Principios de los años 2000 de nuestra era. Pasqual Maragall, cree que es posible una España federal y propone una solución para desencallar el encaje Catalunya-Espanya. Es la famosa la reforma del Estatut. Él no lo sabía, y el resto tampoco, pero la reacción del Estado a aquella mano tendida de la Catalunya que quería entenderse con Madrit (concepto) provocaría la actual ruptura emocional definitiva e irreversible de una parte muy importante de la sociedad catalana, indepe o no, con la España oficial. Una ruptura que hoy, exactamente hoy, da un paso más. Y esta vez de una manera tan injusta que nace del corazón. Y estas rupturas acostumbran a ser definitivas.

El propio Maragall ya se lo había avisado antes. Varias veces. Sobre todo con dos artículos publicados en el diario El País. El primero, titulado "Madrid se va", es del 27 de febrero del 2001. Allí, hablando de la rescentralitzación diseñada por el aznarismo, escribía: "Hay que acabar con esta visión torpe de la España uniforme frente la España diversa (...) Por el bien de España. Por el bien de Catalunya. Por el de todos (...) España está hecha de singularidades potentes y sensatas, capaces de entenderse y de respetar un proyecto común. Común, no impuesto".

En el segundo, del 7 de julio del 2003 y titulado significativamente "Madrid se ha ido", Maragall recordaba que la reformulación autonómica planteada entonces era tan bestia que "ya ni había que repetir la frase del XVIII, en aquella pragmática sanción que procuraba la desaparición del catalán 'sin que se notara el empeño'" porque consideraba que aquello ya estaba sucediendo "en efecto, sin percibirse". Y añadía: "La gesta de Aznar de meter la derecha en la Constitución no le ha salido gratis a España. Su obstinación nacionalista –la otra cara de la moneda- amenaza con hacer descarrilar unos equilibrios que han funcionado bien durante 25 años. Su insistencia en la Unidad con mayúsculas, en vez de la unión con minúsculas, desde abajo, y su tozudez en hacer la bandera mayor y de plantarla en un islote perdido, que es un poquito símbolo de lo mismo, de un deseo mal expresado de jugar la liga de las grandes potencias, han animado el independentismo y han devuelto la bandera republicana a las calles".

Insisto, eso lo escribía Pasqual Maragall a mediados del 2003. Faltaban pocos meses para el "Apoyaré" de Zapatero que se quedó en palabras. Faltaban tres años por el "cepillado" de Guerra, que entonces no entendimos que era un aviso del Estado en estado puro diciéndonos que nunca habría ni diálogo, ni pacto, ni acuerdo. Ni de nada. Y faltaban 7 años para la sentencia del Constitucional que sería un "con ellos siguió todo" de donde estamos hoy.

Aquella patada en el paladar a la lealtad federal del catalanismo moderado enterró definitivamente a la puta y a la Ramoneta, aunque algunos todavía hoy creen que hablan con el espíritu de las dos porque se han comprado una ouija. De segunda mano. Y averiada.

Y así hemos llegado a hoy, donde el tema no es la rebelión, ni la sedición, ni la malversación, ni la mandanga. No, no, el tema de hoy es la respuesta judicial que ha dado el Estado a un tema político. Una respuesta que es consecuencia de la estrategia diseñada y llevada a cabo para escarnecer y escarmentar al independentismo y eliminar a sus líderes. Incluidos los líderes sociales como Jordi Cuixart, Jordi Sánchez y Carme Forcadell.

No, hoy el tema no son las penas decididas, no. El tema es que España se ha decidido por la estopa. El tema es que un ejército de Pancho Villa con escopetas de madera forzó al máximo la situación para intentar conseguir alguna respuesta conciliadora. Y el tema es que delante suyo se ha encontrado com una apisonadora sin piedad. Lo intentaron aquel 9N que el Estado ignoró hasta el mismo día 9 a las 20 horas, momento en que viendo el éxito brillante tuvo la brillante idea de hacer salir un micrófono enganchado con cinta adhesiva y detrás le puso un ministro para que improvisara un balbuceo. Y se intentó el 1-O. Porque, sí el 1-O fue un intento de lograr una fisura de diálogo en una granítica pared reforzada con diamante. Por eso si el 1-O fuera una sedición, en todo caso lo fue política y participaron en ella alrededor de dos millones y medio de personas. Indepes y no indepes. Porque 177.547 personas votaron que no y 44.193 lo hicieron en blanco. Y eso lo olvidamos demasiado a menudo. Todos. Y todas.

No, hoy el tema no es como el Estado ha decidido castigar la disidencia de los que buscaban forzar un diálogo político. Hoy el tema es que España nos ha enseñado que su respuesta es la violencia, la represión, la policía, la justicia política y el "todo por la patria". La suya. Tenga el coste que tenga.

Hoy España ha decidido marcharse un poquito más de Catalunya. Incluida la que cree que es suya.