Cuando ayer mismo se conoció la profunda remodelación del Gobierno Sánchez, la mayoría de mis colegas de la cultura y de la cultureta esprintaron al vertedero de la indignación moral (a saber, Mr. Twitter) para exclamarse del hecho de que un político de carné sin formación académica pero con vocación de eternidad como el capataz del PSC acabara regentando la más alta instancia administrativa del gremio. Los amiguis escritores, pensadores y gacetilleros se airaban de que Iceta, un hombre que empezó –y no acabó– Químicas y Económicas en la Universitat Autònoma de Barcelona, pero a quien la vida de partido ha mantenido los michelines desde el año 1987, pasara de regentar la cartera de Política Territorial a la de Cultura sin aportar ninguna cátedra humanística, ni tan solo una triste fotografía de Instagram donde se lo viera visitando el MNAC o un tuit en Twitter que no sea para compartir un artículo de El País.

Los mismos amigos de la cultura en que pienso también se quejaron del nombramiento de la alta funcionaria cultural Natàlia Garriga cuando la hicieron consellera, pues consideraban que Garriga era un ejemplo prototípico de la discreción burocrática alimentada por los partidos catalanes. Si nuestro conseller, consellera o consellere hubiera sido un escritor reputado, un gran hombre de teatro o un aspirante a premio Nobel el gremio también habría protestado, ya que uno no forma parte del mundo cultural si cualquier decisión política no es susceptible de queja. Servidora comparte escasamente la indignación de los compañeros, y no solo por el hecho de que las competencias del Ministerio español sean más bien testimoniales (Iceta, básicamente, se pasará el mandato pescando croquetas del catering en los openings de todas partes), sino porque el movimiento de Sánchez resulta consecuente y bastante sabio.

Ya escribí que la flamante presentación de los indultos en el Liceu (a saber, el primer equipamiento público cultural de aquello que queda de nuestro país) ideada por Iván Redondo no era ninguna casualidad, como tampoco lo es el nombramiento de Iceta a Cultura. Sánchez sabe perfectamente que, una vez derrotado el independentismo en el ámbito político, la única resistencia a la invasión del españolismo en Catalunya vendrá de los pocos sectores de la cultura que resistimos al enésimo intento de imponer la pax autonómica en el territorio (es decir, de disfrazar de reconciliación y buen rollo el conflicto nacional que todavía existe entre Catalunya y España, por el simple hecho de que el estado considere la opinión de los catalanes sobre su forma de organizarse políticamente como una cosa más bien subalterna). Iceta continuará como virrey en Catalunya, por mucho que viva en Madrit, y su ministerio se hinchará de peso político.

Esconder el conflicto cultural rebajándolo a una paz convivencial inexistente es una sabia estrategia de Pedro Sánchez

Sánchez necesita una folclórica de la reconciliación que sea muy visible, y en esta tarea Miquel cumplirá a la perfección con la misión. De momento, ya lo hemos visto abrazarse a Jordi Cuixart, nuestro Mandela, y ya veréis como a partir de ahora los españoles aprovecharán todo vernissage, especialmente los que ocurran en Catalunya, para que Iceta se abalance a cuantos más ex-presos políticos mejor. Cuando haga falta defender la unidad de España será como un auténtica vedette del pride rojigualdo ("No ha nacido nadie que me humille a mí y menos que humille a España", decía hace pocos días en el Congreso delante de los morros de los diputados de VOX) y cuando toque hablar de reconciliación sus asesores le pasarán miles tarjetas con versos de Espriu, Martí i Pol y si falla la poesía siempre se puede acabar cantando alguna cosa de Serrat, que da la misma impresión que la aparición de la Virgen.

Esconder el conflicto cultural rebajándolo a una paz convivencial inexistente es una sabia estrategia de Pedro Sánchez, y cabe decir que la Generalitat está demostrando un músculo más bien flojito a la hora de contrarrestarlo, porque mientras los telediarios de la Tribu se pasan el día celebrando que la gente pueda volver al Cruïlla a cantar de nuevo L'Empordà, el nivel de hablantes de nuestra lengua, por poner solo un ejemplo, decrece a día que pasa y el catalán va acercándose a una agonía que, cuando llegue, será imposible de contrarrestar. Pero eso tanto da, porque ahora es la hora de volver a bailar el Don't stop me now y de reafirmar el españolismo en Catalunya, y para esta tarea, insisto, tanto da que Iceta no sea un cultureta, porque vendiendo la moto no tiene rival, y si quien tiene en frente para pararlo es la administración Aragonès, pues ya me diréis si Pedro Sánchez no puede respirar tranquilo cascándose un chuletón.