En los últimos diez años, Europa ha pasado por varias crisis que, combinadas, han estado a punto de colapsarla, provocando lo que los médicos llaman un fallo multiorgánico irreversible. A saber:

  1. El desplome del sistema financiero, que rápidamente se convirtió en una amenaza para la supervivencia del euro. Si hubiera caído el euro, con él habría caído todo el tinglado de la Unión Europea trabajosamente montado desde los Tratados de Roma.
  2. La quiebra entre los países del Norte y del Sur, inducida por las políticas de disciplina fiscal impuestas desde Berlín y Bruselas en los peores momentos de la crisis, que asfixiaron a los países mediterráneos e hicieron dudar a muchos de que siguiera existiendo la solidaridad europea.
  3. El Brexit, una mutilación inesperada y traumática que aún no ha sido digerida –si es que alguna vez llega a serlo.
  4. La tenaza a la que Europa se ve sometida entre dos autócratas que solo piensan en debilitarla, Trump y Putin.
  5. La crisis de los refugiados, que es un episodio singularmente dramático de la oleada migratoria hacia los envejecidos países ricos, económicamente necesitados de la aportación de los inmigrantes, pero social y culturalmente alérgicos a admitir que su destino inexorable es el mestizaje.
  6. La resistible ascensión del nacionalpopulismo en sus distintas versiones: la extrema derecha xenófoba del Frente Nacional, Ukip o Alternativa por Alemania o el populismo izquierdista de Mélenchon, Corbyn, Tsipras o Iglesias. Todos ellos, con el elemento en común de su aversión a la democracia representativa como método de gobierno.
  7. Las derivas autoritarias de varios gobiernos del Este de Europa, que los ponen en el límite de lo que es democráticamente admisible en la Unión Europea.

Todas ellas siguen en pie. Pero desde su puesto de mando, Angela Merkel ha sido capaz de capearlas y, en algunos casos, de reconvertirlas en nuevos motores de integración y de refundación europeísta.

No lo ha hecho sin claroscuros, claro. Ella promovió las políticas de austeridad extrema que retrasaron la recuperación y estuvieron cerca de hundir en la miseria a toda la Europa del Sur y cargarse la moneda única. Pero también fue quien salvó al euro gracias a las ayudas del Banco Central y quien impidió que Grecia fuera expulsada de la moneda única (el siguiente paso habría sido el rescate de España), con una ingente aportación económica salida en su mayoría del bolsillo de los alemanes.

Merkel es la contrafigura de esos gobernantes que galopan sobre la crispación y la descalificación sistemática del adversario por el hecho de serlo

Ella autorizó y firmó el vergonzoso tratado con Turquía sobre los refugiados, pero ha sido también la gobernante que ha salvado la dignidad de Europa admitiendo en su país a un millón y medio de ellos –lo que no ha hecho ningún otro gobierno, incluyendo el español.

Ella es una conservadora estructural, pero ello no le ha impedido, durante la gran coalición con los socialdemócratas, adoptar o permitir medidas progresistas como la implantación del salario mínimo, el matrimonio entre personas del mismo sexo, el cierre de centrales nucleares o el límite a la escandalosa subida de los alquileres. 

Ella, atlantista convencida, no ha vacilado en plantar cara a un presidente de los Estados Unidos hostil a Europa y a un presidente ruso dispuesto a reconstruir el imperio soviético y a financiar todas las causas que desestabilicen a las democracias occidentales.

Ella conduce con mano firme la negociación del Brexit, con el doble propósito de amortiguar el catastrófico efecto económico del divorcio y salvaguardar los derechos de los ciudadanos europeos en el Reino Unido.

Ella ha reconstruido la alianza con Francia y, con esta, se ha embarcado en un programa ambicioso de refundación europea, que contempla objetivos como un presupuesto común, un ministro de Finanzas europeo o la extensión del euro a todos los países de la Unión.

Muchas de estas cosas las ha hecho desde la ética de las convicciones mucho más que desde el cálculo electoral. Sabía perfectamente que decisiones como la de los refugiados tendrían un elevado coste electoral para su partido, y que sus avances europeístas le crearán dificultades con sus futuros socios de gobierno que, como los liberales del FPD, la han rebasado por la derecha y se han instalado en el euroescepticismo.

Y lo ha hecho también ofreciendo a su sociedad dos instrumentos preciosos: un liderazgo claro y respetado (al margen del voto, el 60% de los alemanes lo valoran positivamente) y un amplio espacio de consenso sobre las cuestiones fundamentales, que incluye a todas las fuerzas políticas leales al sistema. Merkel es la contrafigura de esos gobernantes que galopan sobre la crispación y la descalificación sistemática del adversario por el hecho de serlo. Manda mucho en su país, pero jamás se le ha visto un asomo de tentación de actuar como si el país fuera de su propiedad.

Ha retrocedido en las elecciones, claro. Primero, porque nadie resiste doce años en el gobierno sin desgaste. Y segundo, porque la entrada en el Bundestag de dos partidos nuevos (Alternativa por Alemania y los liberales), que detraen 174 escaños del conjunto, hace inevitable un descenso de los demás, especialmente de los dos grandes.

Pero veámoslo de otra forma. Si recuperamos la foto del Consejo Europeo en 2008 (inicio de la crisis), comprobamos que solo hay una superviviente: Angela Merkel. Todos los demás han sido barridos por la crisis. En los tiempos convulsos que hemos vivido durante la última década, ganar cuatro elecciones consecutivas es una hazaña histórica. En estas elecciones ha tenido el 33% del voto: uno de cada tres alemanes con derecho a voto la ha apoyado.

Todos estamos preocupados por la irrupción del neonazismo en el Parlamento alemán. Si hay un país en el que estremece que eso suceda, es Alemania. Lo dijo el ministro de Exteriores, Sigmar Gabriel (socialdemócrata): “Por primera vez desde 1945, nazis reales podrán ocupar la tribuna del Bundestag”. Pero pocos dudan de que si hay alguien capaz de domeñar ese problema sin descoyuntar a la sociedad es Merkel. Con 94 activistas del odio en el Parlamento y cualquier otra persona en la cancillería, ahora estaríamos mucho más inquietos por Alemania y por Europa.

The New York Times la llamó hace poco “líder del mundo libre”, con el obvio propósito de mortificar a Donald Trump. No llegaré tan lejos, pero sin duda Angela Merkel es la arquitecta fiable de la Europa de la postcrisis. Una digna continuadora de la obra de Adenauer, Brandt y Kohl. Y su victoria, una buena noticia.