Al mundo le falta un tornillo es el título de un tango lunfardo que escribió en 1933 el gran Enrique Cadícamo; efectivamente, en aquellos años el mundo se destornillló por completo. Lo he recordado varias veces durante esta semana de locos en la que, entre otras menudencias, el golpismo ha regresado a Latinoamérica, el presidente de los Estados Unidos se ha cargado de un plumazo la lucha contra el cambio climático (y con ella, el futuro del planeta) y la Unión Europea se ha partido por el Canal de La Mancha, provocando que se empiece a desmembrar también el antiguamente conocido como Reino Unido.

Desde que el gobierno de Maduro perdió las elecciones legislativas de 2015 y la oposición democrática controló la Asamblea Nacional, se veía venir que antes o después habría un golpe institucional contra el Parlamento. Al fin y al cabo, el chavismo trae incorporado el gen golpista desde su origen: no se olvide que Hugo Chávez saltó a la fama en 1992 encabezando un gorilazo frustrado contra el gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez.

Como en nuestros tiempos todo va al revés de lo acostumbrado, resulta que en esta ocasión el brazo ejecutor del putsch ha sido la cúpula del poder judicial; y todo sugiere que quien lo ha parado, además de la presión internacional, ha sido desde la sombra la cúpula militar. Jueces golpistas y militares constitucionalistas, paradojas del nuevo siglo.

La Venezuela de Chávez y Maduro ha sido hasta ahora una dictablanda, y este intento de subversión desde el poder tiene también las características de un golpe blando. Pero a partir de ahora, el mundo ya sabe que Maduro y los suyos no abandonarán el poder pacíficamente por la vía de las urnas.

Con un país arruinado que combina el récord mundial de la inflación con el de muertes violentas y un régimen corrupto hasta las entrañas dispuesto a cualquier cosa, pocas mediaciones caben ya. El golpe blando les ha salido mal. Si nadie lo remedia, ahora Venezuela se aboca a uno de estos dos escenarios: o una insurrección popular acompañada de un baño de sangre, o un golpe duro acompañado de un baño de sangre.

No hay solución aceptable que incluya la permanencia en el poder de Nicolás Maduro. El único camino es forzar una elección presidencial tutelada por la comunidad internacional, y eso requerirá actuaciones mucho más enérgicas que las que se han dado hasta ahora. Empezando por los demás países de la región: en esa zona del mundo, el virus golpista es altamente contagioso. 

No pierdan mucho tiempo acosando a los dirigentes de Podemos para que condenen al régimen venezolano. Ya saben ellos mejor que nadie que ese asunto les daña seriamente. Pero las cosas son como son: Podemos no puede denunciar al chavismo por el mismo motivo por el que los partidos comunistas occidentales tuvieron que tratar con pinzas el problema de la URSS hasta que esta se extinguió. Hay hipotecas de las que uno solo se libra cuando el acreedor desaparece.

Esta semana de locos en la que el golpismo ha regresado a Latinoamérica, el presidente de los Estados Unidos se ha cargado de un plumazo la lucha contra el cambio climático y la Unión Europea se ha partido por el Canal de La Mancha

Mientras tanto, en la América del Norte un presidente ha enviado a la basura todos los esfuerzos para poner en pie algo parecido a una política efectiva frente a la destrucción del planeta. Como la lucha contra el cambio climático es una carrera contra el reloj en la que cada día perdido es irrecuperable y esa lucha es imposible sin los Estados Unidos, cuando en 2020 Trump termine su primer mandato probablemente habremos rebasado el punto de no retorno. No hay margen para regalar cuatro años.

Por lo demás, los norteamericanos asisten al insólito espectáculo de un comandante en jefe confabulado con el enemigo geoestratégico, y probablemente sujeto a chantaje por parte de ese enemigo. La colusión entre Trump y Putin es ya una certeza, lo que ahora se busca son las pruebas concluyentes para poner en marcha el impeachment por traición.

Imagínenlo como si fuera una serie televisiva: los servicios de inteligencia del país más poderoso del mundo no se fían de su presidente; y a este le consta que esos servicios lo investigan como sospechoso de estar conchabado con una potencia extranjera –la más peligrosa de todas por su poder nuclear–.

Estoy convencido de que en este momento ni el presidente traslada adecuadamente a sus agencias de inteligencia el contenido de sus conversaciones con otros líderes mundiales (desde luego, no con el gobierno de Rusia), ni la CIA, el FBI o la NSA suministran al presidente informaciones secretas y sensibles de las que no saben qué uso haría.

En estas circunstancias, ¿qué sucederá cuando estalle una emergencia –un conflicto bélico, una agresión terrorista– y se vean las caras en la Situation Room de la Casa Blanca? ¿Cómo van a colaborar, si cada uno sospecha de los verdaderos propósitos del otro? Por no hablar de la legítima desconfianza de los gobiernos y servicios de espionaje del resto del mundo.

Me temo que los europeos últimamente estamos tentando en demasía a nuestra peor historia

Por si faltara algo, está lo del Brexit. Hace unos días se debatía en un foro en Madrid si este tendría un efecto de vacuna o de contagio para el resto de Europa. Me parece un debate bizantino y bastante inútil. Si el Reino Unido rompe la Unión Europea y a la vez el propio Reino Unido se rompe por dentro, eso no es ni vacuna ni contagio, sino una cagada gigantesca de la que todos –empezando por los británicos– nos arrepentiremos durante décadas. Ni la paz ni la democracia están aseguradas para siempre en Europa; la historia indica más bien lo contrario, y me temo que los europeos últimamente estamos tentando en demasía a nuestra peor historia.

He visto pocas cosas tan irresponsables como la carta de Theresa May al presidente del Consejo Europeo. Utilizar la cooperación en seguridad –por decirlo claramente, la colaboración contra el terrorismo– como una pieza negociadora a cambio de ventajas comerciales es una insensatez de tal tamaño que bastaría para sacar urgentemente del despacho a quien lo sugiere. Que eso venga de la primera ministra de un país que una semana antes sufrió un ataque terrorista en la puerta de su Parlamento, demuestra que estamos en manos de chiflados.

 A ver si resulta que el tango que escribió Cadícamo en el año 33 del siglo pasado no sólo fue un reflejo de su tiempo, sino que profetizó lo que viviríamos 84 años más tarde. Por si acaso, busquemos y repongamos urgentemente ese tornillo que se le ha perdido al mundo antes de que venga la hecatombe.