La relación del PSC con el PSOE se parece mucho a la que durante décadas mantuvo el Reino Unido con la Unión Europea. Indudablemente, formaba parte del club: de hecho, siempre fue uno de sus miembros con mayor peso. Un peso que utilizó siempre a fondo para intervenir y condicionar las decisiones colectivas.

Pero a la vez, esa pertenencia fue acompañada de un régimen de excepcionalidad permanente. Los británicos siempre tuvieron un pie dentro y otro fuera de la UE. Eran imprescindibles para decidir pero nunca renunciaron a su hecho diferencial, lo que les permitía gozar de lo mejor de ambos mundos: ejercían a fondo sus derechos como miembros relevantes, pero practicaban un compromiso selectivo con respecto a las obligaciones; y desde luego, defendían con fiereza su soberanía en aquellas materias que afectaban a su política doméstica.

Durante mucho tiempo esa fue una situación consentida por ambas partes, porque los beneficios mutuos compensaban. Europa necesitaba a Gran Bretaña, aunque fuera con un traje a su medida, y Gran Bretaña se beneficiaba de su presencia en Europa, sobre todo mientras le permitieran pesar como todos (más que la mayoría, de hecho) a la hora de decidir pero ser un caso aparte a la hora de compartir las cargas.

Lo que hizo el consell nacional del PSC equivale, en la práctica, a lo que hicieron los británicos el 23 de junio

Salvando todas las distancias entre los respectivos contextos, apliquen este esquema al modelo PSOE-PSC y comprobarán que las similitudes son grandes y numerosas. Y comprenderán también por qué opino que lo que hizo ayer el consell nacional del PSC equivale, en la práctica, a lo que hicieron los británicos el 23 de junio.

El PSC ha desconectado objetivamente y por la vía de hecho su vínculo orgánico con el PSOE. Lo único que éste puede hacer ante esa decisión unilateral es tomar nota de ese hecho y, como en el caso de Gran Bretaña con Europa, negociar un nuevo estatus que preserve al máximo los lazos de amistad y colaboración entre ambas entidades.

El PSC pudo haber reunido a su consell nacional antes que el comité federal del PSOE, fijar su posición sobre la investidura y plantearla allí. También podía haber atendido la sugerencia de algunos destacados dirigentes, como Antonio Balmón y José Zaragoza, que plantearon que, puesto que la decisión del PSC ya estaba tomada al margen de lo que se decidiera en el comité federal, lo más sensato y leal era renunciar a participar en una votación cuyo resultado no estaban dispuestos a aceptar.

En su lugar, se hizo lo peor. Los socialistas catalanes se plantaron en Madrid, participaron en el debate como todos los demás, ejercieron su derecho a voto como todos los demás y no se privaron de hacer saber a todos los demás que lo que allí se decidiera les importaba un higo porque ellos harían lo que ya tenían decidido hacer. Convocar el consell nacional 24 horas después del comité federal con el exclusivo propósito de exhibir el desacato añade al agravio un elemento adicional de provocación.

Convocar el consell nacional 24 horas después del comité federal con el exclusivo propósito de exhibir el desacato añade al agravio un elemento adicional de provocación

Estamos ante un modelo probablemente único en el mundo: un partido al que se le permite intervenir en las decisiones de otro pero no se deja intervenir en las suyas propias. Se conocen muchos casos de alianzas políticas estrechas, duraderas y productivas entre partidos distintos que comparten ideología y proyecto político; pero no creo que haya ejemplos de una relación orgánica tan confusa, asimétrica y potencialmente conflictiva como esta.

El caso es que, en términos políticos, la asociación entre los socialistas catalanes y los del resto de España ha sido un éxito indiscutible. Si en su día se hubiera optado por convertir al PSC en una mera federación del PSOE, el socialismo en Catalunya jamás habría llegado a obtener el espacio y el papel decisivo que alcanzó y mantuvo durante décadas. Y sin una “pata catalana” tan potente como el PSC, el PSOE jamás habría alcanzado las mayorías que le han permitido ser el partido más importante de nuestra democracia. Ojalá la derecha española hubiera tenido la visión que tuvieron los socialistas en aquel período fundacional y hubiera existido un PSC de derechas: quizá ahora estaríamos todos, Catalunya y España, en otra situación.

La unión política entre el PSOE y el PSC es un tesoro que hay que preservar a toda costa. Es una fórmula excelente y productiva. Si hay algo que estos dos partidos no pueden permitirse, es competir entre sí. Es imposible que el PSOE gane unas elecciones en España sin un gran apoyo en Catalunya; y es imposible que el PSC vuelva a ser una fuerza competitiva en Catalunya sin el arrastre de la referencia PSOE.

Pero la única forma de preservar esa unión política es clarificar de una vez lo que más la enturbia: una relación orgánica incomprensible e insostenible.  

Esto tenía que estallar alguna vez. Y naturalmente, ha sucedido en el momento de máxima debilidad de ambos partidos. El PSOE ganador y seguro de sí mismo  nunca se habría visto en la situación de tener que permitir un gobierno del PP para salvarse de una catástrofe aún mayor. Y lo que ha hecho el PSC sólo se entiende tras haberse convertido en una fuerza política marginal sin expectativa de gobernar o de recuperar la condición mayoritaria.

Imaginemos que esta misma disyuntiva se hubiera planteado en España con un president socialista en la Generalitat. Les aseguro que las cosas habrían sido muy distintas.

Puestos a imaginar, supongamos que en este momento la secretaría general del PSOE la ocupara un miembro del PSC. Carme Chacón, sin ir más lejos: estuvo a punto de suceder. ¿Qué debería hacer esa secretaria general ante una “doble decisión” contradictoria entre el partido al que pertenece y el partido que dirige? ¿A qué disciplina se debería? ¿Cómo debería votar si fuera diputada?

La única forma de evitar la voladura del hogar conyugal es que PSOE y PSC duerman en habitaciones separadas

El PSC y el PSOE son dos partidos distintos, y está bien que así sea. Son un matrimonio político que bajo ningún concepto debería disolverse. Pero la única forma de evitar la voladura del hogar conyugal es que duerman en habitaciones separadas. Convivencia, pero cada uno en su espacio.

Puede ser que esta crisis sirva para hacer hoy lo que debería haberse hecho mucho antes. Preservar lo importante, que es la unidad política: mantener políticas comunes, pactar la gestión de las diferencias, compartir ideas y programas y aparecer ante los votantes como un sola oferta electoral: PSOE en España, PSC en Catalunya.

A partir de ahí, adaptar la relación orgánica a la realidad. Ser dos partidos distintos y soberanos significa que cada uno tiene sus órganos de dirección, sus congresos, sus censos, sus finanzas y sus ámbitos de decisión perfectamente delimitados.  

La presencia con voz y voto del PSC en los órganos de dirección del PSOE se habrá hecho imposible e insoportable

Da igual quién empezó primero. Lo cierto es que, tras lo que sucederá el domingo en el Congreso, la presencia con voz y voto del PSC en los órganos de dirección del PSOE se habrá hecho imposible e insoportable para quienes sí se consideran vinculados por las decisiones de esos órganos.

Ahora sólo cabe esperar que ambas partes tengan la inteligencia de gestionar esta nueva realidad sin poner en peligro una sociedad política que, incluso en tiempos de vacas flacas, sigue siendo imprescindible para España, para Catalunya y para el socialismo.