Hay, entre los independentistas, mucha gente decepcionada, asqueada y enfadada. Hablo de los ciudadanos corrientes, de la gente de la calle, de los miembros civiles de este movimiento. Tengo la sensación que el sentimiento de insatisfacción, en el grado que sea, es mayoritario, muy mayoritario. Eso es justamente lo que llevó a muchos votantes a abstenerse en las pasadas elecciones municipales del 28 de mayo. Entonces la abstención hizo mucho daño a ERC, que perdió ni más ni menos que 300.000 votos con respecto al 2019. Es probable que, además de los pactos con Pedro Sánchez, el hecho de gobernar en solitario en la Generalitat fuera uno de los factores que contribuyera a hundir el resultado de los republicanos. Una abstención parecida o, quizás, mayor amenaza las fuerzas políticas independentistas el próximo 23 de julio.

Entre los independentistas decepcionados, asqueados y enfadados hay, entiendo, de dos tipos. El primer grupo es el de aquellos que se llevan las manos a la cabeza al ver que buena parte de Junts y la CUP siguen demostrando cada día que ni han hecho un buen análisis de lo que pasó en el 2017, ni de lo que ha pasado desde entonces. Con respecto a los republicanos, que sí que fueron capaces enseguida de reconocer el fracaso de octubre de 2017, los penaliza la incapacidad de ofrecer un proyecto lo bastante serio e ilusionante, capaz de merecer su adhesión.

El segundo grupo, mucho más numeroso que el primero, lo forman personas que continúan aferradas al 1 de octubre de 2017. Son aquellos que siguen llamando a combatir el Estado con todas las fuerzas, aquellos que están convencidos de que, si una cosa se desea con bastante fuerza, se hace realidad. Que querer es poder. Es entre esta segunda tipología de independentistas donde se ha originado una campaña, que se expresa, sobre todo, a través de las redes sociales, que promueve entusiásticamente la abstención en las próximas elecciones generales españolas. Se trataría, argumentan sus partidarios, de castigar a los tres partidos independentistas, de castigarlos por ser demasiado tibios, por haber renunciado. Por —se repite— haber traicionado la voluntad del "pueblo". Por su torpeza general y, específicamente, por su "renuncia" a conseguir la independencia. No es nada difícil, al leer los que reclaman una abstención masiva independentista, de notar el aroma populista —la gente contra los políticos— que empapa los discursos. Y no solamente populismo, sino que también se hace muy evidente el intenso irrealismo, que implica pensar que Catalunya no es independiente por culpa de sus partidos, que no han sabido bastante, haciendo abstracción de la desproporción evidente, rotunda, en términos de relación de fuerzas.

El castigo contra los partidos, una vez cumplida su función catártica, tendrá un efecto absolutamente lesivo

Los independentistas decepcionados, asqueados y enfadados tienen razón en una cosa: los políticos independentistas, sus partidos, han hecho, todos, un papel triste, lamentable, deprimente. Hay muchos motivos que lo explican —no lo justifican— y es perfectamente comprensible el cansancio y el enfado. Y también es perfectamente normal que mucha gente quiera desahogarse sublevándose contra Junts, ERC y la CUP. Perfectamente normal. Ahora, esta revancha contra los políticos, movida por las emociones, acaba aquí su recorrido. Abstenerse sirve, solo, para desahogarse. Y para absolutamente nada más.

Todo lo que viene a continuación es negativo, objetivamente perjudicial a la causa independentista. El castigo contra los partidos, una vez cumplida su función catártica, tendrá un efecto absolutamente lesivo. Porque todo movimiento civil necesita unos partidos que traduzcan y articulen sus objetivos en el ámbito institucional. Y, de partidos independentistas, hay los que hay.

Resulta, además, que en la Catalunya y la España de aquí y hoy, Junts, ERC y la CUP se encuentran en un momento de evidentes dificultades. El independentismo en su conjunto atraviesa un momento complicado. Las elecciones municipales han supuesto una rotunda victoria del PSC, victoria amplificada gracias a los consiguientes pactos cerrados con unos y otros por los socialistas. Dentro de unas semanas, habrá una nueva mayoría política en España. Tanto si esta supone un gobierno del PP, del PP y Vox o del PSOE y Sumar, entraremos en una etapa, especialmente en las dos primeras opciones, extremadamente difícil para un independentismo que retrocede —y hay muchos interesados en hacerlo retroceder todavía más— en todos los ámbitos. En resumen, nos encontramos en un momento de debilidad interna y a las puertas de una ofensiva externa con que se redoblará sin complejos ni miramientos.

En estas circunstancias, resulta más desaconsejable que nunca castigar duramente a los partidos independentistas mediante la abstención. Hacerlo, solo contribuirá a empeorar las cosas. No hay que haber estudiado mucho para darse cuenta de ello. Desahogarse contra los políticos, un deseo que se puede entender perfectamente, es, sin embargo, un disparate. Una idea funesta. Especialmente cuando uno es débil o se encuentra en un mal momento, lo que hace falta es ser frío, inteligente, racional. Dejarse arrastrar por aquello que brota del corazón o las tripas, por la antipolítica, es un lujo que, verdaderamente, el independentismo no se puede permitir. Le hace falta, por el contrario, intentar actuar con inteligencia y ser tan calculador como sea posible.