El artículo de Antoni Puigverd es importante por muchos motivos. Quedémonos con cuatro: por quien lo escribe, por donde lo escribe, por lo que dice y por como lo dice.

Antoni, efectivamente, es uno de los máximos defensores de la tercera vía. Siempre desde la argumentación, desde el debate de las ideas y huyendo de la crispación y la descalificación. Antoní piensa lo que piensa por honestidad intelectual, no porque busque una teta que le alimente. Su posicionamiento es sincero y no es posturismo superviviente en busca de un cobijo. Él siempre ha creído que la denominada tercera vía era posible pero, tal como escribe en su pieza, tiene ojos y ha acabado derrotado por la realidad: "Predicar el miedo y pedir resignación ha sido la receta de los moderados catalanes, que no pueden ofrecer nada más que su deseo de diálogo, ya que el Estado ha negado por activa y pasiva el diálogo".

Y lo que hoy expresa Antoni es el sentimiento de muchos catalanes que en un momento dado creyeron que aquello del encaje era posible, pero que no han tenido más remedio que reconocer que su propuesta es imposible y que el disecciona así: "la mayoría de los ciudadanos españoles sienten que la Constitución es un traje que les va bastante a medida (sólo lo cuestionan los indignados, que encarna Podemos; también se han sentido excluidos). Los catalanes votaron la Constitución: esperando que el traje no se volvería un corsé. Ahora muchos de ellos encuentran que comprime de manera abusiva y asfixiante. Pero no tienen bastante demográfica para cambiarla. Se sienten enjaulados. Lógicamente, la ciudadanía española lo vive de otra manera: no puede, ni quiere, entender las ilusiones y problemas del catalanismo. Por eso se han popularizado en tertulias españolas las visiones caricaturescas (el tópico de la pela) o los juicios temerarios sobre los catalanes (están enfermos, adoctrinados, fanatizados, fracturados...). La triste conclusión de este panorama es que sólo hay dos salidas: resignación o ruptura".

Son muchos los catalanes que, habiéndose hecho indepes porque no les han dejado ninguna otra alternativa, también han visto que esta vía no les lleva a ningún sitio. ¿Por qué? Porque el Estado es quien hace el reglamento y quien lo aplica y nosotros somos el jugador que está en el césped, a quien expulsan arbitrariamente y que lo único que puede hacer es negarse a salir del terreno de juego y hacer correr el tiempo a ver si pasa alguna cosa que permita, primero seguir en el campo, después ganar el partido y, finalmente, celebrar el título. Y este sentimiento y esta visión de la situación, guste o no a muchos (y a muchas), es la de muchos catalanes. Y hay que tenerla en cuenta. Son los que piensan, cómo escribe Antoni que "Este contexto empuja todavía más a los independentistas a ir al grano. Muchos no quieren saber que la cosa acabará mal. Otros sí que lo saben y, sin embargo, persisten en su camino. De manera fatalista, como quien, consciente de la irreversibilidad de su enfermedad, escoge la eutanasia. Rechazan las curas paliativas que prometen los moderados (los cuales, de hecho, no tienen en el botiquín ni una aspirina para ofrecer)". Son los catalanes "moderados" a los que ya no les queda ningún conejo en el sombrero porque la radical negativa española a abrir el debate les ha matado de hambre y de aburrimiento todos los conejos y les ha apolillado el sombrero.

Antoní Puigverd dice hoy que "Yo puedo ser contenido personalmente, pero no puedo cerrar los ojos a la realidad. Ante este panorama, no tengo el atrevimiento de recomendar contención, es decir, resignación". Veremos (y leeremos) comose desarrolla a partir de ahora esta no resignación, pero la reflexión de hoy tendría que ser aprovechada por los líderes indepes para dirigir un mensaje en los Antonis Puigverds que todavía no han dado el paso, a los que están a punto y a los que lo han dado pero tienen la sensación de estar en terreno pantanoso. Y ofrecerles un proyecto que les haga sentirse incluidos y partícipes de esta no resignación colectiva. Y, sobre todo, en tierra firme.