El actual momento del independentismo es fruto del tacticismo derivado de la lucha por la hegemonía. No, no es ninguna lucha de dos vías principales y una alternativa para llegar a ningún sitio. No, es el cálculo de cada momento para ir situándose en el tablero de cara a jugar la partida electoral a medio plazo creyendo que con esta táctica se obtiene una posición de ventaja. Bueno, o pensar que se están situando, porque en política lo que hoy parece eterno mañana es historia. Y hablo de estrategias y de personas.

Lo que ha sucedido los últimos días en el Parlament, con una sobredosis de posturismo colectivo, y que hoy ha tenido un nuevo capítulo con las explicaciones (o no) de la presidenta Borràs en Can Basté (RAC1) debería servir para que alguien empezara a hablar claro. Obviando el ruido de los diversos hooligans, unos tamborileros del Bruc del siglo XXI haciendo mucho ruido en las redes pero que no son ningún ejercito sino un puto niño con un puto tambor, alguien debería decirnos si realmente hay un proyecto, cuál es y cómo tiene pensado intentar hacerlo posible.

En cambio, ¿qué tenemos? ¿Que, qué tenemos? Generación de expectativas que todo el mundo sabe que no serán, este todo el mundo haciendo ver que se las cree y cuando resulta que no se produce lo que no puede ser, en forma de objetivo de mañana mismo, llega la frustración conformista que permite seguir alimentando la esperanza. La Catalunya indepe de ahora mismo es el personaje de "El Coronel no tiene quién le escriba" vistiéndose cada día de veintiún botones para preparar el recibimiento a una cosa que no será. Pero, claro, mientras esperamos ilusionados aquello que sabemos que no sucederá, no nos preguntamos por qué no nos llega ninguna carta y qué podemos hacer para que alguien nos escriba. Mientras nos autoengañamos cenando cada día decepción y llorando encima de la sopa, no hacemos nada para afrontar la realidad real y empezar a pensar en cómo cambiarla. Bien, si es que queremos cambiarla, porque quizás ya nos va bien seguir soñando. Por la comodidad y tal. Y también porque el autoperdón va muy bien para entrar en el cielo que existe en sueños.

En este permanente "la culpa es de los otros que no empujan como yo empujo, porque yo sí que trabajo para la independencia, pero como me dejan solo (o sola) es imposible", quizás algún día aparece alguien que empezará a hablar del muerto. Y el muerto, digámoslo claro, es el 1 de octubre. Fue una gran persona, lo amamos mucho, lo llevaremos siempre en el corazón y con él vivimos momentos inolvidables, pero cinco años después quizás ya podemos empezar a dar el luto por finalizado e iniciar la retirada de las fotos del comedor para llevarlas a un lugar más discreto. Porque la vida continúa y tenemos que empezar a dejar de lamentarnos por el pasado y pensar què haremos en el futuro.

Y quizás este alguien nos tendrá que explicar que llegamos a aquello fruto de un tacticismo que a todos estos que ahora buscan ser hegemónicos les hizo subir a un tren que cogió mucha velocidad, que no pudieron frenar y del cual tampoco pudieron saltar en marcha porque de haberlo hecho se habrían abierto la cabeza -política-. Para siempre. Y entonces su hegemonía no la habríamos encontrado ni en el museo Darder, en el lugar exacto donde un día estuvo el llamado Negro de Banyoles. Y este alguien -quizás- nos dirá que en aquel momento todo el mundo hizo ver que estaba encantado de la vida de circular por aquella vía en un tren que iba a toda hostia, que cuando se dieron cuenta de ello ya estábamos en la estación de 1 de octubre y los dos millones y medio de personas que llenaban los vagones decidieron participar en el acto de desobediencia civil pacífica más importante de Europa occidental en muchos años.

I -quizás- será cuando nos digan que los que conducían el tren aceleraban la máquina porque no tenían más remedio. Porque la alternativa era, para siempre, su papelera electoral. Y que en el último momento, viendo hacia dónde íbamos, alguien pensó que el viaje podría servir para negociar alguna cosa. Y entonces descubrimos que el Estado no negocia nunca. Bueno, pero eso ya es otra historia. O mejor dicho, otra hegemonía.