No hay mejor terapia para combatir la imbecilidad que leer los aforismos de algunos de los grandes cínicos del pensamiento, capaces de destripar sin piedad las siempre grandiosas ínfulas de la estupidez humana. Y no me refiero solo a Diógenes, ni a su escuela cínica, aunque los cínicos griegos eran irreverentes y subversivos con las convenciones y los códigos sociales, y los de ahora son mucho más "ordenados. Peter Sloterdijk en su "Crítica de la razón cínica" lo afirma con rotundidad: "el cinismo ha pasado de ser una insolencia plebeya, a ser una prepotencia señorial". Sin embargo, con permiso del gran filósofo alemán, hay mucho de la escuela cínica griega en escritores y pensadores posteriores, (desde un Ambrose Bierce, hasta Bernard Shaw), y algunos, tal vez menores, merecen un apunte. Como ejemplo, la carga de cinismo (en el sentido griego) que se puede encontrar en las deliciosas "Máximas y pensamientos" de Nicholas Chamfort, que se publicó en Península hace unos años. Aunque la escribió a finales de 1700, algunos de sus aforismos son rabiosamente actuales. Por ejemplo, solo hay que mirar cómo va el mundo, para pensar, al lado de Chamfort, que "la única cosa que impide a Dios enviar otro diluvio, es que el primero resultó inútil".

También es de Chamfort el aforismo que recordé solo conocer la surrealista polémica que se ha creado a raíz de una fantástica mona de Pascua que representa a una mujer que sostiene dos bandejas, y la cual se ha tildado de racista. Dice Chamfort: "hay imbecilidades bien trabajadas, de la misma manera que hay imbéciles bien vestidos". La mona es exactamente así: una mujer hecha con chocolate negro, con un delantal y un sombrero de pastelera, que sostiene un brioche en una bandeja y un conejo en la otra. A partir de aquí, un colectivo denominado Hora Bruixa, feminista, antisupremacista, anticolonialista, anticapitalista y el resto de los -istas pertinentes, ha sacado la vara inquisitorial y ha perpetrado un auto de fe contra la pastelería Sàbat de Sant Cugat. Hecho el ruido consecuente, la pastelería ha retirado rápidamente la mona, no fuera que tuviera que cargar con el estigma de racista y no levantara nunca más la cabeza. Y así se ha perpetrado un grotesco atentado al sentido común, de manos de unos moralistas de la izquierda ultramontana que, en su obsesión por la pureza ideológica, representan la peor estirpe de los puristas. Son los nuevos censores de la corrección política, con una vocación de control del pensamiento y las ideas que envidian poco a las Stasi de otros tiempos.

¿Cuál era el problema de la pobre mona? Era negra. Es decir, se había hecho con chocolate negro, como acostumbra a pasar con las monas de Pascua. Y, activado el cerebro censor políticamente correcto, si es negro, seguro de que se ha hecho con voluntad racista

¿Cuál era el problema de la pobre mona? Primero: era negra. Es decir, se había hecho con chocolate negro, como acostumbra a pasar con las monas de Pascua. Y, activado el cerebro censor políticamente correcto, si es negro, seguro que se ha hecho con voluntad racista. ¿Pero, si la misma figura se hubiera hecho con chocolate blanco, qué habríamos tenido, según los moralistas de la ultraizquierda? Pues, seguramente una mona "supremacista", o ¿un ejemplo del dominio de la mujer por los machos pasteleros? Al mismo tiempo, la figura llevaba un delantal, como es lógico en una pastelera, pero, dado que no puede ser una pastelera negra, porque no deben existir en el catecismo ultrarrevolucionario, se debe tratar de un signo de esclavismo. Y no hace falta decir que las bandejas no las puede llevar porque quiere vender el producto, como sería lógico, sino porque es definitivamente esclava. Y ya sumado, eso del conejo en la mano, también puede ser una muestra inequívoca de maltrato animal, porque bajo la sospecha de estos nuevos moralistas, todo es imaginable.

Imaginable y grotesco y ridículo y esperpéntico e iracundo y... reaccionario, muy reaccionario. Este es el problema de fondo, la imposición de un código de pensamiento políticamente correcto, eficazmente bendecido y controlado por grupúsculos de ultraizquierda, que señalan, denuncian, embadurnan y asedian públicamente cualquiera que sale de los parámetros fijados. Y como pasa siempre con este tipo de pensamiento ultra, las comparativas con el otro ultrismo del mapa ideológico, son totales. Se puede ser moralista de derechas o de izquierdas, pero poco importa la acera ideológica, porque el problema es el moralismo. Se puede ser purista de derechas o de izquierdas, pero poco importa, porque el problema es el purismo. Y se puede ser censor de derechas o de izquierdas, pero poco importa, porque el problema es la censura.

La censura y la imbecilidad. Porque, por este camino grotesco, llegará un punto en que querrán prohibir directamente las monas, o el chocolate negro, que ya es sospechoso de origen. Y así, de delirio en delirio, acabaremos siendo una sociedad acojonada, acotada y controlada, incapaz de pensar más allá de la norma impuesta por cuatro gurús que poseen la verdad. Antes era la moral ultracatólica. Ahora es la moral ultrarrevolucionaria. Y, en todos los casos, siempre es lo mismo: el desprecio a la madurez de la gente y el miedo, un miedo feroz a la libertad.