Era 2014 y el Barça del irrelevante Tata Martino perdía la liga en casa contra el Atlético de Madrid, en la última jornada. El Camp Nou, a pesar de la pena y la resignación de la derrota, aplaudió al campeón con elegancia considerable. Incluso, decenas de miles de almas corearon el nombre del rival: ¡Atleeeeti, Atleeeeti! El equipo de Simeone pudo celebrar el título en el césped blaugrana con la lógica alegría que correspondía al hito. A pie de campo, los jugadores locales, aletargados, felicitaron deportivamente a los jugadores colchoneros, que no provocaron la grada, pero que tampoco contuvieron los saltos y gritos de alegría porque sí: las dos cosas son compatibles. Una liga bien merece poder ser celebrada. Donde esté y contra quien sea.
El calendario, caprichoso él, ha querido que en dos de las tres últimas temporadas, lo Barça haya ganado la liga en Cornellà-El Prat. En 2023, después de hacer un círculo de celebración en medio del campo perico, la plantilla blaugrana tuvo que huir por patas por una impresentable invasión de campo de la afición más violenta. Escarmentados, el pasado jueves, no hubo sardana mágica pero sí —solo faltaría— abrazos, saltos y puños arriba. A pesar de la contención, las críticas han llovido igualmente, tildando la celebración de chulería o burla. A ver: provocar sería enfrentarse explícitamente con la grada, insultar a la afición contraria desde el césped, hacer gestos irreverentes directos o plantarse a una portería a espolear la ira del público rival. Acciones y gestos que no vimos en el césped de Cornellà y que, en cambio, sí que exhibieron recientemente los jugadores del Madrid en el Metropolitano en aquella polémica eliminatoria de Champions.
En la rueda de prensa posterior al partido, el entrenador del Espanyol, Manolo González, se vistió de Mourinho y habló de teatro "al otro lado de la Diagonal" (recurrente eufemismo para no mencionar al eterno enemigo), en lugar de recriminarle la agresión a su jugador que, siendo el capitán del equipo —mal ejemplo—, en la segunda parte lanzó un puñetazo a la boca del estómago de Lamine Yamal, como aquel que no quiere la cosa. No fue para tener posesión, ni para proteger la pelota, ni fue una carga legal. La agresión fue castigada por el árbitro con tarjeta roja. Es de estos comportamientos de los que tendría que estar pendiente el Español y no de una lógica celebración.
Que salven la categoría y puedan celebrarlo en el césped de su casa, porque se merecen estar en primera, porque así nos reencontraremos la temporada que viene y porque la alegría no se puede embotellar
Que se tenía que hacer la fiesta en el vestuario, decían. ¿Nos tenemos que esconder para estar contentos? ¿Es menos irrespetuoso saltar y cantar en el vestuario que en medio del campo? ¿Sigue siendo casa de otro si es Catalunya? No esperábamos, ni hacía falta, que los jugadores blanquiazules felicitasen a los del Barça —aunque sería lo razonable— pero entre eso e intentar echarlos del campo mientras se abrazaban... Celebrar un título con educación nunca no es una falta de respeto y me parece que demasiado a menudo estamos comprando este discurso. ¿Si el Espanyol se salvara en el Camp Nou, no lo celebraría? ¿Y en el Nuevo Zorrilla, en el Sánchez Pizjuan o en Montilivi? Es más, el Barça, ganando la final de la Copa del Rey, hizo un pasillo al derrotado Madrid, cuando subía a recoger el subcampeonato.
Algunos hablan de falta de respecto del Barça por haber celebrado mínimamente la liga en el césped de Cornellà, cuando parece más irrespetuoso no permitir celebrar el título con normalidad, incluso arrancando los aspersores para hacer marcharse a la gente del campo. El equipo perico hizo un partido serio contra el Barça, plantando cara con sus armas y no les puso las cosas nada fáciles a los de Hansi Flick. Ahora, sin embargo, con la combinación de resultados de ayer, el Espanyol se ha complicado mucho la vida: solo ha sumado 1 punto de los últimos 18 posibles y se jugará la permanencia en la última jornada, en casa contra una descendido Las Palmas. Y como si uno no quiere, dos no se pelean: deseamos que salven la categoría y que puedan celebrarlo en el césped de su casa, como tendrían que poder celebrarlo en cualquier estadio, porque se merecen estar en primera, porque así nos reencontraremos la temporada que viene y porque la alegría no se puede embotellar.