Esta, si mi inmediato proyecto sale como esperamos, será mi última colaboración regular con el periódico, una colaboración a la cual el director, Pepe Antich, me invitó hace ya más de siete años. Años, muchas veces, de análisis muy dolorosos y, confío, no demasiado desacertados.

Me marcho por incompatibilidad material con lo que, si gano las elecciones, será mi quehacer en la próxima legislatura. Ahora, la oferta de ERC de encabezar la candidatura al Senado por Barcelona ha llegado en el momento justo. Ahora, por lo que se ve, estaba en condiciones de dar el paso y salir de la zona de confort. Ahora era el momento, quizás incluso un poco tarde, de hacerlo e implicarme institucionalmente en la Política. En la Política he estado siempre, ya que todos hacemos política, queramos o no. Hacemos política haciendo de pareja, de padres, de profesores, de escritores, de ciudadanos... Nada es ajeno a la Política; solo son diferentes longitudes de onda en función del rol que se desarrolla.

Mis propósitos son trabajar sin tregua por una República Catalana plena y democrática, expulsando, de allí donde haga falta, a la extrema derecha por muy nuestra que nos la presenten y blanqueen. Eso comporta, por una parte, profundizar en los derechos básicos de la ciudadanía, pasando por la igualdad, la no discriminación y eliminar barreras para conseguir la igualdad de oportunidades real. De la otra, trabajar para ampliar el catálogo de derechos, algunos de los cuales parecen hoy quimeras, como otros lo parecían ayer; sin ir más lejos, una salud, una educación —a todos los niveles—, un hogar y un medio ambiente de calidad sin excusas.

Hay un enfado generalizado que lleva al desencanto y a la crispación

Para llevar a cabo estos propósitos, nada innovadores, pero siempre a medio camino, nos resulta absolutamente necesario un cambio de nuestro medio ambiente emocional. Hay un enfado generalizado que lleva al desencanto y a la crispación. Todos ellos ingredientes disolventes del ánimo propositivo para realizar los cambios y evoluciones requeridos en clave de progreso y bienestar generalizado.

Este ambiente, en algunas ocasiones y lugares bastante irrespirable, diría que es consecuencia del hecho que hemos entrado, aquí y en todo el mundo occidental, en una nueva etapa donde las certezas se han evaporado casi totalmente. El mundo construido después de la II Guerra Mundial, primero con el globalismo ultraliberal que surgió a raíz de la caída del muro de Berlín —simbólica y real— y, después, con los desastres a los que nos llevó, es decir, a la crisis financiera de 2008, de la que todavía vemos coletazos, ha fallado. Nos hemos encontrado casi una tabula rasa —¡no podía faltar el latinismo!— sobre la cual no sabemos qué proyecto escribir, qué porvenir esbozar, qué futuro esperar. Y las fuerzas de izquierda, dichas fuerzas de progreso, tan divididas como desconcertadas.

Esta inseguridad no es solo política. Nos afecta personalmente, psicosomáticamente. Es, por descontado, el caldo de cultivo de la extrema derecha, que con su populismo de soluciones aparentemente fáciles, pero nada pensadas, puras ocurrencias, quiere poner solución a problemas endemoniadamente difíciles de resolver. Así, por ejemplo, el retorno a un pasado idealizado, poco importa que totalitario y sin derechos, pero presentado como seguro y lleno de certezas. Se trata de un tradicionalismo antimoderno y antiliberal en apariencia sanador de todos nuestros males.

En este ambiente, dar el salto a la arena política es un elemento que me anima a intentar ser útil en esta sociedad tan llena de aristas y mutante

Este malestar social afecta muy principalmente a los jóvenes y a las clases medias, que ven recortadas sus opciones de progreso, en el fondo, a todos aquellos que creen que pierden el tren de los ganadores. Es el momento de la entrada en juego de los oportunistas, de los que no ha echado un palo al agua en su vida, pero ven una posibilidad de trepar con el turbo de los hechos alternativos y de las mentiras más burdas.

En este ambiente, dar el salto a la arena política, cosa que alguien podría tildar de atrevido o incluso de suicida, es un elemento que me anima para intentar ser útil en esta sociedad tan llena de aristas y mutante. Solo con la certeza, que no debemos perder nunca, que la Democracia tan solo se construye con más Democracia, me animo a dar el paso.

Con la voluntad de no equivocarme demasiado, si supero el veredicto de las urnas —con el potentísimo equipo que tengo—, agradezco el pleno apoyo de toda la redacción de ElNacional.cat. Agradezco muy especialmente a los lectores su atención, que es el motor de este trabajo de análisis y de opinión. Gracias, gracias, gracias.

Así pues, no es un adiós, sino un hasta siempre.