El Barça le ha dado un toque de atención a Rafa Márquez, entrenador del Barça Atlètic, porque ha publicitado a través de sus cuentas de X (Twitter) y de Instagram, por segunda vez en pocos días, una casa de apuestas de México. Los argumentos son básicamente dos: 1) porque podría existir un conflicto de intereses (entrenar a un equipo de fútbol y anunciar un sitio de apuestas) y 2) porque promocionar el juego va en contra de los valores éticos que defiende el club, un punto, este, que viene agravado por el hecho que el Sr. Márquez entrena a gente joven en etapa de formación.

El mismo día que eso ocurría, el president Aragonès afirmaba en sede parlamentaria que no tiene intención de frenar el proyecto de Hard Rock Cafe, junto a Por Aventura. A pesar de que no le hace nada de gracia, vino a decir que el proyecto seguiría su curso a cambio del apoyo de otros partidos a la aprobación de los presupuestos de la Generalitat para 2024, una situación parecida a la que se produjo al negociar los presupuestos de 2023. De hecho, se ve que el president no querría el Hard Rock, pero afirma que no existen mayorías para excluir el proyecto; en cambio, encontrará mayorías (con los socialistas al frente) para aprobar unos presupuestos a cambio de renunciar a las convicciones. Ya se verá cómo acaba, pero por el momento en el PSC se frotan las manos porque ven el proyecto de ocio más al alcance y más cerca en el tiempo.

En un artículo reciente en este mismo diario, me refería al macrocomplejo en cuestión, que en su última versión generaría 2.000 puestos de trabajo directos cuando funcionara, y 12.000 en su etapa de construcción. Aunque el detalle final del complejo es una incógnita, se habla de un casino de 8.500 metros y 1.200 máquinas, de 600 habitaciones de hotel, de una superpiscina, de un superauditorio, tiendas de lujo, restaurantes a tutiplén, todo en un recinto cerrado de pulsera con vida propia, desconectado del exterior. En total, siguiendo lo que dice el Pla Director Urbanístic (PDU) del Centre Recreatiu i Turístic als Municipis de Vila-seca i Salou, aprobado en 2016 y actualmente retenido por motivos medioambientales, el complejo ocuparía 383.000 m² de superficie y tendría 745.000 de techo (425.000 en hoteles, 30.000 en área de juego, 50.000 en comercial, 120.000 en ocio y 120.000 más en el cajón de sastre "otros"). En una primera fase, el proyecto se limitaría a 247.000 m² de techo. Ya se irá viendo.

Si la Generalitat da finalmente su visto bueno al Hard Rock Cafe, le hará un flaco favor a la economía y a la sociedad del país

Sin embargo, con todos mis respetos por los impulsores, defensores y avaladores del proyecto, y cuál sea su dimensión final, si la Generalitat da finalmente su visto bueno al Hard Rock Cafe, le hará un flaco favor a la economía y a la sociedad del país, por cinco motivos fundamentales. El primero es que representa una extensión y una profundización del modelo turístico de masas, que en Catalunya tiene Salou, Lloret y Barcelona como puntos de referencia. El complejo propuesto consolidaría justo el modelo turístico del que deberíamos huir para pasar de la cantidad a la calidad, al respeto al medio ambiente, a salarios más altos.

El segundo es que los puestos de trabajo que generaría el proyecto no son los de un modelo de competitividad basado en el conocimiento y la excelencia; con un doble añadido: por una parte, el déficit crónico del país en mano de obra para cubrir puestos de trabajo; y por otra, el bajo interés de la gente de aquí en trabajar en el turismo.

En tercer lugar, el proyecto añadiría un elemento adicional de atracción turística junto a un enorme complejo como el de la industria química de Tarragona y sus problemas de seguridad, hasta el punto de que expertos en toxicología dudan de que actualmente se permitiera tan cerca de núcleos de población. Si Port Aventura chirría desde el punto de vista territorial, ahora añádanle el Hard Rock.

En cuarto lugar, es bien conocido que el vector "juego" y específicamente "casinos" no se puede disociar de los riesgos en materia social, como la seguridad ciudadana, el blanqueo de dinero, la prostitución, etc. Y a nivel personal, con la ludopatía, la salud mental (depresión, ansiedad), la ruina de los jugadores, entre otras perlas. Sí que aportaría ingresos en concepto de impuestos sobre el juego (a la Generalitat) y, en general, de todo el resto de impuestos asociados a la actividad económica (IRPF, sociedades, IAE de ayuntamientos, etc.), pero, ¿es esto lo que necesita el país?

En quinto lugar, un tema de valores: impulsar un proyecto basado en el azar no casa con la creación de valor, sino con su destrucción, con los trasvases de riqueza que dictan las ruletas. El juego se sitúa en las antípodas de un valor tan necesario para el progreso económico y social como el del esfuerzo personal, un atributo que ha conformado la economía catalana.

En definitiva, un proyecto emblemático como este situaría el Baix Camp y Catalunya más cerca de Las Vegas y de Macao que de regiones económicas de excelencia. Que eso lo haga posible la administración pública, y todavía más, un acuerdo entre partidos de izquierda, cuesta mucho de entender. Como en el caso de Rafa Márquez citado al principio, promover un proyecto basado en el juego dirías que va contra los valores que los partidos deberían defender.

Por favor, menos juego y más libros, más teatro, más arte, más música... Más cultura.