Uno de los últimos disparates de Ada Colau, de los muchos que perpetró en los ocho años de mandato —supermanzanas aparte (¡si el pobre Ildefons Cerdà levantara la cabeza!)—, fue el de suspender el hermanamiento de Barcelona con Tel Aviv y romper relaciones con Israel debido a la “violencia que sufre el pueblo palestino”. La entonces alcaldesa, considerando "intolerable esta situación de apartheid", anunció a principios de febrero que había hecho saber por carta la decisión a Benjamin Netanyahu. Y a partir de ahí se destapó la caja de los truenos con un alud de críticas que le llovieron tanto desde Israel como desde Catalunya mismo y que le acarrearon una importante pérdida de popularidad.

Su formación, Catalunya en Comú, ya había sido, en junio del 2022, la promotora, a través de En Comú Podem y conjuntamente con ERC y la CUP, de una resolución de condena de Israel por el “crimen de apartheid” que practica hacia los palestinos y que el Parlament aprobó con el apoyo del PSC. Hasta ese momento ninguna otra institución de ninguna parte del mundo había tenido la osadía de tratar a Israel de esta manera, con un texto que “reconoce públicamente que el sistema que aplica Israel en los territorios ocupados es contrario al derecho internacional y, de acuerdo con la definición contenida en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, se puede considerar un crimen de apartheid”. La diferencia entre ambos episodios es que en el segundo, por orden cronológico, Ada Colau se quedó completamente sola. Ninguna otra fuerza política la apoyó y tuvo que recurrir a un decreto de alcaldía para poder sacar adelante la iniciativa.

Ahora, aprovechando el cambio que ha habido en la alcaldía de Barcelona después de las elecciones municipales del 28 de mayo, el alcalde de Tel Aviv, Ron Huldai, del Partido Laborista, se ha apresurado a escribir a Jaume Collboni para pedirle el restablecimiento de las relaciones y del acuerdo de hermanamiento entre ambas ciudades. En una carta a su nombre con fecha del 20 de junio le anima a “profundizar y fortalecer” los lazos dañados por obra y gracia de Ada Colau y le invita a visitar la capital de Israel. El PSC, a diferencia de lo que había hecho en el Parlament, se mostró en contra de la decisión de la alcaldesa y, por tanto, rehacer las relaciones entre Barcelona y Tel Aviv parece que no será algo muy complicado. También el candidato de JxCat, Xavier Trias, había enviado una misiva a Ron Huldai haciéndole saber que si él era escogido alcalde retomaría el camino borrado por la dirigente de Catalunya en Comú.

Que determinadas instituciones hagan gala de actitudes declaradamente antisemitas no quiere decir que este sea el parecer mayoritario ni de los barceloneses en particular ni de los catalanes en general

Ada Colau quizá no sepa que los judíos habitan en Catalunya desde tiempos inmemoriales y que, por tanto, las relaciones entre los dos pueblos, además de venir de lejos, tienen una base sólida. Hay unos orígenes y una historia comunes que no se pueden pasar por alto ni simular que no existen. Que, en este contexto, determinadas instituciones hagan gala de actitudes declaradamente antisemitas no quiere decir, ni mucho menos, que este sea el parecer mayoritario ni de los barceloneses en particular ni de los catalanes en general. En Barcelona y en Catalunya debe haber de todo, como suele ocurrir en todas partes, unos más partidarios de unos que de otros y viceversa, todos respetables, pero en una cuestión tan sensible como esta es recomendable, no solo estar bien informado, sino conocer las cosas tan de primera mano como sea posible antes de realizar según qué gestos.

"Existe mucha desinformación, se están diciendo muchas mentiras", se lamentan, por ejemplo, unos catalanes convertidos al judaísmo y establecidos como colonos israelíes en Cisjordania. La queja viene a cuento de las noticias del conflicto árabe-israelí que llegan a occidente, a su juicio completamente sesgadas en favor de uno de los dos bandos, el palestino, que consideran que es quien ha logrado imponer su relato en el primer mundo, a diferencia del judío, que entienden que en este campo tiene la partida perdida. En este sentido, es muy interesante una serie de ficción, de título Fauda —caos en árabe—, de producción israelí, que, más allá de la calidad cinematográfica, retrata de forma ecuánime la realidad de la disputa y pone sobre la mesa las virtudes y los defectos de unos y otros.

A esta mal llamada izquierda, según la cual si no eres vulnerable, sostenible, feminista, inconformista, innovador, transformador, imaginativo, creativo, verde, social, justo y lgbtifílico no eres nadie, y que ha hecho de la imposición de la dictadura de la corrección política —como con mucha precisión lo ha calificado el profesor Joan Ramon Resina— la nueva ortodoxia, quizá también le iría bien tomar nota de testigos que escapan a su estrecho marco mental. Como el de un árabe israelí, ni musulmán, ni judío, cristiano, que explica que en el territorio bajo control de Israel es libre de hablar de lo que quiera y que en el controlado por la Autoridad Nacional Palestina, en cambio, los debates sobre determinadas cuestiones son totalmente imposibles porque no solo no están tolerados, sino que quien, a pesar de todo, se arriesga a intentarlo se juega literalmente la piel. "He ido tres veces a la cárcel", se lamenta.

Nadie discute que los palestinos tienen sus razones para reivindicarse, pero probablemente la respuesta a su situación deberían buscarla en los países árabes que los han utilizado y los utilizan de carne de cañón en el conflicto con Israel. E Israel, por su parte, tampoco es que ejerza precisamente de hermanita de la caridad, pero no debe ser difícil de entender el comportamiento de un pueblo que, después del Holocausto, para sobrevivir, ha tenido que combatir desde el primer momento de la existencia del estado independiente el deseo de los vecinos árabes de arrojarle al mar y ha tenido que espabilarse para salir adelante en un entorno especialmente árido, tanto por el desierto que ocupa su territorio como por el estado de alerta militar permanente en el que se ve obligado a vivir.

Todo ello, en definitiva, no es más que la constatación de que, como ocurre en tantas cosas, también en la pugna entre judíos y palestinos nada es blanco ni negro. Pero sobre todo es la evidencia de que pretender dar lecciones desde fuera de un conflicto tan poliédrico, como hicieron en su día la alcaldesa de Barcelona y Catalunya en Comú, suele resultar tan estéril como contraproducente.