En anteriores artículos, he escrito sobre el equilibrio territorial, la equidad, las inmigraciones, los derechos culturales y el dirigismo, como aristas del tema central de la cohesión social como núcleo de la identidad. En este artículo, que cerrará esta serie, haré referencia al tema de la conectividad dentro del país por redes distintas, de la falta de conocimiento entre unos y otros, y de la burocracia como agente paralizador de la cohesión social.
Es un hecho, al que ya había aludido en un artículo anterior, que la conectividad norte-sur y este-oeste del país es un desastre que dificulta no solo la actividad económica, sino la construcción de una identidad común, y al mismo tiempo las relaciones personales, profesionales y sociales entre los ciudadanos.
Las conexiones norte-sur son difíciles, con epígonos máximos de dificultad en cuanto al acceso tanto al Pirineo como a las Terres de l’Ebre, y también a determinados puntos del interior de la Catalunya Central. Cruzar el país de norte a sur tiene dificultades por la costa, porque existe una concentración de personas, bienes y servicios que hace que esté muy a menudo colapsada, sobre todo por un exceso de transporte de mercancías por carretera, una prueba más del desbarajuste ferroviario en nuestro país. Si esta conexión se quiere hacer por el interior, es cierto que ha mejorado con el Eix Transversal y con obras públicas de mejora en los ejes principales, pero sigue siendo muy difícil en sentido horizontal y en el propio Eix Pirinenc, con obras de las que se habla desde hace años y años, pero que no hay forma de que avancen.
Esta dificultad de conexiones entre los puntos cardinales de la geografía del país tiene como resultado que, en realidad, los catalanes nos conozcamos poco los unos a los otros. Demasiado a menudo vivimos de tópicos y de estereotipos, lo que hace, por ejemplo, que un gerundense hable mal de un leridano, o que un barcelonés lo desconozca todo de un ebrense, y encima sin que unos y otros conozcan a muchos ciudadanos de otras partes, y, lo que es peor, sin que hayan tenido estímulos o interés por conocerlos. Existen iniciativas para romper estas dinámicas negativas, pero las costras son difíciles de romper.
La dificultad de conexiones entre los puntos cardinales de la geografía del país tiene como resultado que, en realidad, los catalanes nos conozcamos poco los unos a los otros
Si todo el mundo saluda las excelencias del programa Erasmus, e incluso del exótico Erasmus+, por lo que ha significado de establecimiento de conocimientos y de intercambio de experiencias entre estudiantes universitarios del continente europeo, y más allá, a lo mejor sería adecuado que las autoridades académicas catalanas pensaran en hacer un Erasmus catalán en el interior del propio Principat para que los de la Garrotxa conocieran a jóvenes del Priorat, que los de las Garrigues conocieran a los del Empordà, o los del Bages a los del Pallars. Probablemente, sería una buena manera de romper tópicos y un buen camino para que los catalanes conocieran su propio país con más profundidad que ahora. Porque conocer es una condición necesaria para amar. No se puede amar lo que no se conoce; por lo tanto, para que aumente la estima hacia el país, es necesario que todos lo conozcamos tan a fondo como sea posible, y en todas las dimensiones que convenga. Y no olvidemos tampoco que la estima forma parte intrínseca de la propia autoestima.
Está claro que para sacar adelante estas propuestas hay que trabajarlas, arremangarse, ponerle horas, y tener la voluntad de seguir adelante. Y aquí topamos con otro obstáculo de cara a apuntalar la cohesión social, y no es otro que la burocracia. Vivimos inmersos en un sistema en el que todo el mundo es deudor de unas administraciones que devoran miles de papeles, que generan una cantidad abominable de normas (a veces, incluso contradictorias), y que son (conjuntamente con los bancos) factores del aumento de la brecha digital en nuestro país.
Esta hidra de siete cabezas que parece no tener fin castiga sobre todo a las personas mayores y a las clases populares. Es decir, a aquellas personas que, por distintas circunstancias, no tienen acceso o suficientes conocimientos para conectar con los servicios administrativos. Y que no se me diga que hay teléfonos a disposición, porque o comunican, o no los cogen, o no están, o ahora pulse el 1, después el 2, vuelva al 1, y etc., etc., en un ejercicio que parece no tener fin, pero del que usted paga la factura de su tiempo.
La burocracia dificulta el acceso a los servicios básicos, castiga a los más necesitados o desprotegidos, estropea muchas iniciativas de todo tipo y, en definitiva, dificulta la cohesión social, porque vuelve a diferenciar entre fuertes y débiles. Para el refuerzo de la identidad, deberíamos saber que transparencia no es sinónimo de cotilleo, y que dificultar el acceso a los servicios administrativos del estado del bienestar solo hace que empeorar más la cohesión social.