Giorgia Meloni, la primera ministra italiana, no es fascista, nos dice la prensa que la adora. Es cristiana, puntualizan. Desde ámbitos católicos nos explican que la cofundadora del partido Fratelli d'Italia tiene una identidad cristiana voluble, ella que se vanagloria de ideas firmes: defiende la tríada de Dios, patria y familia, y el papel de la mujer en casa (cuando ella no está allí nunca). O el matrimonio por la Iglesia, y no está casada. Con todo, el suyo es un cristianismo más identitario que de real práctica religiosa, y se siente más próxima al mundo del Señor de los Anillos que al Dios de los Evangelios.

Olivier Roy (1949) es uno de los conocedores de la religión, y en concreto del Islam, más relevantes existentes. Una eminencia en su campo que analiza el hecho religioso, ahora desde el Instituto Europeo de Florencia. Roy, lejos de ser un pensador distante y arrogante, ha respondido amablemente a la invitación de dos estudiantes universitarias catalanas para analizar a Giorgia Meloni y su idea de religión. Esta conversación de una hora, a la que hemos asistido algunas personas en línea, ha tenido lugar justo unos días antes de que la jefa del gobierno italiano fuera al Iraq a llevar los buenos deseos navideños al contingente militar destacado en Erbil. Ha sido recibida por el presidente del país y ha repetido varias veces el concepto cooperación.

Meloni es menos populista que Salvini, nos advierte el sociólogo Roy. Es menos chapucera. Intenta hacer ver que es católica, apostólica y romana, pero no coincide nada con el Papa de Roma con respecto a la inmigración, por ejemplo, y ha propuesto aumentar los centros de vigilancia y las deportaciones. "Soy Giorgia. Soy mujer. Soy madre. Soy italiana. Soy cristiana". Lo pronunció en 2019 y lo sigue defendiendo a los mítines.

Roy insiste en que la diferencia de Meloni con Matteo Salvini es que ella no está contra el Papa, ni tampoco comete el pecado-error de Salvini, que quiso dar lecciones de catolicismo a los obispos y al Papa y a la Iglesia Católica. Cuando hubo elecciones, los obispos italianos no se mostraron claramente ni pro ni contra Meloni, pidiendo a la gente que votara en conciencia y según sus valores. La Iglesia italiana, ahora encabezada por el prometedor obispo Matteo Zuppi (de la Comunidad de San Egidio, que hoy abre iglesias por todas partes y organiza una comida con personas sin techo, también en Catalunya), no quiere creyentes puros y supercatólicos, sino gente normal y corriente. No mediremos el nivel de fe del presidente del Consejo de Ministros italiano (no quiere ser nombrada "la presidenta" ni "la presidente"), porque no tenemos un catolicómetro a mano ni nos interesa (Dios nos salve de ello). Lo que sí es relevante, públicamente, es ver cómo la primera mujer que manda en Italia enarbola la bandera católica a diestro y siniestro, haciendo un uso dosificado de la religión en sus discursos, escogiendo qué la beneficia y qué le resulta incómodo. Las primeras palabras del Papa ante el nuevo gobierno fueron de buenos deseos y aliento para la unidad. La respuesta de Meloni fue que "escuchamos siempre con gran atención las palabras del San Pedro que son un monitum perenne de sabiduría y caridad".