Quien sostenga que este segundo gobierno de Rajoy es puro continuismo carente de contenido político, es que no conoce los códigos marianos. Para mí está lleno de significados. La composición del gobierno es un reflejo exacto de la visión del presidente sobre la singular circunstancia en que le toca gobernar, señala prioridades y encargos con nombres y apellidos y contiene mensajes inequívocos –especialmente, hacia su propio partido. Que ello no satisfaga otras expectativas o deseos no significa que deba ser ignorado en un análisis objetivo. 

Rajoy ha identificado los principales problemas a los que se enfrenta y ha ordenado la alineación con funciones precisas:

La economía. Que para Rajoy es, esencialmente, el PIB y Bruselas. De esa parte del campo se encarga De Guindos, quien, además, debe asegurar la complicidad de Ciudadanos a través de su estrecha relación con Garicano.

La política. Que en esta legislatura tiene tres patas: primero, buscar los apoyos parlamentarios que el gobierno necesita. Segundo, gestionar las reformas políticas obligadas por el acuerdo con Ciudadanos (que, eventualmente, podrían conducir a abrir el melón de la reforma constitucional). Y tercero, lo que Rajoy llama “el lío de Catalunya”.

Este es el territorio en el que se juega principalmente la subsistencia de este gobierno minoritario. Y no cabe duda de que la manija la llevará Soraya Sáenz de Santamaría. Se le pide sacar el balón desde atrás como Busquets, ordenar el juego como Pirlo y dar los pases de gol como Iniesta, todo en una persona.    

Las cuestiones sociales. Que, siempre siguiendo la lógica mariana, se centran en dos movimientos defensivos: resucitar el Pacto de Toledo para salvar el sistema de pensiones y mantener permanentemente sentados en la mesa de la concertación social a los sindicatos, lo que exigirá un reequilibrio  -limitado y controlado- en el marco de relaciones laborales. La jefa de la retaguardia social, el Mascherano de este gobierno, se llama Fátima Báñez.

De Guindos, Soraya y Báñez son los tres pivotes estratégicos del gobierno de Rajoy. Todos los demás son actores secundarios.

Queda pendiente el cuarto problema: el partido. Pero a la espera de su congreso, Rajoy deja varios apuntes que sólo pueden pasar desapercibidos para quien no se fija:

Cospedal no será su próxima secretaria general. El presidente ha elegido con todo mimo para ella el único puesto en el gobierno que es incompatible con la dirigencia partidaria: el Ministerio de Defensa.

Las dos principales funciones del jefe del aparato del partido del gobierno son ejercer como oposición de la oposición y tener a punto el aparato electoral. Si alguien no debe protagonizar esas tareas es quien a la vez  dirige a las Fuerzas Armadas, cuyo mando supremo corresponde al Rey (artículo 62.h de la Constitución Española). Aunque ella no parece haberse enterado, con el nombramiento de Cospedal para Defensa Rajoy ha firmado por anticipado su cese como secretaria general del PP.

Lo de ordenar, renovar y limpiar el PP corresponde al equipo de jóvenes dirigentes que fueron reclutados en su día justamente para ese fin. Y ha quedado claro que el gobierno irá por un lado y el partido por otro: salvo el caso transitorio de Cospedal, los barones y dirigentes nacionales del PP no han entrado en el Gobierno. La era de los dinosaurios toca a su fin y el dinosaurio en jefe queda como único nexo de unión entre ambos espacios.

Ello hace aún más prominente el papel de Soraya Sáenz de Santamaría. Recuerden que en las elecciones del 20-D la vicetodo no sólo compartió los carteles electorales con el líder, sino que lo sustituyó en el debate entre los principales candidatos. Ahora, Rajoy ha puesto en sus manos nada menos que:

a) La estabilidad parlamentaria de un gobierno en minoría, obligado a buscar cada día los votos para subsistir. Ella marcará la agenda parlamentaria del gobierno, determinando lo que puede salir adelante y lo que debe ser aparcado por falta de apoyos. Y ella negociará todos los días con las fuerzas políticas.

b) La aplicación de las reformas políticas pactadas con Ciudadanos (por ejemplo, la ley electoral) y una eventual reforma constitucional que, como otros acuerdos de Estado, debe contar necesariamente con el PSOE.

Con la designación de Soraya para Catalunya, Rajoy reconoce implícitamente que hay un problema político que debe ser tratado como tal

 c) La gestión política del conflicto de Catalunya. No conviene menospreciar el paso que ha dado Rajoy con esta decisión. Implica al menos tres cambios importantes respecto a la actitud que había mantenido hasta ahora:

Primero, reconoce implícitamente que hay un problema político que debe ser tratado como tal. Hasta ahora, para él todo era o bien una cuestión de financiación de la que debía ocuparse el ministro de Hacienda o una cuestión de legalidad que correspondía a los servicios jurídicos del Estado y al Tribunal Constitucional.

Segundo, designa a una interlocutora plenipotenciaria para hablar en su nombre. A partir de ahora, el president Puigdemont ya sabe qué teléfono debe marcar para hablar con el Gobierno de España. Soraya ha sido designada de hecho ministra para Catalunya, de la misma forma que Tony Blair designó en su día un ministro para Irlanda del Norte.

Soraya ha sido designada de hecho ministra para Catalunya, de la misma forma que Tony Blair designó en su día un ministro para Irlanda del Norte

Y tercero, el hecho de que sea la misma persona la que conduce el diálogo con los demás partidos y con los demás territorios es una garantía adicional. Porque la solución a la que se llegue para Catalunya –si es que se llega a alguna- no podrá ser puramente bilateral entre los dos gobiernos: para ser viable, necesitará un acuerdo interpartidario y un acuerdo interterritorial.

Este es el primer pequeño paso para construir un marco de diálogo con interlocutores identificados por ambas partes y con reglas de juego conocidas. En esta partida de ajedrez Rajoy juega con blancas, y ha movido su primer peón: una apertura cautelosa que anuncia un juego largo y muy táctico, con predominio de los movimientos defensivos y tendencia a un resultado de tablas. Esperemos que al otro lado del tablero se haga algo más sensato que patear el tablero.