Una ventaja del mes de septiembre es que puedes medir la ilusión. La hay, y se deja ver sin ambages. El otoño contiene la expectación por la novedad necesaria compensatoria que mitigue un verano que para tantos es el refugio y el motor de todo el año. Ojos inquietos, con toneladas de esperanza condensada de los flamantes estudiantes universitarios de primer año. Chispas auténticas en los ojos de las criaturas de pocos meses que pasan sin traumas de los brazos protectores de los progenitores al círculo de pequeñas personas desconocidas en una escuela donde no habían estado nunca y que los configurará para siempre.

La ilusión, sin embargo, también es un error. Una percepción errónea (visual o de juicio) provocada por la apariencia o una interpretación equivocada de los datos. Los psicólogos advierten que el otoño puede ser proclive a estas ilusiones ópticas o perceptivas. Son aquellas que no se calculan lo suficiente bien, la ilusión de quien incautamente se apunta al gimnasio o a inglés con aquella desenvoltura postveraniega que nos hace actuar con soltura y confianza.

Los textos religiosos encapusulan la ilusión divina y segura y la diferencian de la apariencia engañosa. Son muchos los versitos por ejemplo bíblicos, de Samuel a Mateo, que advierten de la mentira que comporta la apariencia que distrae y aleja.

Convivimos y transitamos entre ilusiones, la mejor es la ilusión real, aquella inexplicable alegría y entusiasmo ante algún hecho agradable. Una sensación que experimentamos con la esperanza de que hay futuro

Convivimos y transitamos entre ilusiones y Dios me libre de perderlas. La mejor es la ilusión real, aquella inexplicable alegría y entusiasmo ante algún hecho agradable. Una sensación que experimentamos con la esperanza de que hay futuro. La ilusión de volver a ver a alguien, la del primer día de clase, la del primer día de trabajo, la del barrio nuevo, la de ganar un premio. Los momentos placenteros al lado de gente que nos gusta y a quienes gustamos. Vivir con una cierta dosis de ilusión es necesario para no dejarse engullir por los predicadores anticipados de catástrofes. Sin ser un memo ni un soñador, y considerando la evolución previsible de ciertas magnitudes y factores variables e imprevisibles, es fundamental preservar, conservar, alimentar y si se puede, multiplicar, aquella ilusión que proviene de la expectativa de mejora. Tocar de pies en el suelo es necesario pero con espacio para alzar el vuelo: siempre resulta útil cuando vengan tiempos funestos donde tengamos que ser repartidores de ilusiones, para nosotros o para el entorno.