Sea por papanatismo, por oportunismo o porque aquí siempre nos ha fascinado todo lo francés, el caso es que ahora casi todo el mundo en la política hispánica quiere ser Macron.

Los socialistas que contemplan con espanto la resistible ascensión de Pedro Sánchez, porque cualquier cosa es buena para asimilar a éste con populistas izquierdosos como Hamon y Corbyn: ganadores de primarias, perdedores de elecciones y destructores de sus propios partidos.

Los del PP, porque les permite subrayar su distancia con la extrema derecha de Le Pen y reforzar su flanco liberal y europeísta.

Los de Ciudadanos, por aquello del centro progresista, la nueva política y la proximidad generacional de su líder con el nuevo presidente de Francia.

También se ha sumado a la procesión el PDeCAT, a la búsqueda de aquella antigua identidad de partido centrista y moderado que arrojó en alguna curva de la enloquecida carrera del procés.

Macron es un fenómeno singularísimamente francés, que sería imposible de reproducir en cualquier otro país europeo

Todos ellos ignoran las circunstancias diferenciales que hacen imposible la asimilación:

Macron es un fenómeno singularísimamente francés, que sería imposible de reproducir en cualquier otro país europeo. Su victoria es el resultado de mezclar circunstancias sociopolíticas que se dan en la sociedad francesa –y en ninguna otra– con un sistema electoral, la doble vuelta, sin el cual sería imposible que el exministro de Economía de Hollande obtuviera casi 21 millones de votos.

La elección de Macron ha sido más fruto del azar que de una corriente de fondo. Para llegar a ese resultado tuvo que producirse un alineamiento de los astros de los que suceden una vez cada 100 años.

Si Hollande se hubiera presentado a la reelección, es posible que Macron ni siquiera lanzara su candidatura. Si en las primarias de Los Republicanos hubiera ganado el favorito, Alain Juppé, o si después no se hubieran descubierto los turbios manejos de François Fillon que lo hicieron inelegible, sería éste quien ayer habría tomado posesión como presidente. Si los socialistas no se hubieran suicidado con el peor candidato posible entregando un tercio de sus votos a Macron y otro tercio a Mélenchon, el líder de En Marche! no habría pasado a la segunda vuelta.

Y sobre todo, la victoria de Macron sólo se explica por la existencia de Le Pen. Todos los factores azarosos antes mencionados lo metieron en la segunda vuelta; el hecho de que su rival fuera la líder de la extrema derecha lo propulsó como el ganador inevitable. Sin tener enfrente a un partido como el Frente Nacional y a una candidata como Marine Le Pen, hoy Emmanuel Macron no sería presidente de Francia.

Con demasiada frecuencia se confunde la ideología con el talante, se llama centrismo a lo que es simplemente moderación

El centrismo como categoría política es una ficción. Mejor dicho, un espejismo derivado del lenguaje geográfico con el que denominamos desde tiempo inmemorial a las posiciones políticas. Si hay una derecha y una izquierda, lógicamente debe haber un centro. Pues no. Existe una ideología conservadora, que convencionalmente llamamos derecha; existe una ideología progresista, que llamamos izquierda (ambas con una amplia gama de matices en su contenido). Pero la ciencia política no conoce la ideología centrista. Nadie ha sabido explicar en qué consiste ni se ha escrito el libro que describa las bases teóricas de la doctrina centrista.

Con demasiada frecuencia se confunde la ideología con el talante. Se llama centrismo a lo que es simplemente moderación. Aquí basta con hablar educadamente y no insultar para que te consideren centrista. O se confunde centrismo con centralidad política, que es una cosa diferente: el PSOE de los ochenta fue la fuerza central de la política española, pero nunca pretendió ser centrista.

Es muy tentador para alguien como Albert Rivera presentarse como un trasunto de Macron, pero no es riguroso. Ambos son jóvenes y ambos se han hecho un hueco entre los dos grandes partidos tradicionales, pero ahí termina la semejanza. Puestos a buscar parecidos con personajes españoles, por trayectoria y por perfil político Macron estaría más cerca de la figura de un Miguel Boyer –o quizá de un Miquel Roca– que de la de Albert Rivera.

Aun así, la pretensión de Rivera de asimilarse a Macron está más justificada que el repentino enamoramiento de los dirigentes del PDeCAT con el presidente de Francia.

El PDeCAT es un fantasma que sólo vaga por el escenario, esperando que lo entierren para siempre: porque entregó su alma y ya no la recuperará

Aquella coalición llamada CiU que gobernó en Catalunya durante décadas y participó decisivamente en la política española, ideológicamente híbrida pero claramente comprometida con la institucionalidad democrática y con el principio de legalidad, practicante virtuosa del arte de la negociación y el pacto, nacionalista pero no rupturista, representante de la burguesía y de las clases medias, gente de orden abierta a la modernidad, quizá habría podido hoy situarse legítimamente en la estela de Macron.

Pero aquel producto político ya no existe. Se comprende que desde la desesperación ante el entierro electoral que se les avecina, los herederos de Convergència –los mismos que dilapidaron la herencia– rebusquen en sus raíces para intentar que resucite su identidad de partido central y moderado. Pero ser a la vez moderado y subversivo es tanto más difícil como cuadrar el círculo. No existe centrismo, ni centralidad, ni moderación ni liberalismo social desde la insurrección constitucional. Por eso el PDeCAT es un fantasma que sólo vaga por el escenario, esperando que lo entierren para siempre: porque entregó su alma y ya no la recuperará.

Marta Pascal quiere vestir al PDeCAT de “macronismo catalán”. ¿Saben lo que haría el nuevo presidente francés ante un desafío secesionista en su país como el que impulsa el PDeCAT? ¿Cuál sería su respuesta si algún territorio le exigiera un referéndum de autodeterminación o pretendiera desobedecer al Tribunal Constitucional? ¿Se imagina la señora Pascal la reacción de Macron si alguien le sugiriera gobernar en alianza con un partido como la CUP?

Antes de seguir por el camino de la identificación política con el nuevo mandatario, que esperen a comprobar cuál será la actitud del gobierno de Francia cuando el PDeCAT y sus socios convoquen un referéndum ilegal, aprueben clandestinamente leyes de desconexión o proclamen independencias unilaterales.

Y es que en política la esquizofrenia tiene efectos letales. Si estás en el monte, no estás en el valle. Haberlo pensado antes de echarse al monte.