Lo más parecido que tenemos a una teocracia, lo más parecido a una casta sacerdotal divinizada y situada más allá del bien y del mal, son los jueces del Tribunal Supremo. Son los cadís, los ayatolás. La secta de los Iluminados. Van vestidos con sus togas negras de aprendices de brujo, lucen la Raimunda, la condecoración franquista, burlándose así, públicamente, de la ley de Memoria Histórica. Están por encima de las leyes ya que ellos son la ley, aunque no sean ni puedan ser el orden. Son los árbitros de la arbitrariedad. Hacen lo que quieren porque incluso la lógica deja de tener jurisdicción en el ámbito en el que actúan ellos. Son los jueces del Tribunal Supremo. Los de la Audiencia Nacional también.

Son el poder sin contrapoder. Pontifican sobre la ley pero sólo desde el punto de vista teórico, porque algunos son demasiado importantes como para hacer vistas orales. Sólo en casos especiales como en el juicio farsa contra los presos políticos. Los jueces sagrados son más partidarios de las sentencias que de las audiencias. Son los oficiantes de la magia negra contra la que no se admite ninguna crítica, son la última palabra hasta Estrasburgo, ese lejano Valle de Josafat. Es una magia negra que hoy ya no mata pero que tiene todavía la capacidad de realizar sacrificios humanos, de robarle treinta años de vida a una persona, de destruir a un individuo, psicológica y físicamente, a través de la prisión. Lo hemos visto cada día durante este famoso juicio en el Tribunal Supremo. Llega el juez Marchena ante el edificio de las Salesas Reales y parece que haya aparecido el Sumo sacerdote, el Hierofantes, la Santísima Hostia, tú. El jefe de policía se cuadra y le rinde una pleitesía viscosa, servil, como sólo en España se puede ser servil. Los funcionarios, los subalternos, los figurantes, son como polillas que mariposean en torno de la sagrada luz marchénica. Ayer, por poner un ejemplo, se proclamó que no te dejan salir de la cárcel para ser eurodiputado. Para serlo se exige, primero, entrar en prisión. Si se hiciera así, entonces, volveríamos a empezar. No te dejan salir de la cárcel para ser eurodiputado. Tanta jurisprudencia, tanta ciencia jurídica, para llegar donde ya estábamos, a la ley de siempre, a la ley de toda la vida, a la ley del embudo, a la ley del más fuerte.

Verbigracia. Existe una normativa, una ley, una pauta, según la cual si eliges hacer la carrera de fiscal luego no puedes hacer de juez. Y si quieres hacer de juez no puedes hacer de fiscal. Pero es una disposición que sólo afecta a los desgraciados, a los pobres, a la gentuza como nosotros. Para el juez Marchena, el padre de la nena, y para su hija, la hija de Marchena no hay normativa que valga. De modo que la juez Sofía Marchena, la nena de papá Marchena, coincidiendo con el final de la vista oral del Juicio contra el Procés, acaba de jurar como fiscal destinada a Ibiza, donde le han dado un puesto para que pueda ir a tomar las aguas después del trabajo. Ante este abuso, la Associació Atenes, juristas por los derechos civiles, pidieron explicaciones y la respuesta oficial ni ustedes ni yo la podríamos mejorar. El Tribunal Supremo se niega a analizar qué ha pasado en este caso. Y se niega a investigar no sea que encontrara o encontrase que se ha producido un caso grave de nepotismo. El altísimo Tribunal se niega a investigar al considerar que la Associació Atenes, como cualquier otro ciudadano que paga con sus impuestos la fiesta del Tribunal Supremo, no está legitimado para pedir explicaciones al Tribunal Supremo. Que investigar si la hija de Marchena ha obtenido o no ha obtenido trato de favor y se ha violado la ley no es considerado oportuno por el Tribunal Supremo. Dicho en español que lo entienda todo el mundo, que no investigan el caso porque no les da la gana. Que todos los ciudadanos son iguales ante la ley y que el acceso a la función pública se regirá por el principio de igualdad, todo ello, no parece tener importancia para la casta judicial.

Ahora vuelvan a decir otra vez eso de que los presos políticos se han saltado la ley. ¿Qué ley?